Lecturas:

Isaías 63, 16c-17. 19c; 64, 2b-7  –  Salmo 79  –  1ª Corintios 1, 3-9

Marcos 13, 33-37:  En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»

Comentario:

ESTAD EN VELA PARA ESTAR PREPARADOS

2023-24, Domingo 1º de Adviento (B)

            En este domingo comenzamos, una vez más, el tiempo santo del Adviento. Adviento significa “venida” porque en él acontece hoy la venida decisiva de Cristo a nuestras vidas. Cuando algo, o mejor Alguien, entra en contacto con nosotros, se produce una posibilidad muy gratificante. Quien ahora viene a nosotros, Jesús, nos ofrece lo más esencial y determinante de nuestra identidad temporal y eterna. Es máximo bien comprenderlo con claridad, y, sobre todo, saber disponernos consciente y favorablemente a celebrarlo. Nuestras celebraciones religiosas de hoy tienen más de cónica del pasado que de celebración memorial contemporánea; más de aniversario que de suceso actual y presente. Y afectan más a la cultura que a la fe, pues la deformación ha partido ya de la misma instrucción y enseñanza. No hemos tenido en cuenta la necesaria implicación del evangelio en el sacramento. Libro y pan se implican mutuamente. No se dan el uno sin el otro. Con el pan solo, tendíamos una presencia muda. Con el evangelio solo, tendríamos las palabras de un ausente.

El núcleo de este desacierto está en que, al instruir al pueblo, se ha pretendido más bien hacer “buenos”, pero no “cristianos”. Se reduce el Don y la Gracia a la obligación. Y, confesémoslo, de lo uno a lo otro media una distancia infinita. El cristiano está llamado no solo a ser una excelente persona en el mundo, sino a ser “Cuerpo de Cristo”. Su vida es Cristo. Y esto afecta profundamente a su identidad y destino. Y afecta también, y sobremanera, al modo y forma de celebrar y transmitir su fe. Si no hacemos más convencidas y dichosas a las personas es porque no abundamos en las buenas noticias más específicas del evangelio. En la educación de la fe, una corriente secular, popular y particularista, o a lo sumo también dogmática y moralizante, ha prevalecido durante siglos frente a la senda clásica trazada en la Biblia y en la liturgia, el camino oficial de Dios y de la Iglesia en la historia. Precisemos más: el hecho más grande del universo y de la historia, la encarnación del Verbo y la verdad de la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo, no están alcanzando una resonancia fiel de la enseñanza apostólica y patrística. Esta sustituida por la creatividad humana, los villancicos, los dulces y los belenes. La verdadera renovación de la Iglesia, y de cada uno de nosotros, depende de que sepamos situarnos en el camino seguro que nos lleva al encuentro de Cristo tal como él y la Iglesia han decidido ser encontrados.

La Iglesia, en este tiempo santo, nos ofrece la imagen viviente de Dios, nuestro Padre, que sale a nuestro encuentro para gratificarnos en su Hijo. Cada Adviento-Navidad ahonda y profundiza su imagen en nosotros. Los árboles, cuando se corta su tronco, dejan ver una serie de anillos concéntricos que revelan los años que tienen de vida y crecimiento. Cada año litúrgico deberá dejar deja en nosotros una marca, un nivel, de la vida de Cristo y de sus misterios. De Adviento a Pentecostés, la misma vida del Señor se graba en nosotros. Las fiestas del Señor no son solo recordaciones del pasado; contienen espiritualmente la realidad viva que conmemoran. Y esta imprimación realiza nuestra identidad divina y eterna.

Recordemos: Adviento significa venida. Es el tiempo en que los cristianos nos preparamos para la venida del Señor. Esta venida de Cristo al mundo se realiza bajo un triple plan: pasado, Cristo vino ayer corporalmente a Palestina; presente, Cristo está viniendo hoy misteriosamente en la liturgia; futuro, Cristo vendrá como Señor y Juez en el juicio final.

