Lecturas

Reyes 17, 10-16  –  Salmo 145  –  Hebreos 9, 24-28

Marcos 12, 28-44: En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.»
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.
Llamando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»

Comentario:

ESTA VIUDA POBRE HA ECHADO MÁS QUE NADIE

2021, 32º Domingo Ordinario

            El evangelio de hoy representa el fin de la larga enseñanza de Jesús durante su camino a Jerusalén. Al llegar a Jerusalén los discípulos presencian el grave incidente de la expulsión de los vendedores del templo. Y son también testigos de las fuertes controversias con los sumos sacerdotes, y con los escribas, con los fariseos, los herodianos y los saduceos y con los doctores de la ley. En el evangelio de hoy mantiene una durísima crítica contra los escribas y dirige una importante enseñanza a sus discípulos. Jesús llama la atención de sus discípulos sobre el comportamiento hipócrita y prepotente de los doctores de la ley que son el contramodelo discipular. Sentado con sus discípulos junto a la sala del Tesoro, observaba cómo la gente echaba dinero en el cepillo. Mientras muchos ricos echaban en cantidad, una viuda pobre echó unas monedas mínimas. Jesús dijo a sus discípulos: “esa viuda, que es pobre, ha echado en el cepillo  más que nadie, porque todos han echado de lo que les sobra, mientras que ella ha echado de lo que le hace falta, todo lo que tenía para vivir”.

La limosna era muy importante en el pueblo judío.  Era una de las “buenas obras” necesarias para el verdadero cumplimiento de la religión. Así se reconocía que todos los bienes son de Dios y que nosotros somos simples administradores. Jesús privilegia la limosna de la viuda porque compartía no lo que le sobraba sino todo lo que tenía, lo necesario para vivir. Las viudas en el mundo bíblico son la imagen de la pobreza más absoluta. No solo pierden la protección económica y social, sino que perdían la misma identidad religiosa. La primera lectura del primer libro de los Reyes nos habla del profeta Elías, exiliado, pidiendo ayuda a una viuda, doblemente pobre, que no solo era viuda sino que además, carecía absolutamente de todo. Pero daba todo lo que le quedaba por comer antes de morir. En premio Dios, por medio de Elías, le promete que no se tendrá que inquietar más por su alimentación durante el tiempo de hambre. Jesús refiere que la viuda del templo da dos monedas pequeñas que es todo lo que tiene para vivir. Es una mujer que lo espera todo de Dios, protector de los pobres. Su gesto era la mejor confesión de fe en Dios. Su actitud contrasta con la de los escribas que devoran los bienes de las viudas. Jesús hace referencia a la viuda cuando está hablando de los maestros de la Ley, aquellos que enseñaban al pueblo de Israel lo que Dios trasmitía través de la Escritura. Y los acusa de hipocresía, al vivir demasiado bien, de vanidad al procurar puestos de honor, de avaricia por tomar el dinero de otros con el pretexto de la oración. Palabras duras de Jesús que ofrecen un fácil paralelismo en la actualidad.

Jesús, al referirse a la pobre viuda del templo, exterioriza una sensibilidad personal que rebasa el sentimiento de compasión que le provoca su imagen, su extrema pobreza y su gesto conmovedor. En la imagen de la viuda se estaba reflejando él mismo en persona. También Jesús entregó por nosotros todo lo que tenía, que era él mismo. “Conocéis bien la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquezcáis con su pobreza” (2 Cor 8,9). Al encarnarse, por amor, cambió la omnipotencia por la impotencia absoluta. Y asumió la pobreza extrema, la crisis corporal, psicológica, social, religiosa jamás vivida por nadie.  Asumió todas nuestras iniquidades. Por nosotros se hizo maldición (Gal 3,13) y pecado (2 Cor 5,21). “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único…” dice Juan refiriéndose a la ofrenda voluntaria de Jesús por nosotros (Jn 3,16).

Jesús nos enseña a vivir la gratuidad absoluta. Es un Dios encarnado, un Hombre Dios. Nos ha enseñado la gratuidad y generosidad viviendo y dándose del todo por nosotros, amando hasta el extremo. Jesucristo es lo más grande, noble y limpio que ha conocido la humanidad de todos los siglos. Su forma de amar alcanza lo jamás visto e imaginado. El don que Dios hace de su Hijo a la humanidad significa la garantía de que este Dios jamás nos fallará porque está comprometido en dárnoslo todo, en darse él mismo del todo en lo más profundamente personal, seguir amando incluso en la ofensa, en la experiencia misma de la incomprensión más inhumana. Dios no ha querido manifestarse como un Dios temido, sino más bien querido. No le satisface ni el cumplimiento legal ni el temor reverencial. Dios ama en serio y la mayor ofensa es no creer en su amor. Su máxima instancia en el Antiguo y Nuevo testamento no es solo que creamos en él, sino que creamos el amor que nos tiene. El cenit de la obra de Dios en favor del hombre es que, amados divinamente por Dios, lleguemos nosotros a amar divinamente a Dios en su propio amor. Suyo es el amor con que él nos ama, y suyo es el amor respuesta de fidelidad con el que podemos amar y amaremos a Dios. Cristo es el fundamento y la medida de la gratuidad de la comunidad que, amada en Cristo, es capaz de devolver un amor infinito, en él. Con el amor que él nos ofrece, nos pide perdonar y tener misericordia sin límites creando una cultura desconocida, absolutamente insólita, más celeste que terrena, la del perdón de los enemigos. Cristo representa  la introducción entre nosotros y dentro de nosotros, del modo de ser propio de Dios que es la infinita gratuidad. En las relaciones con todos los hombres no se contenta ni se restringe a abstenerse del mal. Enseña a vivir el amor en radicalidad, interioridad y totalidad. Y afirma que este es el mismo amor de Dios derramado en nuestros corazones, que tiene la virtualidad de que, amando nosotros, Dios mismo ama en nosotros. Cristo nos libera de la ley sobrepasándola. La ley da lo debido. El amor de Dios en nosotros da hasta lo indebido. Dios, amando, se da él mismo.

Hermanos: amemos con amor de gratuidad. Nada quiere tanto Dios de nosotros. Y nada tan grande podemos desear para nosotros.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail:berit@centroberit.com

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