Lecturas
Genesis 18, 1-10a – Salmo 14 – Colosenses 1, 24-28
Lucas 10, 38-42:
En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».
MARÍA HA ESCOGIDO LA MEJOR PARTE
2022, 16º Domingo ordinario
El evangelio es máxima referencia para el cristiano. Jesús nos dice hoy que nos preocupan e inquietan muchas cosas, pero que solo una es esencial. Vivimos inmersos en nuestras tareas domésticas, profesionales y de ocio. Con todo, la necesidad que tenemos de Dios es prioritaria del todo, porque estamos hechos para el Absoluto. Finitos por naturaleza, tenemos tendencias infinitas. Y esto es una experiencia universal. Los fragmentos, las cosas, pueden fascinarnos, pero no saciarnos. Estar ante el evangelio, identificarnos con él, puede y debe llenarnos si pensamos que no es un libro, sino una intimidad personal extraordinaria que está cerca de nosotros, que nos llama y nos habla. Dios es, para todos, luz interior de conocimiento profundo y de amor si le dejamos actuar, si habitamos dentro de nosotros mismos con regularidad. Con esta luz, el evangelio se nos manifiesta y ofrece como nuestra propia plenitud e identidad infinita y eterna. Todo depende de si hemos llegado a conocer bien y a decidir con coherencia. Y esto es lo que Jesús nos dice hoy en evangelio. Solo una cosa es necesaria: escuchar y acoger al Infinito. Abrirnos a él. Si lo hacemos nuestra vida tendrá sentido profundo. La vida, o la llenamos o viviremos en el vacío, lo más estridente de la existencia. Escuchar y acoger a Jesús es la única forma de llenar la vida. Muchos han hecho esta experiencia trascendental y les ha ido bien. ¿Y a ti por qué no?
El episodio de hoy se enmarca dentro del camino de Jesús hacia Jerusalén. Él y sus discípulos son acogidos en su casa por una mujer, Marta. Esta tiene una hermana llamada María. Es significativo que solo se hable de dos mujeres, sin mencionar si en la casa habitaba algún varón. Jesús rompe los convencionalismos sociales de la época y acepta de buen grado la acogida que le brindan estas dos mujeres. Fieles a las costumbres de hospitalidad de la cultura semita, Marta se esfuerza en atender a las necesidades de sus huéspedes. Hay mucho que hacer y no tiene tiempo para detenerse y escuchar al Maestro. Esta hiperactividad contrasta con la actitud de María, que se planta tranquila a escuchar a Jesús sentada a sus pies. Marta salta con razón dirigiéndose a Jesús: “¿No te importa que mi hermana me deje sola en la tarea? Dile que me ayude”. Jesús no pone en cuestión el servicio que Marta está prestando propio de la acogida de los huéspedes. Lo que cuestiona es la actitud con la que lo hace: “Andas inquieta y agobiada por tantas cosas. En realidad solo hay que preocuparse de una sola cosa”. Algunos interpretan a Jesús como si quisiera decirle: “no te agobies, con un plato basta”. Pero la declaración de Jesús va indudablemente más allá del plato único. Queda identificada con lo que representa “la mejor parte”. También en muchas ocasiones se ha interpretado este encuentro resaltando la superioridad de la escucha de la Palabra sobre el servicio, y de la vida de oración y contemplación sobre la vida activa. No parece ser este el sentido de las palabras de Jesús. El Maestro pone en relieve la necesidad e importancia de la escucha. No desprecia el servicio o la actividad. La actitud de María es muy meritoria porque en aquella sociedad solo los hombres podían ser alumnos en las escuelas rabínicas. María, con agudeza y acierto, ha escogido lo mejor, la palabra, y nadie le quitará este bien.
El evangelio de hoy convierte a María, sentada a los pies de Jesús, escuchando y acogiendo su palabra, en una figura paradigmática universal. Esta actitud la sitúa, según afirma Jesús, “en la mejor parte”. Representa un modelo universal para todos y para todos los tiempos. Oír, escuchar, acoger, compartir es condición de identidad y hace la existencia y la vida. Al hombre le distingue y le hace el lenguaje. El conocimiento, los sentimientos, los valores, la vida misma, en todos, parten del corazón de unos y se alojan en los otros. Por el lenguaje, lo que es nuestra vida, se hace vida del otro. Hace y construye la persona y la personalidad. Más que los alimentos del cuerpo. Es la comunicación y nutrición por excelencia del hombre. En la encarnación de Jesús, “el Verbo se hizo carne, habitó entre nosotros” (Jn 1,14) y nos habló palabras de Dios, “palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Los que le oyen, no solo perciben su voz, “son hechos hijos de Dios” (Jn 1,12). Cuando ascendió a los cielos nos dejó también junto a sus palabras unas acciones simbólicas de significación profunda. Todo hombre tiene necesidad de expresar lo inexpresable. Cuando las palabras callan, utiliza el arte, la música, la danza, los ritos y gestos. A Jesús le encantaba utilizar parábolas y símbolos para expresar cosas altas. Él nos ofreció lo más alto que el hombre ha podido oír jamás en la historia de la humanidad. Lo explicó muy bien. Invitaba a comer como gesto expresivo de compartir el reino de Dios. Ofreció su mismo cuerpo en el pan y su misma sangre en el vino. Hizo de ellos una presencia más real que las simples realidades materiales. Lo afirman las palabras que él pronunció: “esto es mi cuerpo entregado”, “esta es mi sangre derramada”, “tomad y comed”, “tomad y bebed”. Al final nos ofreció su misma persona y su misma vida. Se quedó él mismo en persona con nosotros para siempre. Los cristianos nos reunimos el domingo “el día que hizo el Señor” y leemos los evangelios, su misma vida, los hechos cumbre de su vida, para recordar, comulgar, convivir y compartir. Los hechos que él realizó se hacen misterio contemporáneo, tienen algo indestructible, no pasan, no se esfuman para siempre. Los evangelios no habrían visto nunca la luz si hubieran nacido como simples recuerdos de un difunto. Eran leídos y releídos en todas las asambleas como presencia y actualidad de la persona de la vida misma de Jesús y de sus hechos salvadores. Los hechos originales que narran encuentran un despliegue más allá de ellos mismos, de lo que fue su realidad original. No son crónica del pasado, ni simples recuerdos. Son modelos perennes y universales de la identidad de la Iglesia, de los creyentes. La historia se repite, pero ahora nosotros somos los actores responsables, los que revivimos los actos mismos de Cristo, su vida en nosotros. Las fiestas, los misterios de la vida de Cristo, gracias a la palabra y a la eucaristía, contienen misteriosamente la realidad que recuerdan y la proclaman en nosotros y para nosotros, que nacemos en Cristo, nos identificamos con él, morimos con él, somos con él crucificados, resucitamos con él y nos sentamos con él en los cielos. La vida cristiana es “la vida en Cristo”.
En la Iglesia, en sus asambleas dominicales, la liturgia proclama la vida del Señor y la hace actual y presente en nosotros. Debemos compartir, convivir, parecernos a él, hacer la vida de Jesús en nuestra vida. Que el Señor nos ayude a encontrarle en la eucaristía y en el evangelio.
Francisco Martínez
e-mail:berit@centroberit.com
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