Lecturas:
Ezequiel 34, 11-12. 15-17 – Salmo 22 – 1ª Corintios 15, 20-26. 28
Mateo 25, 31-46:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas, de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.» Entonces los justos le contestarán: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?» Y el rey les dirá: «Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.» Y entonces dirá a los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también éstos contestarán: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistirnos?» Y él replicará: «Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.» Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»
Comentario:
“SE SENTARÁ EN EL TRONO DE SU GLORIA
Y SEPARARÁ A UNOS DE OTROS”
2023, Jesucristo Rey
Con este domingo finaliza el año litúrgico de 2022-2023. En el próximo domingo celebraremos, con el Adviento, el comienzo de un nuevo año litúrgico. Pío XI, en el año 1925 instituyó la fiesta de Cristo Rey con el ánimo de contrarrestar las corrientes liberales de la época. En 1970 la fiesta se formuló de otra manera como “Cristo Rey del universo”, pretendiendo más bien destacar el carácter universal y escatológico del reinado de Cristo. La fiesta intentaba no tanto potenciar el ataque hacia el exterior, como robustecer el tejido íntimo de la Iglesia. No la lucha entre creyentes o no creyentes, sino la lucha del amor de todos contra el egoísmo universal. Se fijó en el último domingo del año litúrgico como conclusión del mismo, lo cual iluminaba admirablemente no solo el sentido de la fiesta como recapitulación de todas las cosas en Cristo, sino también la naturaleza espiritual del año litúrgico como formación progresiva de Cristo y de los misterios de su vida en la comunidad. Efectivamente, comulgando con el pan y con los evangelios correspondientes, Cristo se va formando en ella. La oración inicial de la Iglesia lo formula admirablemente cuando reza que “toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin”.
El evangelio de Mateo que hemos escuchado habla de la venida del Hijo del Hombre para convocar ante su presencia a todos los pueblos al final de los tiempos y realizar el discernimiento de buenos y malos. Pocas páginas del evangelio, como esta, acumulan en torno a Jesús tantos títulos cristológicos: Rey, Pastor, Hijo de Dios, Hermano de los hombres, Señor. Jesús habla de una venida con esplendor de teofanía, de manifestación divina: él viene sentado en su trono de gloria y con el séquito de los ángeles, prerrogativas reservadas a Dios. Ante su presencia serán congregadas todas las naciones. Y tendrá lugar el juicio. Primero, el discernimiento o separación. Los oyentes de Jesús conocían la rutina diaria de “separar” el ganado cuando regresaba de la dehesa camino del redil. A Jesús le brota espontáneamente el señalamiento de la diferencia entre lo bueno y lo malo, entre ovejas y cabritos, entre lo blanco y lo negro, entre la cizaña y el trigo. Él, siempre que hablaba, percibía entre sus oyentes dos órdenes muy diversificados, los que le acogían y los que le rechazaban. La sentencia evoca el esquema de las bendiciones y maldiciones del sermón de las bienaventuranzas. Los hombres son juzgados sobre el amor. Las obras de cada uno revelan y certifican el amor. El juez cita un catálogo de obras de misericordia, verdaderos gestos de amor sincero, ante el encuentro con la aflicción del prójimo. Dar pan o comida, ofrecer vestido o abrigo, practicar la hospitalidad, integrar al forastero considerándolo uno de la familia o de la comunidad, sanar a los enfermos, visitar encarcelados, y otras obras, representan un buen ejercicio de amor práctico. Partiendo de Isaías a Santiago, se prodiga ampliamente la idea de que amar a Dios consiste en servir a los afligidos y necesitados. Ello es un reflejo de la misericordia divina.
Quien sirve a los pobres sirve al Señor. Los justos suscitan una pregunta pedagógica: ¿Cuándo, Señor, ¿te vimos en necesidad? La respuesta del Señor es tajante: el encuentro con el hermano necesitado es encuentro con el Cristo celeste. Cristo mismo vive en el hermano que sufre o que padece necesidad. Lo que hacemos a un necesitado, lo hacemos a Cristo. Juan y Pablo, los santos Padres y los autores de espiritualidad, en una visión evangélica de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo, ven en los hermanos que sufren un signo vivo y permanente de la pasión del Cristo total.
El motivo de la sentencia coincide con la regla de oro del amor fraterno que proclama con énfasis la gravedad del pecado de no amar. Pecar no es solo hacer cosas malas. La vida de quien no sirve, no sirve de nada. El pecado es no amar, no hacer todo lo mejor que sabemos y podemos. Las obras buenas omitidas, o el “no te hemos servido”, constituye la condenación principal de los reprobados.
La fiesta de Cristo Rey, y el fin y comienzo del año litúrgico nos abren una pista magnífica, y una apelación urgente, para saber optar por lo que constituye la urgencia y prioridad de nuestro compromiso cristiano en el aquí y ahora de nuestra vida creyente. Un paso necesario y urgente es recuperar en nuestra vida la primacía del misterio cristiano y su correcto planteamiento. En nuestra piedad y en nuestra actividad testimonial en el mundo, Cristo es, debe ser, centro y fundamento radical. La piedad del pueblo anda hoy muy extraviada porque tiene un déficit lamentable de Biblia y de Liturgia. Está necesitada de una reconducción que sepa armonizar mejor la eucaristía y el evangelio. Van inseparablemente unidos. Con el evangelio solo tendríamos las palabras de un ausente. Con la eucaristía solo tendríamos una presencia muda. El pan vivifica la palabra y la palabra ilumina el pan. Cristiano de verdad es aquel que come el pan en forma de palabra y organiza evangélicamente su vida. La eucaristía es la vida de Cristo y la actualidad de sus misterios. El año litúrgico, sus fiestas, no son solo memoria: contienen la realidad que conmemoran. Hay que leer, meditar, asimilar el evangelio de cada domingo, personal y comunitariamente. Cristo es rey en nuestra vida si hacemos una organización evangélica del corazón situando el evangelio, a Jesús, en el corazón y en la vida. Un buen cristiano debe “devorar” cada domingo el evangelio de la misa correspondiente.
Un segundo rasgo, esencial e importante, es el descubrimiento de la seglaridad cristiana. El cristiano está invitado a “instaurar todas las cosas en Cristo” (Ef 1,10). El cristianismo no es una disyunción: o Dios o el mundo, sino una integración: Dios en el mundo. Donde no hay hombre no hay cristiano. Todo lo que es humano es materia de gracia. Es falsa una santidad que deja al margen las circunstancias esenciales de la vida humana. Cristo las asumió y el cristiano debe hacer lo mismo. El laico cristiano, dice el Vaticano II, se santifica y camina hacia Dios componiendo y arreglando según Dios los asuntos temporales. El Dios de la creación es el Dios de la redención. Lo malo no es el mundo, sino el pecado en el mundo. Renunciar al progreso temporal, a la cultura, a la promoción económica y cultural, a la justicia social, es renunciar a la fe. La gracia perfecciona la naturaleza en régimen de encarnación y al ritmo de la historia. El hombre no se salva evadiéndose a regiones celestes, sino luchando para hacer de la vida humana un campo de esperanza. El hombre no camina hacia Dios interrumpiendo su misión de hombre. No hay sino una sola historia, a la vez humana y espiritual. La Iglesia no salvará al hombre creando una historia radicalmente nueva, sino recreando la paz, la justicia, la solidaridad en nuestro mundo concreto.
Preparémonos para la venida del nuevo año litúrgico acercándonos más a una eucaristía más conocida y mejor vivida.
Francisco Martínez
e-mail:berit@centroberit.com
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!