LA HUMILDAD EN SU FUNDAMENTO: CRISTO
1. EN LA ATMÓSFERA DE LA FE Y DE LAS BIENAVENTURANZAS
La humildad cristiana no es rebajamiento, sino expresión de riqueza y exuberancia de corazón. Se apoya en el gozo de la elección y llamada de Dios y es, en el fondo, la respuesta de la fe y del amor creyentes. El hombre natural suele estar dominado por instintos que se afirman imponiéndose a los demás. Su móvil es la satisfacción de las pulsiones personales y de los valores sociales. A ellos subordina todo y a todos. Su lema es vencer, prevalecer, imponerse, apropiarse. Quien acepta a Dios y es movido e1 por el Espíritu de las bienaventuranzas, se expresa no imponiéndose, sino dándose a los demás. Relativiza las ambiciones temporales y experimenta que sólo Dios, y su plan es la verdadera y máxima afirmación del hombre. Sólo quien es rico en Dios es capaz de ser humilde.
La maduración de la fe coincide con la destrucci6n del hombre viejo. Éste no es otra cosa que el montaje de una falsa imagen que procede del pecado y egoísmo, la que en todos suelen imprimir, ya desde niños, los convencionalismos culturales y sociales del ambiente, los halos imaginarios de los roles, cargos, títulos, creados por la sociedad o los sueños subjetivos. Desde el primer piropo de nuestra madre que nos declaró rey poco después del nacimiento, ya no hemos renunciado nunca a la pretensión de ser el primero. Nuestro mundo es una fábrica de máscaras e imágenes irreales. Los que pretenden aparecer I como grandes, retocan su imagen. Nuestro mundo cultiva la imagen más que el corazón. Ser y obrar desde la falsa imagen llega a constituir hoy una infraestructura social cultural que pervierte las conciencias y los valores. Somos más personajes que personas. La verdadera tragedia del hombre es que ha cambiado la persona por el personaje. Ha cambiado el ser por el no ser. En consecuencia, la vida y el lenguaje se hacen equívocos. Y ya no son posibles la verdad y el amor. No nos relacionamos de corazón a corazón. Este hecho es la más brutal agresión a la fe porque destruye al hombre como a imagen de Dios, elimina a Dios mismo de nuestra vida, mata el amor, falsea la existencia, la relación y la sociedad, y hace de la misma historia una comedia, cuando no una tragedia. Nuestra primera y más urgente necesidad es desmontar nuestras máscaras o falsas imágenes, para establecemos en unas relaciones nuevas con Dios y con los hombres llenas de verdad y de amor, de sencillez, de cercanía humana, de corazón a corazón. Es el retorno de Babel a la convivencia, del cautiverio a la libertad, de la mentira a la verdad.
Humilde es aquél que ha llegado a comprender que la verdadera grandeza del hombre es el amor. Que la ambición es pobreza de corazón, descomposición del hombre, rechazo de Dios y de la fe. El vanidoso es una persona que carece de amor. La soberbia es la máxima miseria del corazón. Quien vive en el egoísmo le está diciendo a Dios que es poco y le debe poco. Ser humilde es la mayor victoria del mundo. Pero la humildad no es logro del esfuerzo humano. Es don de Dios.
2. SÓLO DIOS ES EL SEÑOR
En la Revelación Dios es ya «en el principio» (Gn 1,1). Su existencia se impone como un hecho inicial que no tiene ninguna explicación: no tiene origen ni devenir. El mundo entero, todo, es «creación» suya. Es «vuestro Dios» (Ex 6,7), «tu Dios» (Is 41,10), o simplemente «Dios» (1 Re 18,21). «Yo soy quien soy» (Ex 3,14), es decir, el inaccesible, el absoluto, el que está siempre presente haciendo la historia.
El pueblo es pura «hechura suya», su «creación». Él decide una elección, una vocación, y una alianza enteramente gratuitas. Elige y forma al pueblo como en el seno de la madre se va configurando el niño (Is 44,2.24). Yahveh es el Dios de Israel e Israel es el pueblo de Yahveh (Deut 29,12), su bien propio (Ex 19,5), su herencia (Deut 9,26), su rebaño (Sal 80,2), su hijo (Ex 4,22), su esposa (Os 2-3).
El alma de Israel son los salmos. Es la plegaria del pobre, que no es una condición económica y social, sino una disposición interior, una actitud del alma. Pobres son los humildes (anavim), los que temen al Señor (Prov 15,33). Israel ha nacido de la nada y del exilio. Sólo Dios le salva.
