Lecturas

Sabiduría 1, 13-15, 2,23-25  –  Salmo 29  –

2ª Corintios 8, 7-9, 13-15

Marcos 5, 21-30, 33-43:

En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.»
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda, su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido, curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado.
Jesús, notando que, había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio le la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?»
Los discípulos le contestaron: «Ves como te apretuja la gente y preguntas: «¿quién me ha tocado?»»
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.
Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?»
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe.»
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.
Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.»
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate).»
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar –tenía doce años–. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Comentario:

CONTIGO  HABLO, NIÑA,  LEVÁNTATE

13º Domingo ordinario

 

Jesús, en el evangelio de Marcos, continúa anunciando y haciendo presente el reino de Dios, primero, curando a una mujer enferma, y segundo, resucitando a una niña muerta. Jesús no pasa de largo ante las situaciones de dolor que le salen al paso en su camino. Encuentra dos mujeres que viven en una situación de indefensión total: una enferma y otra en trance de muerte. La primera sufre una pertinaz hemorragia, y la otra es una niña que está en trance de morir. En su relato evangélico Marcos une los dos episodios y emplaza la curación de la hemorroisa en el contexto de la resurrección de la hija de Jairo. El texto es muy rico en su presentación general y en sus detalles. Según la mentalidad de la época, en la sociedad judía una mujer que sufriera derrame de sangre era considerada legalmente impura. Esto conllevaba para ella un verdadero rechazo y alejamiento social. Su acción habría convertido en impuros a todos los que ella tocaba, según la religiosidad de entonces (Lev 15,19-302). ¡Extraña manera de “santificar” a Dios, separando de él a los que más lo necesitaban! Pero con Jesús la santidad de Dios no se protege aislando al enfermo, sino asumiéndolo en cercanía y sanación. Dios mismo ha enviado a su Hijo al mundo, como don de sanación y de vida para el hombre enfermo o muerto. Las palabras de Jesús introducen a la mujer en la nueva comunidad que él funda, su familia, y le llama “hija”, y la fe de la mujer hace posible la curación. Esta fe se nos propone a todos como modelo en nuestra relación con Jesús. Debemos apoyarnos del todo en él.

El caso de la hija de Jairo es muy sugerente. Tenía 12 años, la edad núbil de las muchachas. Entonces comenzaba también su exclusión social pues se iniciaba la menstruación. La sobreprotección del padre y el sistema religioso imperante eran toda una amenaza para la vida de la muchacha. Esta, además, muere. Y todo se hace ya más difícil. Pero Jesús piensa y obra de diferente manera a los hombres y sus normas. Cura a una mujer enferma y la reintegra en la sociedad, y resucita a una chica levantándola de su lecho de muerte y entregándola viva a su padre.  La mujer y la chica estaban excluidas de la vida y de la sociedad. Jesús les devuelve la salud, la vida, y las reintegra a la comunidad. El texto evangélico nos plantea el papel que Jesús tiene en nuestra vida y la actitud de fe que nosotros debemos de tener ante él.

Este evangelio es un claro relato de milagro. Los múltiples detalles y matices hacen de él una narración verosímil. Presenta admirablemente a la mujer enferma, describe su enfermedad y el fracaso de muchos médicos, cuenta la curación y la confirmación pública de lo sucedido. Señala que había gastado todo su dinero sin que mejorase de su dolencia. La acción de la mujer supone  su creencia en la acción curativa del contacto, pero da gran importancia a su fe. La mujer se acerca en secreto porque ritualmente era impura y su enfermedad mancharía a todos los que la tocasen. La curación es inmediata. La obra pone de manifiesto el poder curativo que reside en Jesús y revela a las claras el carácter primitivo del relato.  En cuanto a la niña, los mensajeros llevan la noticia de que ya ha muerto cuando Jesús todavía está hablando con la mujer. Ante la intención de Jesús de afrontar a un muerto, Marcos constata que la gente se ríe y se burla de él cuando afirma que la niña duerme, pero no está muerta. Jesús entra en la sala mortuoria con los padres y los que lo acompañaban, toma a la niña de la mano y le dice: “niña, ponte en pie”. La niña se levantó enseguida, “se puso en pie y echó a andar, pues tenía doce años”. Esta narración tiene un valor biográfico único y singular.

Marcos quiere decirnos en su evangelio que Jesús ha venido a dar vida y sanar. Y nos ofrece dos valiosos testimonios de búsqueda de Jesús, de receptividad, de confianza creyente.  Y destaca sobremanera la necesidad de “tocar” a Jesús. La mujer piensa que tocando, aunque solo sea el manto de Jesús, quedará curada. Le toca y, en medio de la multitud que le aprieta y oprime, Jesús dice que alguien le ha tocado. Se trata de un toque diferente, intencionado, especial. Efectivamente, no es un toque neutro, sino cargado de fe. Es una verdadera confesión de fe. La fe es confianza, apoyo, seguridad. Es máxima unión y referencia al otro. La fe es una energía tan poderosa que crea la presencia de aquel en quien se cree y es, también, capaz de realizar aquello mismo que cree. La fe es con-fianza, es decir, dos que se apoyan mutuamente en un mismo espacio, dos ramas de una misma raíz, dos cuerpos en una sola alma. Tener verdadera fe en otro supone hablar y escuchar en serio y desde dentro. Es decir: nada que tenga que ver con la superficialidad, la rutina, la costumbre, la ceremonia, las “afueras” del hombre. Es implicar el corazón, la intimidad, la sinceridad, la verdad, la totalidad personal. Esto nunca ocurre cuando el otro es solo objeto, no sujeto; cuando se habla el lenguaje del interés, no el de la gratuidad; cuando dominan las relaciones de causalidad o productividad, no de generosidad y de gratuidad.

La fe es la dimensión absoluta de lo relativo. Hace la presencia de Dios en nosotros. Negar a Dios es negarse a sí mismo, reducirse. No creer es alejarse de Dios, reducir el misterio a simple organización y reducir a Dios a mera doctrina o praxis. Negar la fe es empobrecerse miserablemente. La fe es Dios en directo. Nos pone en contacto con Dios como es en sí. Las “virtudes teologales” afectan a la relación directa del hombre con Dios. Hablan no de lo que el hombre hace con Dios, sino, sobre todo, de lo que Dios hace en el hombre. Crean en nosotros una connaturalidad divina, una verdadera empatía y capacidad.

Para encontrar a Dios hay que conocer y hay que creer. No se puede amar a Aquel de quien previamente no nos sentimos amados. Hay que conocer para comprender, pero también hay que creer para conocer. Solo Dios puede adentrarnos en su vida e intimidad. Y esto es precisamente lo que hace la fe.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail:berit@centroberit.com

(Publicado por primera vez el 21 de junio de 2021)

 

 

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