Lecturas

Sabiduría 6, 12-16  –  Salmo 65  –  1ª Tesalonicenses 4, 13-18

Mateo 25, 1-13: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: «¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!» Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.» Pero las sensatas contestaron: «Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.» Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: «Señor, señor, ábrenos.» Pero él respondió: «Os lo aseguro: no os conozco.» Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»

Comentario:

¡QUE LLEGA EL ESPOSO, SALID A SU ENCUENTRO!

2023, 32º Domingo ordinario

            El evangelio de este domingo nos sitúa en el corazón del discurso escatológico de Jesús. Jesús narra la parábola de cinco muchachas sensatas y de otras cinco negligentes que esperan de noche la llegada del esposo y de su séquito para la celebración del banquete nupcial. Era costumbre que unas doncellas, con antorchas encendidas, esperasen al cortejo del esposo para hacer con él una entrada solemne en el salón donde iba a tener lugar el banquete. Las antorchas consistían en unos hacecillos  envueltos en trapos y puestos en lo alto de una pértiga que, impregnados de aceite, podían arder al aire libre, sin que el viento las apagase. Una vez que la comitiva entraba en la casa, la puerta se cerraba y comenzaba el banquete. El rasgo saliente de la parábola es la división de las doncellas en dos categorías, las necias que acuden sin proveerse de aceite, y las sensatas que lo adquieren con tiempo suficiente. Las necias juegan el papel destacado de la parábola, papel ridículo, y también trágico si percibimos en la narración una significación religiosa. En la espera y entrada de la noche las muchachas se duermen, se presenta el esposo y no le pueden acompañar. Jesús ofrece un relato hiperbólico, grotesco, para impactar en la imaginación de sus oyentes. Imaginemos, en la vida moderna, que una persona se lanza a hacer un viaje largo en su coche pero no se provee del combustible necesario. Las muchachas necias, en lugar de esperar despiertas, se durmieron. La llegada repentina del cortejo esponsal origina una situación de confusión y aturdimiento. Al no poseer el aceite necesario para las antorchas, no pudieron sumarse a la comitiva. La puerta se cerró quedando ellas fuera. Golpearon llamando a la puerta. Pero una voz clamó desde dentro “¡no os conozco!”. Aplicada esta narración al banquete del reino de los cielos, esta expresión negativa resulta verdaderamente trágica. Lucas presenta una escena análoga y supone que los que se quedan fuera son los judíos incrédulos. Mateo recoge este mismo material y quiere afirmar que los que se van a quedar fuera son algunos, o muchos, cristianos indignos. El dato importante es este: muchos, en su vida, son incoherentes, imprudentes, descuidados, incluso necios. Y no entran al banquete de los cielos. Les ha excluido su propia negligencia.

Esta parábola es una joya literaria. Se resaltan en ella numerosos detalles simbólicos que la hacen siempre actual e interpelante.

En nuestra vida y convivencia contemporánea vemos personas, multitudes, adormecidas en el sopor de la increencia, de la ambigüedad creyente, de la indeterminación, de la inseguridad y despreocupación religiosa. La frialdad y la indiferencia han sobrevenido como un verdadero tsunami en las últimas generaciones.   Muchos viven hoy contagiados de un manifiesto e injusto resentimiento y prejuicio religioso. Hemos pasado de la cultura creyente cristiana, sedimentada durante muchos siglos, a otra cultura abiertamente indiferente y laica. El hombre contemporáneo ha trasladado sus certezas de Dios al hombre, de la fe a la razón. Ha originado un movimiento de secularización y de emancipación de la fe sin precedentes. Grandes mayorías ya no tienen otra noción de Cristo y de la fe que lo que divulga una prensa fría y adversa. Han descendido al mínimo las catequesis presacramentales de Bautismo, Comunión y Matrimonio. La mayoría de los cristianos no han efectuado un proceso de actualización de su fe. Viven un cristianismo sin Cristo apoyados en un rescoldo de devociones populares tradicionales. En muchos, que se tienen por creyentes, no cuenta ya el Dios verdadero, sino más bien una imagen mental de Dios. Han reducido su fe a un  residuo de prácticas que nada tiene que ver con el misterio pascual como fundamento de la vida. Este rescoldo cristiano nada tiene que ver con el evangelio como fundamento real de la vida, ni con el reconocimiento del valor cristiano de una secularidad y seglaridad queridas por Dios y vividas como servicio al hombre. Cuando estos disminuidos creyentes piensan en el hecho religioso, lo identifican mucho más con su personal esfuerzo que con la gracia y el amor de Dios. Lo cual pervierte la verdadera fe. Se piensa en una religión que es mucho más hechura y esfuerzo del hombre que don y gracia de Dios.

