Lecturas
Éxodo 20, 1-17 – Salmo 18 – 1ª Corintios 1, 22-25
Juan 2, 13-25
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
Comentario:
DESTRUID ESTE TEMPLO
Y EN TRES DÍAS LO LEVANTARÉ
Domingo 3º de Cuaresma
Hemos escuchado en el evangelio de Juan el relato de la expulsión de vendedores que Jesús realiza en el templo. Juan sitúa esta escena en el inicio de su ministerio. Jesús escoge una ocasión clamorosa, la celebración de la Pascua, para comenzar su vida pública y revelar su mesianidad. En la pascua el pueblo peregrinaba a Jerusalén. En los inicios fue una fiesta familiar, pero después de la centralización del culto en Jerusalén se obligaba a sacrificar el cordero en el templo y todos los israelitas, al cumplir los doce años, estaban obligados a ir a la capital. Jerusalén contaba con unos 55.000 habitantes, pero en la pascua podía recibir alrededor de 125.000 peregrinos. Se sacrificaban unos 18.000 corderos. Al estar Jerusalén llena de peregrinos, la actuación de Jesús en el templo iba a alcanzar de inmediato gran resonancia a escala nacional.
Jesús expulsa a vendedores de bueyes, ovejas y cambistas. En el templo no encuentra gente que busque a Dios, sino comercio. La fiesta era una ocasión de importante lucro para los dirigentes. El comercio comenzaba tres semanas antes de pascua. El importe de las licencias para la instalación de puestos comerciales revertía al sumo sacerdote. Había tiendas que pertenecían a su misma familia. Es posible que el comercio de animales estuviese también en manos de Anás. Jesús aparece en el centro de la escena. Los discípulos son espectadores. Jesús elige la capital, el templo y la máxima festividad para ofrecer una ruidosa señal de su mesianidad.
Jesús, azote de vicios y de malas prácticas, hace un látigo de cuerdas y expulsa a vendedores y cambistas del templo. Su gesto se inserta en la denuncia que los profetas habían hecho del culto hipócrita que iba de la mano con la injusticia y la opresión del pobre. Pero Jesús va más allá que los profetas. Al expulsar a los vendedores declara la invalidez del culto. Aquel culto es verdadera injusticia porque es un medio inicuo de explotación. Jesús no propone la reforma, sino su abolición. Las ovejas son figura del pueblo. Los dirigentes, siendo ladrones, no entran en el templo más que para robar, matar y destruir. Los cambistas estaban también instalados en el templo. Ofrecían la oportunidad de cambiar moneda para pagar el tributo del templo, prescrito en moneda legítima. El mismo templo acuñaba moneda, pues no podían admitirse en el tesoro las que llevaban la efigie de reyes paganos u otras imágenes. El gesto de Jesús denuncia, como abuso, el tributo al templo, una de sus principales fuentes de ingresos. El culto proporcionaba enormes riquezas a la ciudad, sostenía a la nobleza sacerdotal, al clero y a los empleados del templo. Era verdadera explotación. La jerarquía del templo explotaba a los pobres ofreciéndoles por dinero presuntos favores de Dios. El templo ya no es tal, sino un mercado; y el dios primario del templo es el dinero. El culto se ha convertido en una excusa para obtener dinero. Dios mismo aparece como pretexto para el lucro. Pero como el templo es casa de Dios, la gente atribuye la explotación al mismo Dios. Dios está subordinado a la codicia y es utilizado en beneficio de los dirigentes. En aquella masa de explotadores y de explotados solo Jesús se siente hijo.
Jesús denuncia que han convertido la casa de Dios en una cueva de ladrones. Al llamar a Dios “Padre”, Jesús lo saca del templo. La relación con él ya no es de carácter religioso sino familiar, perteneciente al ámbito doméstico. El término “Padre” desacraliza a Dios y lo acerca entrañablemente al hombre. La relación con él ya no es de temor, sino de amor, de intimidad y confianza. En la casa de su Padre ya no puede haber comercio. Siendo casa de familia, todo pertenece a todos. En aquella masa de explotadores y explotados, solo Jesús se siente Hijo. Un pueblo que establece una relación con Dios mediante el dinero, es un Dios opresor, pero no un Padre. Esta corrupción religiosa es culpa de los dirigentes. Jesús los denuncia porque subordinan a Dios a la codicia humana y lo utilizan para explotar a la gente. La misma Pascua es utilizada en beneficio de los dirigentes que desangran a pueblo en nombre de Dios. El Dios liberador y salvador había pasado a ser un dios exigente y explotador; no el Dios que daba vida, sino el que la exigía para él.
Utilizar a Dios o lo divino para la propia ganancia pervierte las relaciones con él, corrompe la fe y la práctica pastoral. Y trae consecuencias perversas para muchos. Es un fenómeno de todos los tiempos, tan universal como el hombre y la religión. Colocarse en el puesto de Dios, manipular su imagen buscando ganancias, seguridades o ventajas materiales o espirituales, utilizar la fe para hacer daño a otros, es un fenómeno que ha existido siempre. Mercadear con lo divino y sagrado ha sido constante tentación del hombre. Muchos manipulan la misma realidad de Dios pues jamás en su vida “tocan” al Dios viviente: hasta cuando rezan se dirigen no al Dios vivo, sino a una imagen mental suya. Creyendo que van a Dios no salen de ellos mismos. Tienen a un Dios creatura, no Creador, y menos, Padre. Al reducirlo les resulta fácil manipularlo. Es siempre un Dios castigador y premiador. No Padre bondadoso y misericordioso. Que utiliza siempre la omnipotencia, nunca la impotencia libre y amorosa de la cruz, la seducción y atractivo irresistible de un amor histórico hasta la muerte. Siempre, en la historia de la fe, ha habido y hay mediadores con maneras de dueño y de señor, que gustan de tronos y de excelencia, pero carecen de ánimo de grey o de pueblo, que siempre deciden y ordenan, pero nunca persuaden ni convencen. Ejercen poder y superioridad, pero no atracción. Se mueven en el privilegio y en la dignidad social. Obedecen más a la costumbre y a la rutina que a la confrontación permanente con el evangelio. Hay creyentes cuya vida religiosa es su propia vida, no la de Cristo mediador universal, Cabeza y Plenitud nuestra, siempre vivo y presente en todos. Su determinación es la ley, no el amor. Temen más que aman. Utilizan siempre la religión para pedir y obtener beneficios, no para ofrecerse y adorar. Piden favores terrenos, no fe y esperanza. Conocen y fomentan una Iglesia simple proveedora de servicios y gracias, pero no comunidad de amor y solidaridad. Muchos viven el domingo y la fiesta en su realidad social, pero no evangélica. Obedecen más a la costumbre que a la ley, más a la ley jurídica que al amor y convicción. Muchos piensan que, haciendo determinadas prácticas, sin más, tienen asegurado el cielo, sin necesidad de crecer en el amor, cuando el cielo es precisamente amar, y la tierra no es sino la capacitación para amar. Que Dios nos haga generosos en el amor y sobresalientes en la integración y solidaridad.
Francisco Martínez
e-mail:berit@centrobrit.com
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