Lecturas
Isaías 25, 6-10a – Salmo 22 – Filipenses 4, 12-14. 19-20
Mateo 22, 1-14:
En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: «Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.» Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: «La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.» Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?» El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: «Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»
Comentario:
A TODOS LOS QUE ENCONTRÉIS, LLAMADLOS A LA BODA
2023 28º Domingo ordinario
Jesús expone la parábola de los invitados a una cena de bodas del hijo de un rey. Es la última en el grupo de parábolas que Jesús dirige a la clase dirigente de Israel. Lo que acontece en el llamamiento al reino de los cielos tiene cierta analogía con lo que sucedió en el caso de un rey que celebró la boda de su hijo. Los festejos nupciales solían durar varios días, por lo general una semana. Su momento culminante era el banquete nupcial. En la narración de Lucas el anfitrión es un particular. Por lo que el rechazo se convierte en descortesía. Pero Mateo habla de bodas en la Casa real, lo cual convierte la negativa en rebelión.
Toda la parábola está centrada en el tema del llamamiento: Dios llama a todos. Para el seguidor del evangelio no cabe duda de que la parábola tiene una fuerte significación cristológica. “Hijo” y “Esposo” son nombres de Jesús. Su misión es un verdadero acontecimiento de invitación y convocación. Antiguo y Nuevo Testamento ofrecen un testimonio explícito e intenso sobre la Alianza como desposorio del pueblo con Dios. El rey convoca a los comensales, pero estos rechazan la invitación. Tratándose de una historia significativa, el evangelista quiere mostrar con claridad meridiana la inverosímil paciencia activa de Dios en la historia de su pueblo. De nuevo el rey envía mensajeros para invitar, esta vez, a los pobres y dice que todo está a punto y preparado. Pero parte de los convidados, no importándoles nada la invitación, marcharon, unos a su campo, otros a su negocio. Es la estampa frecuente del “no me interesa”, o “no quiero”, de tantas personas frías e indiferentes. Otros invitados mataron a los enviados. Se actualiza una vez más el tema de Israel. Los elegidos por predilección se muestran infieles a su destino salvador, y en consecuencia han sido descalificados y sustituidos. Un tercer envío abre camino a destinatarios de fuera de Israel. Es la convocación de los gentiles. El reino de Dios pasa de los prepotentes a los sencillos. El horizonte de la parábola es optimista: la casa se llenó.
La parábola concluye con un inciso impensado, pero expresivo. Cuando el rey entra a la sala del banquete para saludar a los invitados, una persona no llevaba traje nupcial. El rey mandó echarlo fuera. Alegorizar el vestido, en la Biblia, es frecuente. Pablo habla de “revestirse de Cristo”. Ir vestido significa una nueva realidad vital que trasforma la íntegra persona del creyente desde dentro. En el bautismo la nueva vestidura refleja la nueva condición del que ha nacido como hijo de Dios.
El tema fuerte de la parábola es el llamamiento. Todos, cada uno, estamos invitados al banquete de bodas. Jesús presenta de modo atrayente la misión que él trae al mundo y busca en sus recuerdos un acontecimiento cumbre de la dicha humana, un momento dichoso de alegría compartida. Lógicamente en la cultura del pueblo judío el banquete nupcial representaba el vértice de una fiesta intensa de siete días de verdadera felicidad imborrable.
Contemplemos el significado de la parábola. El hombre es un ser llamado. La fe cristiana nos dice que el hombre es creado para compartir la vida de Dios. Para ello es creado como imagen suya. Imagen no estática ni atemporal, sino dinámica e histórica. No inerte, sino viva. Esta imagen formada por Dios en su misma creación, puede ser una imagen deformada por el pecado, reformada por la justificación y la gracia, y confirmada en la gloria. Ser imagen de Dios es algo que Dios hace, que el hombre no puede dejar de ser y que le hace un ser abierto al Infinito que le ha dado origen. Dios, al crearlo, le convoca a un horizonte dichoso que rebasa su estructura nativa. Lo que es por creación no le basta como destino. Es un ser finito pero llamado a la Infinitud. El hombre, ante Dios, tiene una capacidad disponible, una ordenación abierta que le refiere necesariamente a Dios. Tiene en sí mismo sed de Infinito. Quien no tiene a Dios le falta el Infinito. Dios mismo se ha reservado la plenificación de este déficit del hombre y se ha propuesto colmarle él mismo su infinitud. El hombre, o se realiza en Dios o será un ser frustrado. Destinado a la Infinitud debe desear, elegir, optar, confirmar, rehacer su ordenación interna a Dios. Dios le ha creado sin él, pero no le salva sin él. Debe aceptar ser invitado, ir con vestido de bodas.
El banquete de bodas es Dios mismo, como es en sí. La Revelación y la Teología, además de resaltar la condición esponsal del hombre con Dios en el Antiguo y Nuevo Testamento, hablan de la trasformación del hombre como “regeneración”, “renovación”, “nuevo nacimiento”, “nueva creación”. Alcanza una verdadera comunión con el ser divino, por tanto, una verdadera divinización. Esta divinización acontece por asimilación a Jesucristo, como filiación divina. El testimonio bíblico de este hecho es irrefragable y contundente. La gracia por la que Dios se comunica al hombre, es una nueva relación vital, una realidad dinámica y progresiva. Es un misterioso caerse en gracia Dios y el hombre. Todo ello implica una relación beatificante con Dios, con un Dios más conocido y amado, y por tanto, más disfrutado. Participar de la divina naturaleza significa devenir al modo propio de ser y de obrar de Dios por la participación en él. Pablo lo describe como una fuerte impresa cristológica, como configuración con Cristo, un vivir en él, con él y como él. Nos llama “herederos” de Dios y “coherederos con Cristo”. Juan habla de la comunión de vida con el Padre y con el Hijo gracias al Espíritu Santo. Es vivir en comunión con Dios en su proceso íntimo trinitario.
Si las cosas son así, ¿por qué no tenemos un cristianismo más alegre? ¿Por qué espantamos a tanta gente hoy triste e infeliz? ¿Por qué la predicación no es mucho más positiva y alegre? ¿Por qué tantos evangelizadores, con la excusa de ser sencillos, apenas dicen nada? ¿Por qué tanta insistencia preponderante en la ley y en la obligación y por qué amenazamos de pecado, en ocasiones, con tanta ligereza, sin consideración a la fragilidad humana y al mismo evangelio? Hermanos: acudamos a Jesús. Comulguemos con la buena noticia del evangelio y le pidamos al Señor nos conceda la alegría de la fe.
Francisco Martínez
e-mail:berit@centroberit.com
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