Lecturas
Apocalipsis 7, 2-4. 9-14 – Salmo 23 – 1ª Juan 3, 1-3
Mateo 5, 1-12a:
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»
Comentario:
TODOS LOS SANTOS, 2023
Hoy la liturgia celebra la solemnidad de ¡Todos los Santos. A lo largo del año litúrgico celebramos diferentes advocaciones de la Virgen María, fiestas de los Apóstoles, de mártires y confesores de la fe que vivieron como verdaderos testigos del evangelio. Configuran el catálogo oficial que la Iglesia señala como referentes y como intercesores. Pero además de los santos canonizados, oficialmente reconocidos, hay otros innumerables que tienen la plenitud de la vida de Dios porque han vivido la fe y están ya junto a él en el cielo. La santidad no se recluye en una simple connotación moral, como suele pensar mucha gente para la cual los santos son los “buenos” … Santidad tiene relación con realización, madurez, plenitud sobre todo de caridad y de amor. La santidad es Dios. Quienes están con Dios experimentan al Absoluto. Son santos. Y puede haber santos no canonizados en la tierra que tengan más santidad y gloria en el cielo que otros que han sido canonizados en la tierra. Jesús, proclamando las bienaventuranzas, señaló a personas vivientes como ya bienaventuradas, celestiales, dichosas, porque estaban tomados por el espíritu de las bienaventuranzas que él proclamó en el sermón de la montaña. Hoy, en la fiesta de Todos los Santos, la Iglesia piensa en hombres y mujeres normales de todas partes, como nosotros, que han sido amigos y familiares nuestros conocidos. Son nuestros abuelos, padres, hermanos que murieron y que hoy están con Dios. Y estar con Dios es la verdadera santidad. Ellos hicieron bien su misión terrena, la realizaron con dedicación plena y alegre. No hicieron cosas extraordinarias, hicieron más bien lo que tenían que hacer como padres y familiares entregados y cariñosos, como esposos, hermanos y ciudadanos responsables. Muchos cristianos, aprovechando la fiesta laboral de Todos los Santos, acuden a los cementerios porque el día siguiente es la Conmemoración de los Difuntos. Las dos fiestas se fundamentan en la esperanza cristiana. La fiesta de Todos los Santos implica la máxima alegría en el cielo y en la tierra. En cambio el recuerdo de nuestros familiares difuntos conlleva inevitablemente un sentimiento de tristeza porque ya no están con nosotros. Cada una de estas fiestas tiene su peculiaridad y conviene no confundirlas.
La fiesta de Todos los Santos es comentada magníficamente por las lecturas de la eucaristía. El Apocalipsis nos habla de una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas. En el evangelio Jesús expone las bienaventuranzas como programa de pertenencia al Reino. Implican la identidad de la vocación cristiana, la causa y forma de la santidad cristiana y de la gloria. En la segunda lectura Juan nos ha hablado de la cercanía e inmediatez con Dios, de la visión de Dios como causa y fundamento de la bienaventuranza del cielo. La gloria es estar para siempre con Dios, viéndole cara a cara, y el estar de Dios con nosotros.
