Lecturas
Isaías 45, 1. 4-6 – Salmo 95 – 1ª Tesalonicenses 1, 1-5b
Mateo 22, 15-21: En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta.
Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar impuesto al César o no?»
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.»
Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?»
Le respondieron: «Del César.»
Entonces les replicó: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.»
Comentario:
DAD AL CESAR LO QUE ES DEL CESAR
Y A DIOS LO QUE ES DE DIOS
2023, 29º Domingo Ordinario
Después de las tres duras parábolas de Jesús contra los fariseos que hemos leído en domingos anteriores, dan comienzo sus controversias contra los mismos. Hoy el evangelio se refiere a la primera. Los fariseos proponen maliciosamente a Jesús una pregunta con el fin de cazarle y condenarle ante el pueblo, en sus propias palabras. Con ellos están los herodianos, galileos aristócratas conformistas con la situación de dependencia de Roma, que practicaban un servilismo que hacía concordar la ley judía con la dependencia romana. Se percibe en el ambiente una fuerte tensión y Jesús alerta a la gente y a sus discípulos contra los fariseos y contra la doblez de su vida y comportamiento.
Los fariseos, al dirigir la pregunta a Jesús, le saludan inicialmente con un elogio que, si dejamos aparte la hipocresía que revelan, sería la galantería más laudable dirigida a Jesús en el evangelio: “Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas en verdad el camino de Dios”. Declaran a Jesús inmune de aquella universal claudicación de la sinceridad que consiste en matizar o modificar la verdad según la mentalidad de aquel ante quien se habla. La pregunta que plantean los fariseos a Jesús es si Dios permite pagar los impuestos al César, en una clara invitación a que se pronuncie públicamente en contra del pago de los mismos. Este pago tenían que hacerlo, como expresión de sometimiento al imperio romano, todos los judíos una vez entrados en la adolescencia hasta los sesenta y cinco años. Someterse a la tiranía de paganos era algo sumamente aborrecible para los judíos. Estos odiaban a los romanos. Si Jesús, en presencia de la gente, decía que era legitimo el poder romano y consecuentemente el pago del tributo, suscitaría una reacción muy adversa en el pueblo; y si contestaba negativamente podrían acusarle de sedición ante el gobernador.
Jesús no se achanta y toma la iniciativa. Desde el primer momento, pone en evidencia la maldad de sus enemigos y les tacha de hipócritas. La pregunta no era una verdadera pregunta, sino una estratagema para cazar a Jesús y hacerle incurrir en el descrédito de las gentes. Jesús, ante esa situación, pide sagazmente que le entreguen un denario romano. Y a continuación les pregunta por la efigie y la leyenda de la moneda. En el denario aparece la imagen y el nombre del emperador. Jesús, con ello, devuelve la pregunta a sus enemigos, pues les fuerza a proclamar que ellos, en la práctica, están ya reconociendo la autoridad del Cesar y practican de hecho la dependencia ante él. Jesús, ante una única pregunta, responde con una doble afirmación: dejad que el César sea el César, pero no os olvidéis que Dios es Dios. Jesús acepta el poder constituido, pero desautoriza todo concepto de poder civil que suprima sus límites. Los derechos de Dios son inalienables.
Mateo cuenta al final del texto que los fariseos quedaron maravillados de la respuesta de Jesús, reconociendo su victoria frente a ellos, sus enemigos, que, en esta ocasión, nada pudieron hacer contra él.
En el trasfondo del evangelio de hoy se contraponen la sinceridad y la insinceridad, Dios y el interés, la verdad y la mentira. Pero no es Jesús quien nos sitúa en el dilema de elegir a Dios o al dinero, porque ni solo Dios es bueno, ni el dinero es en sí mismo malo. Es el mundo, el ambiente, lo que nos coloca en esta situación en la que en lugar de ser hermanos somos esclavos de nuestro propio egoísmo. Dios nos manda amarle a él sobre todas las cosas y nos manda también amar al hombre porque es imagen suya, pues lo ha creado “a su imagen y semejanza”. Mermar al otro, hacerle daño, perjudica más a quien lo hace que a quien lo recibe. Debemos amar siempre al hombre en el mismo amor con que amamos a Cristo. En el proyecto de Jesús no somos esclavos ni de nada y de nadie. No podemos divinizar ni absolutizar el dinero como si fuese el César. El interés nos hace esclavos, como ocurre con los fariseos; y el amor nos hace hermanos, como proclama el mensaje de Jesús. Es el mundo el que nos divide cuando practicamos la ganancia y el bienestar puro y duro en favor nuestro o de solo de unos pocos, en lugar de universalizarlo en provecho de los más necesitados con el fin de favorecer un desarrollo integral y universal.
El cristiano hoy debe saber hacer un sabio discernimiento entre el uso y el abuso del dinero. Jesús habla en el evangelio de una sociedad concreta, en un momento preciso de la historia, durante el dominio del Imperio romano, en una provincia muy alejada de la capital. La política que se hacía entonces estaba basada en la esclavitud y en la imposición por la fuerza y en el poder militar. Ante esta forma política de negación de los derechos humanos, Jesús propone los valores del Reino de Dios. Y esta propuesta le acaba llevando a la cruz. No hay oposición entre Dios y el mundo, pero sí de un determinado mundo. El cristiano debe asumir los valores humanos como creación maravillosa de Dios. Usando y no abusando. El mismo poder, como el dinero, representa, y debe representar, un servicio, no una imposición. El cristiano, impulsado por el principio de la encarnación, ha de asumir todo lo natural y humano como expresión de promoción de justicia y de solidaridad universal. Hay que saber estar en el fondo mismo de las realidades humanas desarrollando, perfeccionando, inventando instrumentos de técnica y de producción, reconociendo siempre la primacía del hombre y de su acción personal. En una visión moderna de la organización social y política, sin capital no hay empresa, sin empresa no hay industria, sin industria no hay producción, sin producción no hay trabajo ni pan para todos. Es preciso que en todo este proceso haya participación de todos para fomentar el servicio y no la imposición, la solidaridad y no la marginación. A nosotros nos corresponde, por encima de las alternativas políticas y de los sistemas económicos, apostar siempre por la atención prioritaria a la dignidad de las personas y al reconocimiento prioritario de su participación en todos los sistemas de trabajo, y la sincera y efectiva atención a los más necesitados.
El Papa Francisco ha publicado su nueva Encíclica Fratelli Tutti, una inestimable ayuda para la concienciación y reconocimiento de un mundo social más fraternal y solidario. Leamos y crezcamos en la responsabilidad y el amor.
Francisco Martínez
e-mail:berit@centroberit.com
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