Lecturas:2 22

Jeremías 33, 14-16  –  Salmo 24  –  1ª Tesalonicenses 3, 12-4,2

Lucas 21, 25-28. 34-36:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».

Comentario

SE ACERCA VUESTRA LIBERACIÓN

2022, Domingo Primero de Adviento

            Llega el Adviento, y con él iniciamos un nuevo año litúrgico. Es un suceso de gran trascendencia para la vivencia dichosa de nuestra fe. Es preciso conocer bien lo que celebramos en la liturgia porque de ello depende la alegría de vivir, sin la cual nuestra fe sería superficial. La liturgia consta de tres ciclos anuales, A), B) y C), que corresponden a la lectura de los tres evangelios sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas. Cada tres años estos máximos autores nos sirven de guías de la fe para celebrar la vida y el mensaje de Jesús en nuestras vidas. Del evangelio de Juan todos los años se toman unos mismos textos importantes para la liturgia anual de los tiempos fuertes, sobre todo del ciclo pascual.

Cuando visitamos un museo de arte, unos guías expertos nos explican las obras más importantes. La vida cristiana es la vida en Cristo. Las comunidades de la era apostólica conocían perfectamente que el cristianismo era la persona de Jesús enseñando y curando, “Cristo en nosotros como esperanza de gloria” (Col 1,27). Y comenzaron a leer los evangelios teniendo en cuenta los lugares y tiempos en que los hechos de Jesús acontecieron. Predicaban a Cristo como  modelo y vida de la comunidad. Conocían perfectamente que Cristo, que había venido al mundo, debía venir también a cada hombre en todos los tiempos y lugares. Y escribieron los evangelios, la vida y obra de Jesús para que, comulgando con ellos, pudieran ser también la vida de las comunidades de todos los tiempos.

A propósito de esto, y como introducción al nuevo año litúrgico, deberíamos tener muy en cuenta algo trascendental para vuestra vida fe. Dios lo sitúe en vuestros corazones para que os haga vivir la fe de manera acertada y dichosa, conforme a la tradición de la Iglesia de todos los tiempos.

Nosotros leemos hoy los evangelios en nuestras eucaristías no como simple memoria y recuerdo de lo que sucedió ayer. Sino como realidad presente y siempre actual. La Biblia no es un libro cualquiera que, primero, escribe un autor que después muere y ya solo pervive en el puro recuerdo. Los libros de la Biblia han sobrevivido a causa de su permanente utilización en las reuniones litúrgicas. La Biblia se fue elaborando en función de una proclamación y de una escucha comunitaria. Los primeros cristianos se reunían para leer y releer los testimonios. Cuando en las asambleas se relee la Biblia, los acontecimientos originales dejan de ser hechos pasados y son elevados a la categoría de modelos perennes de la identidad del pueblo. Cada generación, leyendo y reviviendo lo mismo, se transforma en aquello que proclama. El libro se escribe no en papel, sino en los corazones, no con tinta sino con Espíritu Santo. Libro y pan van siempre unidos. Palabra y sacramento se identifican. El sacramento hace lo que la palabra anuncia. Y la palabra proclama lo que el sacramento oculta. Comemos el pan creyendo la palabra. Así, las fiestas del Señor contienen para nosotros la realidad misma que conmemoran. Leyendo el evangelio, y comiendo el pan, nos hacemos cuerpo místico de Cristo. Nos hacemos él, “discerniendo el “cuerpo”, como dice Pablo, y “comiendo el libro”, viviendo en comunión con Cristo.

