Lecturas

Isaías (22,19-23)

Romanos (11,33-36)

Mateo (16,13-20)

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

 

TÚ ERES EL MESÍAS, EL HIJO DE DIOS

2023, 21 Domingo Ordinario

Jesús, después de una predicación intensa, conduce a sus discípulos al norte de la Palestina geográfica, de ambiente y cultura paganos. Busca un espacio de aislamiento y oración. Allí va a acontecer una revelación de suma importancia. Jesús transmite un mensaje de absoluta novedad que, primero, confía a un pequeño resto de Israel. Inaugura la revelación del Mesías víctima que triunfa –¡suceso inédito!- mediante una voluntaria victimación. Jesús va formando a sus íntimos. En un momento determinado hace a sus discípulos una pregunta trascendental. Más allá de lo que dice y hace,  lo que parece ahora importarle es que sus discípulos lleguen a conocer quién es verdaderamente él. Jesús habla del  “Hijo del Hombre” como personaje misterioso y trascendente, y da a entender de forma enfática que se refiere a él mismo. Llega a decir que un día “vendrá con gloria y poder con sus ángeles para reunir a los elegidos”. Jesús se vincula expresamente también a la denominación de “Mesías” y de “Hijo de Dios”. En algunos momentos singulares Jesús proyecta la sombra de la cruz en su propio camino y en referencia al “Siervo de Yahvé”. 

Jesús sorprende a sus discípulos con la pregunta “¿quién soy yo, para vosotros?”. Pedro, con el asentimiento de los discípulos, confiesa la fe diciendo que Jesús es el Mesías y el Hijo vivo de Dios. Este versículo no es solo crónica, sino síntesis de la confesión de fe de Pedro. En Pedro se cumple la bendición de Dios que revela a los pequeños su plan de salvación. El vértice de este conocimiento es que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios. Este es el momento crucial del desarrollo de la catequesis evangélica. Muchos dicen que Pedro habría confesado, con plena conciencia, la estricta condición filial divina de Jesús. Otros, en cambio, hablan de la indefinida y progresiva percepción de una misteriosa y superior personalidad de Jesús que va culminando progresivamente en la conciencia clara de la verdadera filiación divina. 

La confesión de Pedro es pura gracia de una revelación del Padre. Reconocer que Jesús es Hijo del Padre representa el vértice de aquel conocimiento superior, exclusivo de los humildes, a quienes Dios se comunica con gozo. Esta confesión está en plena sintonía con la voz del cielo ocurrida en el Bautismo y en la Transfiguración de Jesús. No la produce la carne o la sangre, el hombre en su caducidad y limitación. Solo Dios.  

A la confesión “Tú eres el Mesías”, de Pedro, sigue la proclamación de Jesús: “Tú eres Pedro, roca o piedra”. “Roca” es un título que ya el Antiguo Testamento aplica a Dios. Hace referencia al fundamento que sostiene el edificio. Simón Roca es a la Iglesia lo que una piedra o cimiento es a la casa que edifica un constructor  prudente. Se quiere significar la situación de una seguridad probada. Pedro es para la comunidad eclesial lo que el fundamento es para una casa, principio de unidad y de firmeza o de seguridad. La Iglesia edificada sobre roca evoca una situación de seguridad combatida. La fe está siempre en combate en el discípulo creyente. La expresión recuerda la analogía de la victoria sobre el enemigo. A la comunidad se le da el nombre de Iglesia. Jesús es el centro de esta convocación o congregación. La palabra Iglesia no explica por sí sola la elección. Es una predilección paulina reflejada también en los Hechos. 

Jesús, en reciprocidad, dice a Pedro “Lo que ates en la tierra, será atado en los cielos. Lo que desates en la tierra será desatado en el cielo”. El texto tiene varias líneas de significación: moral, que declara algo obligatorio o no; jurídico-social, que separa o no a un miembro de la comunidad; y trascendente, que retiene o perdona los pecados. 

Este texto se refiere a Pedro y a sus sucesores. Es cierto que el pronombre “tú” singular se refiere a la persona de Pedro. Pero no podría referirse a su individualidad exclusiva. Pensar así sería conceder que las puertas de la muerte habrían vencido a Pedro al morir. El interés de la frase converge en la expresión “edificaré mi Iglesia”. Efectivamente es la Iglesia que sobrevive a la caducidad individual de Pedro. Así se interpretó generalmente leyendo un evangelio que es fuente de principios y no código  de estructuras. 

En este evangelio Pedro confiesa a Jesús y Jesús confiesa a Pedro. Jesús se ha revelado progresivamente y la grandeza de esta revelación es la causa de que Jesús llame bienaventurado a Pedro. Pedro convive con Jesús. Conoce se mensaje y sus signos. Pero Pedro no se ha quedado en las mediaciones, en las obras externas de Jesús.  Ha llegado a conocer con una luz interior que Jesús es Hijo de Dios y Mesías. No es un conocimiento informativo, sino un conocimiento interior, obra directa de Dios. Solo el Padre puede interiorizar este conocimiento. En el evangelio de Juan aparece manifiesto que en Dios dar a conocer, iluminar, es lo mismo que engendrar. Jesús une este conocimiento con la bienaventuranza. Es “luz de la gloria”. La mayoría de cristianos tiene una percepción conceptual del Jesús de la historia, de aquel personaje que vivió ayer en Palestina, del Jesús “según la carne”, presente hoy en el recuerdo, al que se le puede tener incluso una devoción afectiva. Pero es distinto el conocimiento propio de Dios que él concede a quien quiere. Es un conocimiento misterioso o místico  centrado en un Cristo no solo conocido, sino vivido, mediante la progresiva escucha de la palabra y la comunión del pan. Es una presencia divinizadora que no se limita a transmitir conceptos e ideas. Es sabiduría, pues graba en cada creyente la misma vida y los misterios de la vida del Señor, en especial de su muerte y resurrección. Del Cristo hoy glorioso y resucitado emana una corriente de vida en la comunidad del tiempo. Pues él es  “el primogénito”, “la plenitud”, “la cabeza”, que trasfunde en nosotros todo lo que es y vive.   

En este mismo evangelio Jesús afirma la singularidad de Pedro que recibe la misión de confirmar en la fe a la comunidad creyente. Este encargo de Cristo se ha reflejado en la historia en el hecho de que el obispo de Roma encarna y prosigue la sucesión apostólica de Pedro como principio de unidad y de verdad en la comunidad cristiana universal. Esto nos pide a todos los cristianos un alto sentido de agradecimiento a Dios  y de fidelidad y de comunión con el Papa. 

Francisco Martínez

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *