Lecturas
Éxodo 19, 2-6a – Salmo 99 – Romanos 5, 6-11
Mateo 9, 36 – 10, 8:
En aquel tiempo, al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.»
Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judás Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.»
Comentario:
2023, JESÚS ENVÍA A SUS DISCÍPULOS
Domingo 11 Ordinario, A
En el evangelio que acabamos de proclamar, hemos visto a Jesús que envía a sus discípulos a predicar el evangelio. Dice que Jesús se compadeció de las gentes porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas sin pastor. Esta pincelada inicial nos habla del motivo y del origen de la misión. Jesús se siente henchido de gozo como Hijo de Dios, mientras la gente vive el vacío de la nada humana y divina. Jesús siente necesidad de transmitir lo que vive y experimenta. La escena de ayer es también la de hoy. El hombre contemporáneo ha perdido el sentido de Dios, el sentido de lo eterno, y camina por sendas perdidas. Ha perdido su identidad. Ha sustituido a Dios por la razón y, marginando la religión, la ha sustituido por la sociedad. Los mismos cristianos tenemos parte de responsabilidad en este drama histórico, pues, al cumplir el mandato de Cristo, nos hemos diferenciado en exceso de él. Él se puso en nuestro lugar entregándose hasta la muerte, haciéndose “maldición” y “pecado” por nosotros. Y nosotros debemos imitarle. Jesús sintió lástima de la gente porque estaban como ovejas sin pastor. El hombre ha llegado a sentirse como un ser sin hogar que ha olvidado su origen y su meta. Se ha desfundamentado, y ha cambiado el ser por el tener. Padece gran carencia de sentido y de valores. Se ha establecido en la levedad de la vida, en la charlatanería y superficialidad.
La filosofía y la política han hecho, y hacen, sus promesas al hombre. Pero en sus persistentes ofrecimientos al hombre se han manifestado impotentes para crear sentido y valores. Cunde el desengaño y el desencanto, pues la razón y la sociedad no pueden decirnos toda la realidad del hombre. Dios es la verdad humana más profunda del corazón del hombre. Nos ha hecho para él y él se ha hecho para nosotros. Jesús se ha dicho Camino, Verdad y Vida del hombre y nosotros debemos realizar esta función sanadora. El hombre no tiene en sí la medida de sí. El hombre sobrepasa infinitamente al hombre.
Jesús da la razón de la insuficiencia del hombre. “La vida no depende de los bienes” (Lc 12,15). Jesús ofrece lo que es. “Venid a mí todos los que estáis fatigados y yo os aliviaré” (Mt 11,28)” Quien beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed” ((Jn 4,14). “Nos han concedido las preciosas y sublimes promesas para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina” (2 Pdr 1,4). Hay un hecho constatable: Cristo no ha engañado a nadie. Las biografías de los santos constituyen el vértice de la historia de la dicha humana. Nadie ha sido tan feliz como aquellos que se han dejado amar por Dios y han hecho la experiencia de amarlo en verdad y sinceridad. Pablo es la fehaciente constatación de esta verdad. “El que está en Cristo es una nueva creación. Pasó lo viejo. Todo es nuevo” (2 Cor 5, 17). “Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto según la imagen d su creador, donde no hay griego ni judío, circuncisión e incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo en todos” (Col 3,9-11).
¿Cómo podremos encontrarnos hoy personalmente con el Cristo real y viviente? ¿Cómo podremos escucharle y hablarle en verdad? Oímos mucho hablar sobre Dios. Pero oímos poco hablar a Dios. Transmitimos un Dios de oídas, en diferido, pero no en directo. Muchos cristianos ni si quiera tienen los evangelios. Otros pueden tenerlo, pero no lo leen. El evangelio les remite a tiempos viejos: “en aquel tiempo…”. La Sagrada Escritura no fue pensada para ser un suceso actual y vivo solo en el momento de su inspiración inicial, y ser conservada después como documento muerto. Nació en función de una proclamación y de una escucha perenne, comunitaria. Libro y comunidad son como dos amantes que están hechos el uno para el otro. Cristo mismo dijo de una Escritura compuesta cientos de años antes de su venida: “Hoy se cumple esta Escritura” (Lc 4,21). Y nosotros, en la liturgia de cada tiempo, seguimos diciendo “hoy” señalado el misterio que celebramos. El recuerdo se convierte así en suceso memorial, y la narración en proclamación evangélica, en acontecimiento actual, en representación de “la muerte del Señor hasta que él venga” (1 Cor 11, 26). La lectura y relectura, en todos los, tiempos y lugares, es esencial al texto para seguir haciendo historia de salvación, para que puedan meterse en él y responder y realizarse todos los hombres de todos los tiempos y lugares. La Escritura nació para ser continuamente leída y releída. De nada serviría un texto sin destinatarios. A su vez, una comunidad sin Libro carecería de identidad. El acogimiento perenne del texto sigue siendo revelación. Texto y comunidad son como dos enamorados que se buscan. Leyendo puede decir: “hoy se cumple en mí esta Palabra de Dios”. La relectura de la Escritura en las asambleas de todos los tiempos es parte de la Escritura. Su recepción es Revelación. El Texto está pensado para la configuración espiritual de los oyentes de la historia. La asamblea es la página donde el Texto se escribe a lo vivo. Palabra y sacramento solo existen en unidad. El sacramento hace lo que la palabra anuncia. La Palabra proclama lo que el sacramento oculta. No hay manducación sacramental del pan donde no hay manducación espiritual de la Palabra.
Reducir la palabra viviente de Dios a simple crónica del pasado es incurrir en una práctica idolátrica. Rebaja a Dios a concepto. Es hacer de los sujetos meros objetos. No es lo miso hablar sobre Dios que el mismo Dios hable.
Decir que Cristo es contemporáneo nuestro es una afirmación categórica y personal de Jesús “Estaré siempre con vosotros”. Sin embargo, muchos, incluidos no pocos sacerdotes, cuando hablan de Cristo lo hacen siempre en pretérito “En aquel tiempo…”. Lo enmarcan en Palestina y lo trasladan al pasado. Esto es letal para la fe. Un autor escribe y después muere. Y el texto queda inamovible. Pero Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Hay que saber oír a Dios en directo. Somos cristianos en verdad en la medida en que logramos una organización evangélica del corazón. El Señor sea nuestra verdad y nuestra vida.
Francisco Martínez
e-mail.berit@centroberit.com
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