Las bienaventuranzas son no un sermón, entre otros, de Jesús. Representan la esencia y fundamento de todo su mensaje. Hablan de la reacción inmediata de todos sus oyentes, de aquellos que, escuchándole, quedaban fascinados, entusiasmados por un mensaje tan sublime, jamás oído hasta entonces. Jesús es el Hijo de Dios y vivía como tal, y hablando, transmitía un entusiasmo arrebatador que inflamaba a sus oyentes. Las bienaventuranzas son su biografía personal, su condición divina vivida y reflejada en su realidad terrena. No tienen forma de ley, sino de felicitación, porque ser ya bienaventurados es la máxima posibilidad de la existencia. Tampoco son solo una simple observancia exterior. No están formuladas de forma negativa: “no” matarás, “no”… Implican el desarraigo de la mala actitud interior y se expresan como el don de un amor positivo vivido en radicalidad, totalidad e interioridad. Son lo menos legislativo que podríamos pensar. Constituyen una plenitud de amor. Antes matar era matar. Ahora matar es ya tener malos sentimientos en el corazón. Antes fornicar era fornicar. Ahora es ya tener malos pensamientos en el corazón. Las bienaventuranzas son la riqueza del alma de Cristo, su conciencia y sentimientos entrando en el corazón del hombre y tomándolo por entero. Son la mirada de Jesús en nosotros capacitándonos para mirar y amar con él y como él. Van más allá de la ley externa, del mero comportamiento exterior, de los simples convencionalismos sociales, de los equívocos del subconsciente, de los engaños de la costumbre que desconsidera la verdad. Las bienaventuranzas representan un corazón sincero, unificado, total, sin distracciones egoístas. Se basan en la absoluta primacía de Dios y de su don. El privilegio de los pobres no son ellos, ni su pobreza, sino Dios y su intervención en ellos. Ellos son la demostración de que Dios ya está interviniendo en la historia inspirando valores paradójicos, inexplicables para este mundo, pero conformes con el ser de Dios. Dios está ya aquí con ellos. De ellos es ya el Reino de los cielos. Ellos poseen ya la tierra. Ven a Dios… Jesús, en las bienaventuranzas, más que formular leyes habla de los resultados del don de Dios.
La felicidad que Jesús ofrece no es un dato de simple experiencia sensible, ni una dulce resignación a la suerte que le ha tocado vivir al hombre. Es una experiencia interior, profunda, de vida nueva y divina que radica en Jesús y que se comunica a los que le acogen con fe. Nada tiene que ver con los que viven solo su vida y no se comprometen a nada, porque están ausentes de la historia. Es una respuesta radical, sin miedos ni reticencias. Quien ama está presente en la historia respondiendo ilusionadamente a Jesús y su plan. Los que se alejan, los ausentes, carecen de entusiasmo y de alegría. Quizás tengan una comprensión solo conceptual, pero no vivencial, de su fe. Tienen una imagen de Dios, pero no tienen al Dios vivo. Solo se aman ellos mismos. No han llegado a comprender que solo el “Tú” de Dios y el “tú” humano son el camino de la plena felicidad.
Son bienaventurados los que confían en Dios y viven su vida como don y responsabilidad. Los que valoran más la relación que la posesión, más la comunidad que su individualidad, más las personas que las cosas. Los que prefieren crecer en solidaridad y llenar su corazón de nombres a llenarlo de dinero. Los que optan por amar y no por estar tranquilos y aislados. Los que creen más que hay un mundo que cambiar que un mundo que disfrutar. Están ausentes del reino los que carecen de alegría, los descontentos, los pesimistas, los dominados por el instinto de conservación y de comodidad. Los arrastrados por la envidia, ambición, vanidad, y afán de superioridad. Los que en las pandemias de este mundo se cuidan mucho y no cuidan a nadie.
Nuestra generación creyente carece de la alegría fundamental. Es el resultado de la rebelión de la razón contra la fe. Muchos han perdido el sentido de lo eterno. Han sustituido a Dios por la razón humana. Los cristianos de estos últimos siglos han promovido una espiritualidad radicada no en la Revelación y en la liturgia, sino en devociones populares que no producen la alegría esencialmente vinculada a la Buena Nueva del evangelio. Un gran sector de evangelizadores, con el pretexto de ser sencillos, apenas transmiten nada. La pobreza de fe del pueblo refleja la pobreza de la evangelización de la Iglesia de estos últimos tiempos. Hemos perdido la alegría y emoción del Cantar de los Cantares y es preciso reencontrarla con urgencia. Esto ocurrirá cuando hablemos mucho más de las bienaventuranzas y vivamos de ellas.
Francisco Martínez
e-mail:berit@centroberit.com
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