El verdadero contenido del Adviento-Navidad es la venida real y sorprendente de Cristo hoy a la comunidad creyente y a cada uno de nosotros. Fue indudablemente maravillosa su venida ayer a Palestina, en aquella primera navidad histórica que hizo posible la existencia entre nosotros de un Hombre que era Dios. Será también asombrosa su venida al final de los tiempos en el juicio final. Los que vivimos ahora, en este entretiempo, tenemos el peligro de pensar solo en esas dos venidas, que son indudablemente transcendentales, desconsiderando la que se realiza ahora en la celebración litúrgica de la navidad y de la pascua. Nuestra generación creyente tiene una especial necesidad, muy por encima de las devociones populares, que son de inspiración particular, de ahondar en la naturaleza de la venida misteriosa que Cristo realiza hoy en la liturgia. Obedece al gran plan de Dios sobre el mundo. En ella Cristo mismo está y actúa realmente, y solemos decir que lo hace misteriosa y espiritualmente. Estos términos pueden hacer pensar a alguno que se trata de una venida simbólica, no tan real. Sin embargo, esta venida hoy en la liturgia tiene importancia decisiva y determinante, pues la venida histórica de ayer en Palestina y la que realizará en el juicio final,  existen en función de esta venida suya hoy a nosotros. De ella va a depender nuestro destino eterno. La vida de fe del cristiano no es solo una vida espiritual cualquiera, sino la vida en Cristo.

Dios toma siempre la iniciativa, y la pedagogía con la que él preparó la venida histórica de su Hijo ayer al mundo en Palestina, hoy la Iglesia la retoma  en la liturgia, la misma, con los mismos textos bíblicos, para preparar la venida de Cristo a la comunidad y a cada uno de nosotros.

La celebración perenne de la vida de Cristo durante el año litúrgico, de adviento a Pentecostés, representa el fundamento y la estructura de toda la vida cristiana. Es preciso conocer bien lo que celebramos. Una casa no se sostiene sin fundamento ni armazón. Vemos los efectos fatales de huracanes e inundaciones en poblaciones pobres de países del tercer mundo. Al no tener las casas consistencia, son drásticamente barridas por los elementos. Cuando, al contrario, transitamos por los ensanches urbanos de las ciudades modernas, vemos las numerosas estructuras de las nuevas edificaciones. En los países desarrollados no se permite la inmensa torpeza de hacer construcciones sin consistencia. Sin embargo, este grave error se comete lamentablemente en la comunidad cristiana cuando no es educada en la centralidad y permanente pervivencia de la persona y vida de Cristo, tal como la celebramos en la eucaristía y en los evangelios de los domingos.

El adviento es tiempo de espera. Cristo viene a la comunidad cristiana y esto debería notarse en nosotros. Cristo vive con nosotros, en nosotros, dentro de nosotros. Nos está haciendo concorpóreos suyos, solidarios de su persona y de su destino. Debemos prolongar en nosotros su persona y los misterios de su vida. El Hijo de Dios quiere comunicar y extender sus misterios en nosotros y en toda la Iglesia, su cuerpo. Quiere prolongar en nosotros su encarnación, su nacimiento y su vida oculta, el misterio de su pasión, muerte y resurrección, para culminar en nosotros su vida gloriosa en los cielos. Cristo no estará completo hasta que nosotros no estemos identificados con él.

La venida de Cristo fue anunciada por Isaías, señalada por Juan el Bautista y acogida con fidelidad ejemplar por María. Son, en la liturgia, los tres grandes testigos y modelos de la esperanza. Debemos acogerlos. Isaías, en su tiempo, apeló a la conciencia de su pueblo que se había apartado de Dios. Exigió pureza de corazón. Fue el maestro espiritual del adviento judío. El Bautista aparece repetidamente en la liturgia de estos días. Si los profetas nos dicen cómo será el Mesías, Juan el Bautista nos dice quién es el Mesías. Isaías habla de aquel que vendrá. El Bautista señala a aquel que ya ha venido. María es la gran figura de adviento. Ella vivió el mejor adviento desde la anunciación al nacimiento de Jesús. Es la fiel acogedora de la palabra hecha carne. Su propia sangre fue la de Cristo. María es Jesús comenzado. Ella hizo posible la primera navidad y es modelo y cauce de todas las venidas de Dios a los hombres. La Virgen María es modelo de espera mesiánica por sus sencillez, humildad, reconocimiento agradecido. Fue total en el amor a Dios. El adviento es tiempo mariano por excelencia. Ella es la mejor preparación y consumación del misterio cristiano. Por su fidelidad ella es el modelo de la Iglesia. Que ella nos prepare a recibir a Jesús.

Francisco Martínez

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