Lecturas:
Deuteronomio 30, 10-14 – Salmo 68 – Colosenses 1, 15-20
Lucas 10, 25-37:
En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».
Él le dijo:
«¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».
El respondió:
«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”».
Él le dijo:
«Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida».
Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús:
«¿Y quién es mi prójimo?».
Respondió Jesús diciendo:
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».
Él dijo:
«El que practicó la misericordia con él».
Jesús le dijo:
«Anda y haz tú lo mismo».
¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?
2022, 15 Domingo Ordinario
Camino de Galilea a Jerusalén, Jesús predica el Nuevo Reino de Dios que él ha venido a anunciar. Lo hace por medio de parábolas y comparaciones tomadas de la vida y cultura cotidianas del pueblo.
En el evangelio de hoy un maestro de la Ley pregunta a Jesús qué debe hacer para “heredar la vida eterna”. Pregunta fundamental. Pues a ello se ordenaba tanto la actividad de los responsables como la respuesta y el deber del pueblo. Pero la enseñanza de Jesús suena a algo distinto y nuevo. Impacta muy fuerte en el pueblo que reacciona asombrado.
Jesús pone al descubierto el contraste existente entre la gente sencilla, que le escucha, y los que, teniéndose por sabios y entendidos, le rechazan. La predicación de Jesús pone al descubierto las sombras de su función. Los jefes del pueblo no sirven, se sirven de la gente. Esto no pasa desapercibido.
Cuenta Lucas que un jurista, queriendo poner a prueba a Jesús ante la gente, le pregunta qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Dada la intención polémica del erudito, Jesús pasa al contraataque y le devuelve la pregunta diciendo “¿qué lees en la ley?”. El jurista responde señalando los dos mandamientos fundamentales judíos: el que se refiere a Dios, de amarle sobre todas las cosas, según el Deuteronomio, y el que se refiere al prójimo, del Código de la Santidad, en el Levítico, que inculca el amor al prójimo, es decir, al compatriota, a sus paisanos, los israelitas. La conclusión es que los dos amores son lo más importante y van unidos. Pero lo que flota en el ambiente de la discusión es que, para los judíos, el prójimo son solo los compatriotas, sus paisanos, no los paganos. De ninguna forma los enemigos. Es pensamiento unánime. El jurista, queriendo justificar su pensamiento, sigue preguntando a Jesús: “¿quién es mi prójimo?”. Jesús responde con una narración, una de sus parábolas más bellas y audaces, que provoca escalofrío en los oyentes, en el pueblo sencillo que le escucha, y también en los propios juristas porque les rompe el esquema de la opinión general. Jesús deja manifiesta la inmensa diferencia con sus rivales y la singularidad única de su mensaje personal. Habla de un hombre que cae en manos de unos bandidos cuando se dirige de Jericó a Jerusalén. Entre las dos poblaciones había veintiocho kilómetros de pasajes desérticos y pedregosos. Le arrancaron la ropa y lo dejaron con aspecto de muerto. Un sacerdote y un levita, representantes de la elite religiosa judía, “para no contaminarse”, según la ley, pasaron de largo junto a él al tratarse de un muerto aparente. Pasó también un samaritano, un miembro vulgar del pueblo enemigo, le entró lástima, y al contrario que el sacerdote y el levita, lo atendió, lo cargó en su cabalgadura y lo llevó a la posada pagando dos denarios de plata por el buen trato y diciendo que a su regreso pagaría lo necesario.
La ingeniosidad de Jesús llega a extremos insospechados. Para resaltar su objetivo refiere circunstancias extremadamente sensibles que golpeaban ordinariamente la sensibilidad de todos sus oyentes. Jesús canoniza a los enemigos y reprueba a los mismos jefes religiosos del pueblo nimbados de reputación divina. La singularidad de Jesús tiene validez universal. Jesús rompe todas las vallas de clases, de estrechez regionalista, religiosa, económica y social. En la parábola del Buen Samaritano elimina todas las distinciones y nos dice que prójimo es aquel que necesita y que está pasando necesidad. Para Jesús debemos amar más no al compatriota, o al familiar, sino a quienes más lo necesitan.
De Jesucristo tenemos que aprender a amar más a aquellos que más lo necesitan, los más vulnerables. Esos que precisamente rechaza nuestra sociedad que los tilda de inútiles o improductivos: enfermos, ancianos, pobres, delincuentes, emigrantes. Debemos tener especial predilección por ellos porque Dios sí la tiene. Deberíamos dejarnos impresionar por la resonancia de las palabras del Señor “cuando estaba enfermo me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Jesús mismo se identifica con los pobres y con los más vulnerables. E identifica nuestra propia acción con la suya. No nos pide razones, o criterio. Nos pide imitación. Amar con él, como él y en él. El cielo es amar y ni Dios podría hacer que en el cielo coexistan el odio y el rencor.
Nuestro momento histórico es una coyuntura especialmente necesitada de evangelio. La guerra absurda y asesina, la toma de partido nacional e internacional por meras afiliaciones políticas, el extraterramiento y la expulsión violenta de millones de familias, la emigración, el paro, la pobreza endémica, la penuria de medios sanitarios, el analfabetismo, los desequilibrios económicos nacionales e internacionales, etc., cubren nuestro planeta de necesidad y de injusticia.
Jesús, el Buen Samaritano, nos muestra cual es el camino de la vida. Amar de verdad. Pero que sea de verdad, no como ama el mundo. Amar sin intereses detrás, amar hasta a los enemigos. Amar dando la vida por los amigos, amar de la misma manera que Dios lo hace. La realidad más honda de la eucaristía es darse en común. San Juan, en lugar de narrar la institución de la eucaristía, describe el lavabo de los pies. Nos recuerda que la esencia de la eucaristía es servir. En la historia de la ritualidad todavía no hemos caído en la cuenta de la importancia de la significación real y social frente a un ritualismo vacío.
Que el Señor nos dé su luz para que vivamos la verdad del evangelio.
Francisco Martínez
e-mail: berit@centroberit.com
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