Ahora nos importa en gran manera ahondar en la naturaleza y significado de esta segunda venida de Cristo hoy a nosotros mediante la sagrada liturgia. En ella Cristo está viniendo hoy misteriosamente a la comunidad cristiana, a cada uno de nosotros. Nos cristifica y nos reviste de él. Nuestro Adviento hoy no es solo memoria y recuerdo de aquella primera venida histórica en Belén. El Adviento-Navidad contiene la realidad misma que conmemora. Cristo, que vino ayer al mundo, ahora, en el poder del Espíritu, viene a cada hombre, al interior del hombre para transformarle. Es tan seria esta venida que nos sitúa ya “en la plenitud de los tiempos” (Gal 4,4), en “la última hora” (1 Jn 2,18). El Verbo Eterno de Dios se unió ayer en persona al Hombre Jesús. Dos naturalezas, una divina y otra humana, formaron una sola persona. Ahora es el tiempo del Cuerpo Místico de Cristo, de nosotros, pues ya ahora el mismo Señor nos va transformando y configurando en él. Graba su vida en nosotros. Con él, “el fin de los tiempos” se ha trasladado al centro de la historia, al aquí y ahora de nuestra existencia, la de cada hombre. Y esta es la verdad fundamental del cristianismo: Cristo vive hoy con nosotros, en nosotros, dentro de nosotros. Nos está haciendo concorpóreos suyos, solidarios de su misma persona y de su destino. Comulgando con su cuerpo y con el evangelio nos va identificando con él. Al cuerpo humano de Cristo sigue su cuerpo místico universal, que actualiza en sí mismo la vida entera de Jesús hasta el final de los tiempos. Viviendo “en Cristo Jesús”, viviendo su vida y los mismos misterios de su vida, sus mismos sentimientos, acontece nuestra salvación y la de los demás.

Dios se hace hoy Navidad en los cristianos y Dios quiere que los cristianos nos hagamos Navidad de Dios en favor de los hombres. La Iglesia es sacramento de salvación de Cristo para todo el mundo. La Navidad coincide con la misión, que es la prolongación de la encarnación, de la Verdad y del Bien en favor de todos los hombres. Las grandes necesidades del mundo, los mayores deseos de los hombres están muy directamente afectados por la encarnación de Cristo. Cristo es remedio y salvación universal. Y lo es a través de nosotros.

La venida de Cristo al mundo fue anunciada por Isaías, señalada por Juan el Bautista, acogida con fidelidad ejemplar por María. Si los profetas nos dicen cómo será el Mesías, Juan el Bautista nos dice quién es el Mesías. Y nos grita: “Convertíos, porque ha llegado el Reino de los cielos” (Mt 3,2). María es la gran figura del Adviento. Ella vivió el mejor adviento desde la anunciación al nacimiento de Jesús. Fue fiel acogedora de la palabra de Dios hecha carne en ella. Su propia sangre fue la de Jesús. María es Jesús comenzado. Ella hizo posible la primera Navidad y es modelo y cauce para todas las venidas de Dios a los hombres.

El Adviento requiere en nosotros disposiciones especiales. Primero, una actitud de verdadera espera, y, por tanto, de cambio. Lo que no se espera no acontece. No debemos ser como los siervos dormidos del evangelio, o como las vírgenes necias. El Adviento nos hace darnos cuenta de la necesidad de Dios que tienen los hombres, debe devolver la esperanza a una humanidad desencantada y desamparada. Las aspiraciones modernas de unidad, de comunidad, de dicha y de paz, son puntos magníficos de inserción en la Buena Nueva de Cristo. Vistos en profundidad, solo él posee y da esos bienes. Prolongando la encarnación de Cristo, debemos vivir un amor responsable y solidario, asumiendo personalmente los males de los otros, dando y dándonos no de lo que nos sobra, o de aquello que nosotros queremos, sino de aquello que los otros necesitan, humanamente y en el terreno de la fe, haciéndonos activamente presentes en la sociedad creyente y en la civil en sus mismas necesidades, viviendo la experiencia de la pobreza evangélica, como Jesús, como confianza en Dios y con amor solidario. Jesús comprometió su persona, no solo medios humanos.

Jesús vino a sanar enfermos y a liberar cautivos de forma integral. Entendamos ahora la enfermedad como realidad no sólo biológica sino también personal, espiritual y social. Y entendamos la liberación no solo en sentido político, sino también psicológico, social, cultural y creyente. Dios viene hoy al mundo, pero ahora a nosotros y para nosotros. Colaboremos con amor y responsabilidad leyendo y releyendo textos bíblicos litúrgicos, asintiendo, aceptando, recibiendo, cambiando, siendo…

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail:berit@centroberit.com

 

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