El pasado día 13 de enero, prosiguieron las clases del curso anual de teología del Instituto Diocesano de Estudios Teológicos para Seglares; en esta ocasión, con una ponencia sobre los laicos en una Iglesia sinodal, a cargo de D. Ángel Lorente, coordinador del equipo sinodal de la Archidiócesis de Zaragoza. en su intervención ofreció un esquema detallado sobre el tema y reflexionó sobre la importancia de la sinodalidad en la vida de la Iglesia.

En primer lugar, Lorente se refirió a la importancia de la actual fase del proceso sinodal, la de la implementación. El proceso sinodal, que ha involucrado tres años de escucha a nivel parroquial, diocesano, nacional, continental y universal, se encuentra ahora en la fase de aplicación. El ponente instó a no perder la oportunidad de participar activamente en este proceso, incluso para aquellos que no lo hicieron durante la etapa de escucha. El sínodo no es solo un documento teórico, sino una recopilación de un proceso real con propuestas concretas. Enfatizó que «sin cambios concretos a corto plazo, la visión de una iglesia sinodal no será creíble», señalando la necesidad de acción y compromiso por parte de las iglesias diocesanas y cada miembro de la Iglesia.

Las decisiones tomadas en las asambleas sinodales se consideran magisterio pontificio ordinario, con el respeto que esto implica. El sínodo no ha terminado; hay temas sin consenso que se mantienen abiertos para discusión futura, como el diaconado femenino, y reconoció el trabajo del sínodo diocesano de Zaragoza hace 40 años como precedente de temas relevantes como iglesia comunión, corresponsable y misionera.

La sinodalidad se define como «caminar juntos los cristianos con Cristo y hacia el reino de Dios, en unión con toda la humanidad«. Se subraya la importancia del estilo de la escucha, el diálogo, el discernimiento comunitario y la toma de decisiones consensuada. La sinodalidad es un estilo de vida cristiana que incluye la escucha activa y la toma de decisiones conjuntas. Implica una renovación espiritual y una reforma estructural para una iglesia más participativa y misionera. Está intrínsecamente ligada a la misión de cada bautizado como discípulo misionero.

Destacó la necesidad de favorecer una espiritualidad Sinodal: el Espíritu Santo es el protagonista del proceso sinodal. La sinodalidad requiere una espiritualidad de escucha, oración, humildad y disponibilidad. La metodología de la “conversación en el espíritu” se menciona como una herramienta clave para este discernimiento. Mencionó igualmente que el estilo sinodal implica “escucharnos unos a otros, pero escucharnos para luego llegar a acuerdos o a consensos y para tomar decisiones”.

Por lo que se refiere al laicado, como Pueblo de Dios, recalcó la radical igualdad de la dignidad bautismal. Todos, incluyendo laicos, tienen derechos y deberes como miembros del Pueblo de Dios. Y enfatizó la corresponsabilidad diferenciada, donde cada uno tiene su propia misión, pero todos son responsables de la misión de la Iglesia. Invitó igualmente a redescubrir la importancia del bautismo y sus implicaciones en la vida de cada creyente y subrayó que el Vaticano II promueve que “somos todos corresponsables, pero corresponsables de una forma diferenciada”.

Todos los bautizados tienen dones y carismas del Espíritu Santo. El sínodo invita a redescubrir la variedad de carismas, vocaciones y ministerios. Se destaca que todos estamos llamados a la misión, no solo los misioneros o personas más mentalizadas.

El sínodo invita a una conversión de las relaciones, los procesos y los vínculos. Se propone un cambio en la mentalidad, especialmente en cómo se percibe al laicado, pasando de ser colaboradores del clero a ser responsables de la Iglesia.

El ponente enfatizó la importancia de participar en asambleas parroquiales y consejos, así como en otras estructuras de la Iglesia y subraya la necesidad de transparencia en la gestión económica y pastoral. Las autoridades eclesiales, como obispos y párrocos, tienen el deber de escuchar a quienes participan en la consulta y actuar en consecuencia.

La tarea primordial del laicado es «impregnar y transformar las realidades temporales», incluyendo la familia, el lugar de trabajo, la política, la sociedad, y la ecología. El compromiso específico de los laicos es su participación en el mundo “sin centrarse exclusivamente en las actividades que tienen lugar en el interior de la iglesia”. Hizo un llamado a involucrar a cristianos comprometidos en la política, la cultura y la sociedad en los órganos de participación.

Respecto al papel de la mujer, reconoció que aún existen obstáculos para que las mujeres obtengan pleno reconocimiento en la Iglesia. «No hay nada que impida que las mujeres desempeñen funciones de liderazgo en la iglesia» y que «lo que viene del Espíritu Santo no puede detenerse». Se reconocen avances en la participación de las mujeres en cargos de responsabilidad en la diócesis.

El documento sinodal presenta una autocrítica de la Iglesia ante los abusos y un diagnóstico de los problemas del mundo, incluyendo guerras, explotación, violencia y descuido de la casa común.

Por lo que se refiere a la fase de implantación del Sínodo, se anima a leer el documento sinodal y a aplicar sus propuestas en la vida diaria, tanto individualmente como en comunidad, recomienda utilizar los recursos digitales provistos en el documento final y sugierió realizar una revisión de vida personal y comunitaria basada en los principios del sínodo, incluyendo una evaluación periódica de los avances en la sinodalidad. Insta a la formación en la metodología de la conversación en el espíritu.

Como conclusión, el sínodo representa una oportunidad para una renovación espiritual y estructural de la Iglesia, basada en la escucha, el discernimiento, la participación y la misión. Se destaca la importancia de la conversión personal y comunitaria, el papel central del Espíritu Santo y la llamada a vivir una fe comprometida en el mundo. El documento final es una invitación a «caminar juntos» hacia una Iglesia más sinodal y fiel al Evangelio. El ponente terminó su intervención con la idea de que la Iglesia existe para testimoniar la Resurrección de Jesús y que el sínodo es un camino para ser fieles a Cristo resucitado.

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