3. MARÍA, LA HUMILDAD DE ESCLAVA
María es la representante de los pobres de Yahveh. Pura disponibilidad y acogida, la máxima expresión histórica de humildad, prototipo de dependencia pura, la fusión de la pura nada con el todo de Dios. Su plegaria es el alma y corazón de la nueva humanidad:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque se ha fijado en su humilde esclava.
Pues mira, desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho cosas grandes en mí…
su brazo interviene con fuerza, desbarata los planes de los arrogantes,
derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vacío…» (Lc 1,46 ss).
4. CRISTO, EL SERVIDOR SUFRIENTE
Cristo, su vida y su misión, son el fundamento de la humildad cristiana. Él es el Hijo. Una misma cosa con el Padre. Al sentir en sí mismo la riqueza de Dios, experimenta misericordia ante la pobreza de los hombres. No se recluye en su bienestar. Se da él mismo en el propio anonadamiento para enriquecemos en Dios.
La humildad de Jesús no es una enseñanza, o un precepto, sólo: es su ser y hacer. Él no es sólo un maestro: es un modelo. Todo hombre es fundamentalmente un «yo» que necesita. Y la vida de cada uno es la afirmación ilimitada de su yo, por encima de todo y de todos. Cristo también pregunta» ¿quién decís que soy yo?»(Mt 16,15). Y al obtener la confesión de Mesías, prohíbe a los endemoniados revelar su condición mesiánica (Lc 4,41), manda a los doce que no digan que es el Mesías (Mt 16,20), impone el llamado secreto mesiánico, y rechaza una concepción mesiánica a la manera de los poderes de este mundo. Su única fuerza es la omnipotencia de la nada, el amor en humildad. Jesús deja meridianamente claro que la identidad del cristiano, y de la misión apostólica, son incompatibles con el poder, la influencia social, el cultivo exitoso de la imagen, el protagonismo de los medios. Son la negación de la fe y del amor. La imagen que él da de sí es la del «Servidor Paciente» que sólo entra en el triunfo de la gloria por el sacrificio libre de su vida (Mc 8,31). He ahí la afirmación central:
«El cual, siendo de condición divina, no retuvo ambiciosamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2,6-8).
En la institución eucarística Jesús lava los pies de los discípulos. Este gesto no es algo añadido o marginal a la eucaristía: es su meollo y su explicación plástica: hacerse esclavo del otro, darse como pan, estar dispuestos a morir de amor por él… El gesto simbólico: lavar los pies como lo hacían los esclavos en aquel tiempo, y su contenido verdadero: hacernos hoy esclavos de los otros en la vida real, es el testamento y el memorial de Jesús, lo que todos debemos hacer en serio si pretendemos hacer lo que él hizo y como él lo hizo. Las palabras de Jesús no dejan dudas:
¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado
los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros»(Jn 13,12-15). El servicio es su ser y su misión:
«El Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir y dar su vida» (Mc 10,45). «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22,27).
Su humildad no fue un comportamiento de gestos. Fue su actitud profunda y su comportamiento real:
«Conocéis bien la generosidad de Nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2 Cor 8,9). «Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza» (Mt 8,20).
«Vivid en el amor como Cristo os am6 y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma» (Ef 5,2).
«Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón»(Mt 11,29). Este comportamiento de Cristo, en la mentalidad humana es «locura, necedad, insensatez» (lCor 1,18ss), y así lo afirman los judíos: «está loco» (Jn 10,20), y sus propios familiares «decían: está loco» (Mc 3,21). Son tan claras las afirmaciones de Jesús, que sus discípulos quedan desconcertados cuando habla de «la elevación del Hijo del Hombre» en la cruz como el único medio de atracción (Jn 12,34). Lo cual implica el fracaso del éxito y el éxito del fracaso.
5. ORACIÓN PROFUNDA
Lee los textos. Cristo te habla. Te descubre su intimidad. Toma el texto que te haya dicho algo especial. Acoge. Comulga. Intenta ser el texto, identificarte con él, hacerlo propio. Es Cristo, su vida, su amor. Pide saber acogerlo en los sentimientos de tu vida. Piensa en situaciones concretas. Mételas en el texto. Ponte tú en el texto. Personaliza a Cristo. Cambia. Vive el proceso de conversión:
SALGO DE MÍ. VOY A TI. TODO EN TI. NUEVO POR TI.
Francisco Martínez
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