Lecturas
Ezequiel 17, 22-24 – Salmo 91 – 2ª Corintios 5, 6-10
Marcos 4, 26-34:
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha.»
Les dijo también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra.»Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
Comentario
PARÁBOLAS DE LAS SEMILLAS QUE CRECEN
11º Domingo ordinario
Hace quince días, en Pentecostés, dimos fin a la celebración del tiempo pascual y hoy retomamos los domingos llamados “ordinarios” del año litúrgico. Hemos interpuesto dos domingos con unas celebraciones especiales, la Santísima Trinidad y el Corpus Christi, que representan unos añadidos históricos a la celebración ordinaria del Misterio pascual. Y hoy concretamente celebramos el domingo once de esos domingos ordinarios. Recordemos una vez más: hoy es domingo, el día que trae origen del mismo Señor que, como dice Juan, se les apareció “el primer día de la semana”, y de nuevo, “a los ocho días”, fundando lo que ahora precisamente denominamos el domingo, o “el día del Señor”. Desde aquellas dos apariciones la Iglesia no ha cesado nunca de celebrar su reunión con su Señor resucitado. El domingo es el momento esencial de la vida cristiana: el día de la reunión de la comunidad cristiana, de la palabra de Dios, del Memorial del Señor, de la fiesta y del descanso, de la caridad fraterna, el día de la eternidad anticipada.
Ahora, acabado el ciclo pascual, volvemos a recuperar el evangelio de Marcos que dejamos a mitad de febrero al comenzar el tiempo pascual. Y del capítulo cuarto hemos leído dos parábolas muy sencillas de Jesús, la de la semilla que crece sola y la del grano de mostaza que se hace árbol grande. Las dos nos hablan del crecimiento, uno desde la fuerza natural que posee la semilla, y el otro desde la pequeñez misma de la semilla, llamada a hacerse más grande. En la parábola del sembrador Jesús nos dice que la semilla es la palabra. Hoy, en cambio, nos dice que la semilla es el Reino de Dios que él anuncia, que representa el proyecto de Dios sobre la humanidad y sobre cada uno de nosotros.
Este proyecto de Dios puede parecernos pequeño, pero está llamado a crecer. Se nos invita, por tanto, a creer en el crecimiento. Esto nos cuesta mucho. Y más en nuestra cultura actual tan acostumbrada a la inmediatez de las cosas, al hecho de que todo sea ahora y aquí. Nos cuesta mucho asumir que estamos en trance de crecer y en el deber de crecer. Y nos replegamos en la creencia de que apenas tenemos nada que hacer. O nos limitamos a hacer cosas neutras que van poco o nada con la realidad del Reino. Las dos parábolas de hoy tienen como contexto el rechazo del mensaje y de la persona de Jesús. Jesús toma ejemplos de la vida cotidiana para hacer comprensible el Reino de Dios. La primera parábola subraya la positividad de la siembra aun sin considerar si la siega es abundante. El sembrador siembra y a pesar de las dificultades la semilla está ahí y germina y va creciendo aunque no se sepa cómo. El Reino está ya presente desde el momento mismo en que se anuncia o se siembra. En la segunda parábola Jesús afirma que el Reino de Dios se manifiesta en el árbol pequeño que crece, como el grano de mostaza que se convierte en un árbol donde se posan las aves del cielo. El Reino crece por sí mismo. Lo nuestro es sembrar y esperar con paciencia a pesar de las dificultades.
Debemos esforzamos en conocer lo que hoy quiere decirnos Jesús en su evangelio. Él anuncia el Reino de Dios. Espera pacientemente que sus oyentes se abran al conocimiento interno del mismo. Anuncia un Dios que es Padre de los hombres. Y observa que hay quienes oyen y acogen y hay quienes rechazan y se oponen. Jesús sabe que lo que anuncia es algo nuevo, impresionante. Sabe que el ser humano no está solo y abandonado en su existencia. Que ha sido adoptado por Dios como hijo, según el modelo de Jesucristo y hecho partícipe de la divina naturaleza. Que Dios ha potenciado su capacidad dotándole de una ordenación profunda hacia él como Absoluto, como Dios infinito que ha decidido hacerle verdadero hijo suyo, para que pueda correalizar su propia vida y felicidad. Jesús se revela no solo como maestro, sino como modelo y testigo de lo que dice. Y ofrece un conocimiento luminoso de ello, pues es testigo fiel de lo mismo que proclama, dejándose matar como prueba ante los hombres de que su testimonio es veraz. Enseña y cura a los hombres situándolos ya ahora en la onda de Dios, enseñándoles ya a amar con el amor que se vive en el cielo. Jesús asombra y fascina. Nunca nadie habló u obró como él. En la historia de la humanidad ha habido autores que han compuesto obras admirables. El evangelio, los discursos de Jesús, sus parábolas y dichos superan inmensamente todo lo que se ha podido decir y escribir. Muchos hombres han curado males y enfermedades. Jesús ha curado más y mejor y ha resucitado muertos. La historia ha conocido líderes que han abierto nuevos caminos de progreso, de esperanza, de solidaridad. La sociedad y el derecho han inventado la democracia, han impulsado los derechos del hombre, de la mujer, del niño. Jesús nos ha introducido en la esfera de Dios compartiendo con nosotros su propia vida humana y divina. Ha hecho mucho más que nadie abriéndonos el acceso a lo divino. Nos ha dado el conocimiento íntimo de Dios, y el mismo amor de Dios, para que vivamos y amemos con él y como él. Nos ha dado el conocimiento, la salud, el amor en proporciones verdaderamente divinas. Nadie ha hecho cosas semejantes. Y como testigo creíble de lo que anunció, se dejó matar. Y nos exigió a todos un seguimiento hasta la muerte como signo de credibilidad y de verdad. Nos dijo que él era nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida: las realidades vértice más sublimes del hombre. Ante el fenómeno universal e insoslayable de la muerte, que pone fin a toda realidad humana, nos ha dicho: “Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí no morirá para siempre”.
Decir estas cosas a los hombres de nuestra generación puede parecer un desatino inútil cuando sabemos que el hombre de hoy ha perdido el sentido de lo eterno. La fe ha sufrido en nuestro tiempo un descenso lamentable. Debemos abrir los ojos a la realidad y reconocer la parte de culpabilidad que tenemos los cristianos, incluidos también los responsables. Los últimos Papas hablan de la necesidad de una evangelización absolutamente nueva. Solo un evangelio, conocido y vivido, posee capacidad de entusiasmar al hombre de hoy. Solo un Cristo que sea hoy no solo recuerdo pasado en el Jesús de la historia, sino más bien misterio hoy actual y presente vivido en nosotros, posee una potencialidad para motivar y transformar a los hombres de nuestro mundo.
Nos hagamos verdaderos discípulos de Jesús dejándole vivir en nuestra vida. Sepamos pasar de una Iglesia de devociones a una Iglesia de la palabra; de una Iglesia de ceremonias a una Iglesia misionera; de una Iglesia individual y privada a una Iglesia comprometida en el cambio del mundo; de una Iglesia conservadora del orden a una Iglesia comprometida con los pobres. Aprendamos a pasar de una moral individualista y legalista a una moral responsable eclesial y cristiana. Sembremos siempre evangelio. Y viviremos en esperanza. Si es verdadero y auténtico hará crecer. Pues posee por sí mismo potencialidad y capacidad de entusiasmar y de crecer como sucede con las semillas de las parábolas de Jesús hoy en el evangelio.
Francisco Martínez
e-mail:berit@centroberit.com
(Nota: Publicada el 7 de Junio de 2021)
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