Lecturas

Éxodo 16, 2-4. 12-15  –  Salmo 77  –  Efesios 4, 17. 20-24

Juan 6, 24-35:En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»
Jesús les dijo: «Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.»
Le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»
Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.»
«¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: «Dios les dio a comer pan del cielo.»»
Jesús les contestó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.»
Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan.»
Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»

Comentario:

EL QUE VIENE A MÍ NO PASARÁ HAMBRE

2021, 18º Domingo ordinario

         Desde este domingo la liturgia interrumpe la lectura del evangelio de Marcos y para introducirnos a fondo en el misterio de la eucaristía nos ofrece  la escena de la multiplicación de los panes y el discurso de Jesús sobre el pan de vida del evangelio de Juan. Lo hace en cinco domingos seguidos. Pero este año, al coincidir las fiestas de Santiago y la Asunción de María en domingo, la liturgia dominical se cambia por la de estas dos festividades litúrgicas. Aunque los ritualistas lo organizan de esta manera, pienso que  no deja de ser un fallo la valoración que subyace porque mutila el ciclo cristológico ordinario en favor del santoral. No es que Santiago y la Asunción no sean fiestas importantes. Pero el discurso sobre el pan de vida de Jesús, es vital para la comunidad cristiana. Tanto más ante la muy deficiente estimación actual de la eucaristía por parte de nuestro pueblo.

Un grupo de personas, testigos de la multiplicación de los panes, se encuentran con Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. Habían quedado saciados y por este motivo no le dejan marchar. Jesús les dice que demuestran más interés por el alimento que perece que por el que perdura para la vida eterna. Y les conduce del alimento material al alimento que no perece, relativizando los bienes materiales, recalcando la importancia de la fe para obtener el alimento de vida eterna, y no reduciendo a Jesús a la figura del antiguo Moisés que consiguió el maná para su pueblo.

En el trasfondo de la escena, se  destaca terminante la afirmación de Jesús. Saciar las necesidades materiales es un paso afortunado y necesario, pero nunca la abundancia de bienes podrá satisfacer el hambre y la sed del corazón. Si permanecemos tranquilos cubriendo solo las necesidades del cuerpo, irá creciendo una inquietud insaciable en la búsqueda de nuevas satisfacciones y nos entregaremos a una carrera sin fin. Jesús dice: “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura hasta la vida eterna”. Efectivamente, estamos llamados a colmar al hombre integral, cuerpo, alma y espíritu. Para ello debemos satisfacer la parte más noble del hombre: los sentimientos, el espíritu, la fe. El Señor dijo: “Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia, y todo esto se os dará por añadidura” (Mt 6,33). El reino de Dios pasa por encontrar a Jesús, ya que solo él puede ofrecernos el alimento que no tiene caducidad.

El hombre está hecho por Dios y para Dios. Dios lo creó a su imagen y nunca dejará de ser aquello mismo para lo que fue creado. Está hecho por el Absoluto y para el Absoluto. En consecuencia se aleja de sí mismo en la medida en que se aleja de Dios. El verdadero drama del hombre es o bien que se aleja a sí mismo de Dios, o que se busca a sí mismo con el pretexto de Dios. Dios ha querido crear en el hombre un ser finito,  pero llamado a la infinitud. El hombre, finito en su naturaleza, es infinito en su capacidad y deseos. Dios ha hecho del hombre un ser convocado a convivir y compartir con él. Esta es una verdad fundamental que responde al testimonio unánime y fehaciente en todas las páginas de la Biblia. El ser humano está convocado a un desenlace que rebasa su propia estructura nativa. Dios lo destina al Absoluto. Lo que el hombre es por creación no le basta para llegar a ser lo que debe ser, partícipe de la divina naturaleza. El hombre, ser de limite,  está desprovisto por definición, de capacidad de poder traspasar por su pie su propia frontera constitutiva, para alcanzar su verdadera identidad. Solo Dios puede conducirle en su propia casa. Rechazar a Dios es perderse.

El rechazo de Dios por parte del hombre moderno es un hecho evidente. El ateísmo práctico por parte de un gran número de cristianos hoy es una constatación tan cierta como universal. El abandono de la práctica sacramental está también a la vista de todos. En la Iglesia hay hombres importantes que no dan la impresión de estar preocupados por este fenómeno verdaderamente aterrador del abandono de la fe de tantos creyentes. Muchos se han ido. Queda un resto, y no siempre la gente que practica le deja a Dios ser y hacer de Dios de la vida. Vivimos hoy un cristianismo arbitrario que está muy alejado del evangelio y de los principios serios del magisterio fundamental. No hablo ahora de los que parece que se han ido en serio. Ellos no me oyen. Me refiero al resto, al pequeño grupo que en ocasiones acude al templo. Abunda hoy una práctica exterior, epidérmica, desmotivada. Abundan quienes, desparramados en el exterior, carecen de interioridad. Hay cristianos paralizados en expresiones culturales de la fe, pero que no viven de la fe y según la fe. En quienes domina la costumbre, pero no la verdad. Viven cerrados en el interés, pero desconocen la gratuidad. No viven la liturgia original, sino sus interpretaciones culturales. Abundan hoy en la Iglesia los “cargos” y “títulos” y escasea la misión y la responsabilidad. En la Iglesia hoy obligamos y coaccionamos, y no fascinamos ni atraemos. Señalamos pecados que no lo son tanto y omitimos y silenciamos grandes pecados reales. Atamos a costumbres inveteradas y no practicamos la iniciación a la verdad. Inmovilizamos en la costumbre  y no introducimos en la presencia del misterio de la liturgia. Asistimos a Misa, pero no somos pan compartido y evangelio comulgado para los que están lejos. Practicamos y fomentamos devociones populares y no entramos en la celebración de la fraternidad, de la cruz y del misterio pascual.

Una situación de crisis puede ser una ocasión propicia para una verdadera conversión. En ocasiones sobreviene una crisis porque lo que se vive o se cree vivir, no representa la verdad de un hecho. El que haya un error en nuestra vida no quiere decir que todo sea error.  El hambre de verdad y de amor es la energía más positiva del hombre. Es cierto que muchos, al abandonar su fe, en realidad abandonan no una vivencia auténtica, sino una forma insuficiente, cuando no adulterada de la verdad. Pero la verdad existe. Cristo se atrevió a decir: “Yo soy la Verdad”. La fe verdadera no es un sistema de verdades, ni una moral. Es una persona, Cristo, no solo conocida, sino vivida. Millones de personas han hecho esta experiencia y no han salido decepcionados. San Agustín es modelo de búsqueda y encuentro. Escuchemos su testimonio: “¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, Y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste. Y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Busquemos y encontraremos. Nada quiere tanto el Señor como ser buscado y encontrado.

Francisco Martínez

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