Hacer cristianos hoy bien dispuestos, maduros, que vivan en función de la salvación y preparados para la misión, es un reto transcendental. Digámoslo sin ambages, la formación de los cristianos está hoy bajo mínimos. Y, sin embargo, la formación es necesaria. Nacemos ignorantes y somos lo que aprendemos. Antes se nacía en el seno de una familia que sabía y practicaba. Ahora los padres son ya producto de la cultura de la increencia. Y descuidan la educación. Un pequeño rescoldo de fe radica en los abuelos. La ignorancia de la fe crea un fuerte corte en la transmisión de la fe. La sociedad actual hace ignorantes en la educación cristiana. Y sin embargo es evidente que solo podemos vivir y realizar bien aquello que conocemos y preferimos. Por ello, o los cristianos de hoy evangelizamos la cultura agnóstica actual o la cultura increyente actual hará de los cristianos agnósticos.

Hacer hoy cristianos requiere sanar el vacío y la tristeza de los hombres y mujeres contemporáneos. Dios nos ha creado para que seamos felices. Pero también en la Iglesia se ha debilitado hoy el sentido dichoso de lo eterno. Consumen hoy muchos más vatios los cantautores modernos expandiendo en conciertos nocturnos su inspiración personal, que los cristianos cantando “el cántico nuevo”, vibrando en vigilias de alabanza y acción de gracias por las maravillas divinas cantando cánticos inspirados.

Se nos fuerza a cumplir guiones de obligación, de cumplimiento y observancia que no siempre resultan fáciles. En la Iglesia no se producen hoy noticias dichosas. En nuestro mundo abundan la risa y la carcajada, pero hay merma de alegría y felicidad.  La gente desconoce que las alegrías profundas son las que provienen de dentro, del espíritu. La tristeza sobreviene porque el mundo nos obliga a vivir fuera de nosotros, en lugar de vivir dentro de nosotros. Hoy se busca el atajo para la felicidad: el alcohol, la droga. Pero ello lleva a una infelicidad mayor. Anula nuestra capacidad y energía interior: El descuento de Buenas Noticias, en la exposición de la fe, la disminución de una evangelización fascinante que lleva al asombro, nos conducen a la tranquila instalación en la mediocridad o a una existencia sin sentido ni horizonte. La Iglesia de hoy  ha perdido capacidad de alegrar y de hacer felices, bienaventurados, que es lo suyo.

Hacer cristianos es sanar el desamor imperante en nuestra  sociedad. Todo lo que se tiene que aprender en la Iglesia resulta duro, aciago y viene por vía de obligación, de imposición. Se enseña más que se educa. No abunda la Buena Noticia, ni el cariño o la caricia, sino la denuncia, la distancia y el control. Se prodiga más el deber que el entusiasmo. Sin la caricia, el hombre no se desarrolla con madurez. La merma o restricción de caricias marca la existencia del hombre de soledad, de angustia, de desesperanza. A muchos se les ha hablado de Dios. Solo a pocos se les ha hablado con convicción del impresionante amor de Dios. El banquete esponsal de los cielos consiste en amar. Maduremos nuestro amor.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail:berit@centroberit.com

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *