La experiencia de Dios es don de Dios. Acontece porque él viene y se hace presente. La experiencia no es sino una especial intensificación de su presencia. Esto requiere en el creyente una fuerte conciencia de su radical pobreza e impotencia. Dios nunca puede ser producido por el hombre. Para experimentar a Dios hay que vivir en radical receptividad, y tener una existencia también radicalmente abierta, bien a Dios bien a la obra de Dios. La búsqueda constante de la palabra de Dios en la oración, una actitud receptiva dejándonos motivar y afectar, la decidida voluntad de buscar el rostro de Dios en todas las cosas, son requisitos necesarios para que la infinita gratuidad de Dios produzca su presencia dominante y gozosa.

 

  1. REGLAS DE ORO PARA ALCANZAR LA EXPERIENCIA DE DIOS

a) Querer «ser» del todo.

El «ser» es el camino hacia Dios. Caminas hacia él cuando eres mejor y eres más en la línea profunda de tu propia identidad. Acercarse a él no es un asunto topográfico, cuantitativo, puramente sentimental, sino cualitativo. Es siendo más, y no precisamente teniendo más, como te acercas a Dios. Quien ha cambiado la ilusión de ser por la de tener, no sólo no se acerca a Dios: está alejándose de sí mismo, está perdiendo su propia identidad, está dejando de ser lo que es y se está identificando con lo que no es. Quien deja de cultivar los valores de la persona, y se dedica preferentemente al acopio de las cosas, está anticipando su propia muerte. Para Dios, vales por lo que eres, no por lo que tienes. Acercarte a Dios significa ser más tú mismo, superar la fragmentación interior, el sinsentido, la desfundamentación de la existencia y de la actividad. Es sentirte en camino, tener horizonte.

Si quieres tener la experiencia de Dios, debes matar la ambición, el egoísmo, la envidia. Debes renunciar a la erótica del poder, a la pretensión de creerte superior a los demás y al deseo de serlo. Debes crecer en un profundo sentido de gratuidad, haciendo, en cuanto de ti dependa, que todo sea hecho por todos, que todos sean plenamente responsables, que no existan dependencias o esclavitudes sociales y morales. Digo «esclavitudes», no relaciones. El  camino hacia Dios es la libertad. Sólo caminas hacia Dios si tienes libertad interior.

Para ser más, no te alejes demasiado de ti mismo, ni de tu vida ordinaria. No tienes por qué hacer cosas diferentes. Haz mejor lo que haces, lo que tienes que hacer. Aquello que es precisamente tu vida en sentido positivo. Haz todo el bien que puedes y sabes.

La mejor prueba de que creces y maduras en los valores personales es la alegría. Dios no sólo es alegre, es la Alegría. Acercarse a Dios  es estar alegre, pues es participar de él. La alegría es la música del ser cuando está maduro y unificado.  Las máximas alegrías son las que proceden del espíritu. Hay recreaciones exteriores que pueden provocar carcajadas exteriores. Pero no suelen brotar del corazón. Sólo Dios es la Alegría y sólo él puede provocar la alegría profunda del ser. Ser cristiano es ser no sólo bueno, sino ante todo, ser y estar alegre. La alegría profunda, como Dios, está en lo hondo del corazón. Pero a cada uno le corresponde saber extraerla a la vivencia y al comportamiento. Lo más grande que puede tener un ser humano es estar alegre y hacer alegres a los demás. La alegría es el buen tiempo del corazón.  Es el sol bajo el cual todo prospera. Todo en el mundo es locura menos la alegría. Alegría y amor son las alas para las grandes empresas. Somos tan ciegos que no sabemos cuándo debemos afligirnos, o cuándo tenemos que alegrarnos; por lo general no tenemos mas que falsas tristezas o falsas alegrías. Sólo siendo más y mejores, tendremos las alegrías más profundas y verdaderas.

 

b) Aprender a orar del todo

Es preciso que sepas orar no rezos, sino tu vida real. Al orar, no te detengas en las ideas y emociones, implica más y más el corazón.

La oración es algo muy ligado a tu vida íntima. No es asunto de tiempo, sino de amor. En ella no se debe utilizar sólo la mente, la cual suele ser más bien memoria y repetición de lo ya conocido, sino el espíritu, la inteligencia superior, que es apertura del ser a lo nuevo y trascendente. La nada es la no-respuesta. Existir es responder. Si existo, es porque Dios me ha llamado por mi nombre. Existir es ser respondente y responsable. No existe aquello que en mí todavía no es respuesta.

La oración, si es verdadera, es un proceso fuerte de intercambio y de cambio. Es uno mismo transfiriéndose en lo que dice, siendo y no sólo diciendo, diciendo su propio ser y no sólo palabras.

Orar es ponerse ante la palabra de Dios no como contenido, sino como ante una Persona que me habla, me ama y me llama. Es dejarme mirar, hablar, amar, transformar por el texto sagrado, saliendo de mí, caminando hacia él, estando del todo en él, saliendo nuevo por él.

Cuando la oración es auténtica, no sólo comulgo la palabra, sino que es la palabra sagrada la que me comulga a mí.

 

c) Abrirnos al misterio de la creación

El camino de la experiencia de Dios pasa necesariamente por el proceso de unificación interior de la persona y de su integración positiva con el cosmos, los hombres y el espíritu. Vives en el «hoy» y «aquí» por voluntad de Dios. El tiempo y el espacio tienen categoría moral y evangélica. 

Estás vinculado al cosmos, a la materia, a la humanidad, a tu entorno humano y social, a la vida del espíritu, a la Iglesia actual. Son parte de tu vida. La placenta que te mantiene en el ser. No puedes vivir en soledad total. Vives en estado de dependencia. Todo es don y gracia de Dios para ti. Y es también para ti responsabilidad. Debes vivir plenamente inmerso en la impresionante sinfonía de mensajes que el universo y la naturaleza representan para ti  viviendo consciente y plenamente la belleza, la luz, la bondad, la armonía, la sobrecogedora grandeza, implicándote en ellas, amándolas, cuidando responsablemente de las mismas. Son efluvios de Dios para ti. Acepta en ellos la bondad de Dios. Intégralos en tu vida como don y gracia de Dios, como parte de tu propio ser. Sitúalos dentro de ti. Da gracias. Capta la armonía de la creación y la melodía de la gratuidad que de Dios va a ti y de ti debe irradiar a todo y a todos. Cultiva el sentido de la estética, de la belleza, de la grandiosidad, de la delicadeza.

El universo es, en su fondo, transparencia de Dios. «Del Señor es la tierra y todo cuanto contiene» (1 Co 10,26). Él «da vida a todo» (1 Tim 6,13). «Lo invisible de Dios se deja ver a la inteligencia desde la creación del mundo a través de sus obras» (Rom 1,19). La creación es una transparencia trinitaria debido a que en su entraña están impresas la verdad, bondad y unidad. Tiene valor cristológico pues «en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles e invisibles… todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia» (Col 1,15-20). En Cristo, icono de Dios, Dios ha hecho el boceto, la idea y proyecto del mundo. La creación es cristiforme y cristocéntrica. Si todo tiene origen en Cristo, todo tiene en él el fundamento continuo de la permanencia en el ser. El da a todo armonía, unidad, cohesión.  Y todo tiene un destino cristológico. Todo ha sido creado por la sabiduría y por la palabra de Dios. «Todo fue hecho por la Palabra. Y sin ella no se hizo nada de cuanto existe» (Jn 1,3). Todas las cosas han de quedar recapituladas en Cristo (Ef 1,10) cuando la resurrección de Cristo sea el principio de la nueva realidad y las cosas sean rescatadas de la vaciedad del pecado, «de la servidumbre de la corrupción, para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto…» (Rom 8,20-22). «Cristo ha reconciliado todas las cosas, las de la tierra y las del cielo» (Col 1,20). Cristo es la huella más profunda del ser, es la encarnación de la verdad y la idea, el lugar de encuentro de lo infinito y finito, una presencia en la ausencia, la entraña e interioridad de todo, la consistencia de las cosas, el eje de la historia. Todo subsiste en él. El cosmos está lleno de sus huellas. La verdad, bondad y unidad profundas son como semillas del Verbo. El universo es cristológico porque tiene una ligazón sustancial con Cristo en sus orígenes y en su destinación.

Cristo se irradia en el universo. La belleza de la naturaleza, la armonía del cosmos, la convergencia de la verdad y bondad en la unidad profunda y universal, es un reflejo de Cristo que emerge constantemente desde la entraña a la superficie. 

 

d) Abrirnos al misterio de la gratuidad en la comunicación personal

Muchos no conocen el gozo de la relación gratuita. Viven dominados por el interés. Su sueño es poseer más. Su profesión es el mercadeo. Tienen talante de propietarios y dueños. Carecen de riqueza interior. Por eso necesitan vivir siempre fuera de sí mismos, en sus cosas y posesiones. Están cosidos a la calle, al ambiente, al negocio, a los lugares donde comen y hacen juerga. No se sienten gracia y gratuidad para nadie. Si hacen el bien es preferentemente para sentirse halagados por la sensación de tenerse por buenos. Cuentan poco para ellos los valores transcendentes, los sentimientos, las experiencias personales y profundas de fe, de solidaridad social, de pura gratuidad.

Una visión antropológica de la existencia nos hace comprender que el hombre es constitutivamente relación. No hay un yo sino donde hay un tú. El tú es el reverso del yo. Nacer, ser, crecer, la vida misma, son el resultado de las comunicaciones e intercambios que hemos tenido y tenemos asimilando los valores positivos de los otros, la verdad, la bondad, el amor, la cultura, el arte, el genio, la solidaridad, la tendencia a compartir, la alegría, la capacidad de hacer reír, la paz, las intercomunicaciones positivas, la universalidad… Cada uno, todos, somos el resultado de las comunicaciones recibidas de unos padres, catequistas, profesores, amigos. Donde la capacidad de comunicarse está bloqueada la vida se hace pobre. Estar abiertos a la comunicación, e intensificarla, equivale a un enriquecimiento considerable en los valores de la persona y de la sociabilidad. Quien posee mirada interior para comprender al hombre como intercambio y comunión, posee una extraordinaria riqueza de vida.

Una visión teológica de la existencia nos dice que Dios es esencialmente comunicación. Trinidad de personas en unidad de naturaleza. Un Ser infinito e infinitamente comunicado. Es la encarnación es la comunicación del ser personal del Verbo a la naturaleza humana de Cristo y a la comunidad cristiana, su cuerpo. La eucaristía, al hacernos comensales y concorpóreos de Cristo, crea entrañamiento y nos hace hijos de Dios y hermanos de todos.  El Espíritu, unido a nuestro espíritu, crea comunión divina con Dios y los hombres, unanimidad en el ser y obrar, en los sentimientos y en las relaciones. 

En la vida cristiana la relación hace el ser y el ser es siempre relación. Ser cristiano es ser y vivir como hijos y hermanos. Es vivir en comunión. Quien entra en comunión con Dios, entra necesariamente en unión con los hermanos, con los que también Dios está  comunicado. Sólo quien ama está en Dios y en los demás. Amando a los hombres somos hijos de Dios (Mt 5,45). No hay cristianismo sin comunidad. Ser Iglesia es vivir en fraternidad. Es ser y llamar «hermanos» a los otros. 

Una visión de fe nos hace percibir la presencia del Espíritu anima nuestro entorno, en la gratuidad y generosidad de muchos, en la entrega oblacional a la misión, en el apostolado seglar, en la animación del impulso bíblico y litúrgico, en el compromiso por la justicia y la solidaridad, en las luces e impulsos del Espíritu presentes en las grandes reformas,  en el carisma profético que rompe la costumbre en favor de la verdad, en la percepción de los signos de  los tiempos, en la maduración creyente de muchos, en la superación de las divisiones internas y externas, en el desarrollo del sentido comunitario y del espíritu apostólico, en el creciente sentido de responsabilidad y complementariedad y de servicio, en la nueva conciencia de la seglaridad cristiana, en la visión de la existencia como superación del fragmento, de la desfundamentación, de la indiferencia y del pasotismo, en la exigencia creciente de gratuidad, de solidaridad incondicionada, de perdón, y de misericordia como formas excelentes de identidad cristiana. En el reconocimiento de los sucesos y personas gracia.

El ideal es estar integrado en un grupo de amistad y de fe, en la línea de las amistades profundas, sabiendo revisar la vida y discernir evangélicamente las situaciones, los problemas, el crecimiento.

Para estar bien integrado en un grupo es necesario negar sinceramente el egoísmo y estar dispuestos a sacrificar las razones y verdades personales en aras de las verdades de la comunidad. Querer tener siempre la razón, imponerse, equivale a odiar la comunidad y hacer inviable la convivencia. La comunidad no es una suma de individuos. Un montón de piedras no hacen el edificio. Para que lo hagan, cada una ha de estar integrada en el todo, debe ser parte ordenada de un conjunto. En la comunidad cada persona debe vivir en función del provecho común. El servicio a los demás es un principio evangélico fundamental e inalienable. Ser cristiano es vivir consagrado oblacionalmente a la alegría y felicidad de los demás. La vida comunitaria sólo tiene sentido cuando es vivida en complementariedad y corresponsabilidad. Se anula la identidad cuando se pierde la gratuidad. La imposición, la fuerza, el dominio, la desconsideración, no son evangélicos ni eclesiales. La gratuidad es la fuerza de Dios y de la Iglesia. Sólo convence aquél que ama.

Tienes que esforzarte por saber integrarte en la comunidad. No te preguntes ¿qué es lo que me dan?, sino ¿qué es lo que yo estoy dando y puedo dar? Sirve a los otros, no te sirvas de ellos.

Evadirse de la comunidad, pretextando fallos y males, puede pervertir tu vida cristiana y hasta puede llegar a ser negación de fe. Apelar a Dios, o a la propia conciencia, para evadirse sistemáticamente de los fallos de los otros, es una táctica errada, una perversión espiritual y hasta error de fe. Lo más hondo de la identidad mesiánica de Cristo estuvo precisamente en asumir nuestros males, haciéndose por nosotros «pecado» (2 Cor 5,21), «maldición» (Gál 3,13), «ofrenda y víctima» (Ef 5,2). Quien ama a Cristo, prolonga su humanidad y su redención.

 

e) Abrirnos al misterio cristiano

Aprende a ver más allá de lo que ven los ojos. No estamos en el fin del progreso y del desarrollo. Todo crece. Detener la vida en un pretendido orden es suicidio u homicidio. La zona del misterio domina en la naturaleza: en el micro y macrocosmos; en el hombre: en la bioquímica y su inserción en la mente y en el espíritu; en el plan de salvación en Cristo. 

No seas cerrado, excesivamente dogmático y moralizante, rígido, negativo, condenador. No bloquees la vida. Sé abierto. Dios es abierto. La vida está abierta. La historia es abierta. La persona es un ser abierto. La gran gracia es llegar a descubrir la Presencia.

Aprende a penetrar en el porqué de las cosas y sucesos, y en el corazón de las personas, de sus actitudes y comportamientos.

Esfuérzate en penetrar la zona del misterio de Cristo, ahondando en el lenguaje sacramental. Procura captar el lenguaje simbólico llegando a las realidades transcendentales más reales que la pura realidad material de los signos y símbolos. Pide que, como a los discípulos de Emaús, también a ti se te abran los ojos para ver la presencia viva de Cristo en las escrituras y en la fracción del pan.

Ten sentido actual de la historia, viendo a Cristo y su sacrificio, no como realidades pasadas, sino en «el Hoy» pleno en el que están aconteciendo, como floración de un pasado y como germen de un futuro que será todavía más pleno. No te quedes en el Jesús de Nazaret… sino contempla al Cristo celeste, hoy en los cielos, en su liturgia de alabanza, y como mediador siempre en acto. E incorpórate a él. No seas «mirón» de la historia, sino sujeto activo y responsable.

Aprende a discernir lo esencial de lo accesorio, lo eterno y lo temporal, lo estructural y lo coyuntural, lo fuertemente evangélico y lo meramente disciplinar, la identidad evangélica y sus inculturaciones históricas.

Ten sentido integral de la verdadera santidad cristiana. Deja una visión vieja: un ideal moral alcanzado por los sacramentos, la oración, reducidos a la condición de simples «medios». Procura entender que no es lo mismo ser «bueno» que ser cristiano. Esto implica, ante todo, un proceso de divinización, de cristificación. La verdad más exacta es: vive plenamente la existencia sacramental, la santidad «en»  y «desde» los sacramentos, es decir, incorporado a Cristo y conducido por el Espíritu.  Dios, por propia iniciativa, nos ha divinizado. En consecuencia, tenemos que portarnos bien. No se hace, primero, santo a un sacerdote para que «después» ejerza el ministerio: sólo puede ser santo «desde» el ministerio y «en» él. No hacemos, primero, santo, al seglar, para que viva después los sacramentos y en el mundo. La santidad cristiana es vivir desde lo que  está implicado en los sacramentos y en la seglaridad misma.

Aprende a afrontar el inconsciente histórico: las situaciones erradas, tenidas por buenas, pero de honestidad incierta, debido a la rutina y a la costumbre.

Mira las personas, los sucesos, no en sí mismos, sino en su encuadramiento e implicaciones en la historia de la salvación.

 

  1. PARA LA ORACIÓN PROFUNDA

Son muchos los textos que pueden nutrir la oración para suplicar la experiencia de Dios. 

Se pueden utilizar los textos de la 1ª parte.

Para cantar la alabanza de la creación y de las maravillas creadas por Dios en el hombre:

Salmo 8: Señor, Dueño nuestro, qué admirable es tu nombre…

El canto de la creación: Criaturas todas… ( Dn 3,57-88.56).

Para profundizar en el misterio de las relaciones humanas en amor:

Himno sinóptico de la caridad: Lc 6,27-36.

Himno paulino de la caridad: 1 Cor 13.

Para ahondar en nuestra inserción en el misterio de Cristo: Ef 1,3-10; Fil 2,6-11; Col 1, 12-20.

Al utilizar un texto, métete dentro del mismo y emprende con él el proceso

 

SALGO DE MÍ.  VOY A TI.  TODO EN TI.  NUEVO POR TI.

Francisco Martínez

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