El pasado jueves, día 4 de julio de 2024, falleció, a los 94 años de edad, D. Francisco Martínez García, fundador y presidente vitalicio del Centro Berit, después de una vida entregada a la Iglesia y a la formación teológica, espiritual y pastoral

Francisco Martínez nació en Ibdes, provincia de Zaragoza, el día 27 de octubre de 1929. Huérfano de padre desde niño, quedó al cargo de su madre, Dª Josefa, y de su tío, el sacerdote D. Jesús García. Después de sus estudios de Licenciatura en Teología en la Universidad de Comillas, fue ordenado sacerdote en 1952, incardinándose inicialmente en la Diócesis de Tarazona. Inició su labor pastoral en la Comarca de Calatayud.

El 30 de septiembre de 1959 accedió por oposición a la Cátedra de Teología Espiritual del Seminario Metropolitano de Zaragoza. Dicha tarea marcó profundamente su vida, reportándole, como él siempre decía, un bagaje que le permitió profundizar en los grandes temas nucleares de la fe, sobre los que versaría su reflexión teológica y su orientación espiritual. Durante toda su labor académica formó a cientos de seminaristas que pasarían por sus clases durante más de cuarenta años de ejercicio docente.

En noviembre de 1959 fue nombrado Director Espiritual del Instituto Miguel Servet de Zaragoza. De aquella época aún quedan personas que recibieron su dirección espiritual a las que les marcó de tal forma que, todavía le acompañaban en la última etapa de su vida, más de setenta años después. Dirigió en aquella época espiritualmente a cientos de jóvenes, cuya orientación todavía conservan hoy en la memoria y en el corazón. De aquellos primeros momentos de actividad pastoral mantendría siempre su celo apostólico y su preocupación por el acompañamiento espiritual.

Fueron momentos de gran actividad pastoral: cursos de formación para laicos y religiosas, ejercicios espirituales, charlas divulgativas, que coincidieron con un momento crucial en la historia de la Iglesia, la convocatoria y celebración del Concilio Vaticano II. En sus clases, D. Francisco explicaría las corrientes teológicas que en las que se basaron las discusiones conciliares y la influencia de Congar, De Lubac, Bouyer, Urs Von Balthasar entre otros. Pronto surgiría la inquietud de continuar esa labor formativa y extenderla a un mayor número de personas.

En 1963, D. Francisco dirigiría los Ejercicios espirituales a las Monjas Carmelitas de la A. O. de la Puerta del Carmen de Zaragoza. En 1964 ceden desinteresadamente algunos de los sótanos del Convento para establecer en ellos un Centro de difusión de la fe cristiana. Comienza de inmediato la actividad formativa: nace el Centro Berit, que entre 1973-74 se trasladaría definitivamente a la calle Hermanos Albareda, 14 y por el que han pasado más de diez mil alumnos en sus diferentes actividades e iniciativas.

En octubre de 1972, sería nombrado por el entonces Arzobispo de Zaragoza, D. Pedro Cantero, Vicario de Pastoral de la Ciudad de Zaragoza; en abril de 1974, Canónigo del Pilar, y en 1978, Vicario General de la Archidiócesis, tarea que desempeñaría durante casi cuarenta años.

La reflexión intelectual de D. Francisco se tradujo en una ingente producción teológica y espiritual. Entre sus libros se encuentran “El misterio de la liturgia: Dios y el hombre al encuentro” (1966), “La revisión de vida” (1970), “El libro de la vida cristiana” (1996), “He creído en el amor” (2001), “La fracción del pan de la comunidad” (2001), “Vivir el año litúrgico” (2002), “Dejarnos hablar por Dios” (2006) así como múltiples folletos, editados por el Centro Berit, tales como “Nueva evangelización y catecumenado”, “Guiados por el Espíritu”, “Dios, nuestro Padre”, “Nuestra vida en Cristo”, “Cristo y la felicidad humana del hombre”, “La Resurrección de Cristo y la nuestra, acción perenne del Espíritu Santo”, “María en el Misterio de Cristo

La muerte de D. Francisco Martínez constituye, para todos los que formamos parte del Centro Berit, una pérdida irreparable. En este momento de tristeza, nos embarga un sentimiento de profundo agradecimiento por su vida y su persona.

D. Francisco ha sido para nosotros un pastor, un padre y un amigo. Nos ha enseñado el verdadero significado de “ser comunidad”. Nos ha acompañado sin excepción en nuestros acontecimientos vitales más importantes: cumpleaños, nacimientos, bautizos, comuniones, confirmaciones, bodas, entierros… Ha estado siempre presente en los momentos más felices y también en los más dolorosos.

Con tenacidad inquebrantable nos ha animado siempre a vivir en serio, a profundizar en una fe fundamentada en la vivencia de que no solo somos cristianos, sino que nuestra vida es Cristo, y que, en consecuencia, estamos llamados a ser personas “sí”, personas “cielo” para los demás, a sentirnos Iglesia, solamente Iglesia y totalmente Iglesia.  Con él, hemos creído en el amor de Dios, y que si Dios es amor, resucitar es amar; hemos aprendido la importancia de la cruz, no la de madera, sino la que conlleva amar; hemos tenido el año litúrgico como nuestro año natural, tratando de vivir el domingo a la manera cristiana en la era del Espíritu y viviendo nuestra propia vocación y gestionando los asuntos temporales tratando de ordenarlos según Dios.  D. Francisco siempre decía que el cristiano no muere, entrega su vida, y prueba de ello es su ejemplo.

Hemos sido testigos privilegiados de su testimonio de servicio a la Iglesia, a muchas personas que le han conocido, a nuestra comunidad Berit, a muchas comunidades religiosas (en especial, a las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, a las que tanto apreciaba), sacerdotes y laicos.  Hemos vivido su pasión por establecer un diálogo constante entre fe, cultura y ciencia.

Con extremada generosidad, se ha entregado incansable y radicalmente a la misión. Hemos sido testigos de su trabajo, infatigable y constante, pero, sobre todo, ilusionado, entusiasmado, incluso en su edad más avanzada, para realizar nuevas iniciativas, nuevas publicaciones, nuevas fórmulas en la iniciación a la fe y la evangelización, en la formación de tantos fieles en Zaragoza, a través del Instituto de Teología para Seglares y de Berit.

Quedará su legado, su pensamiento y su testimonio. Pedimos al Señor que nos de la gracia de hacerlos vida.

Manifestamos nuestro agradecimiento y profunda gratitud a D. Francisco y al Señor por su persona y su vida.

D. Francisco, formas parte indisoluble de nosotros.

Nunca te olvidaremos.

Gracias infinitas.

Descansa en paz.

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