El pasado 9 de mayo tuvo lugar la última sesión del curso sobre los sacramentos, organizado por el Instituto Diocesano de Estudios Teológicos para Seglares, esta vez a cargo de D. Ernesto Brotons Tena, Director del Centro Regional de Estudios Teológicos para Seglares, con la ponencia «Los sacramentos como encuentro».

Brotons inició su exposición recordando que «los sacramentos son encuentros. No solo ritos, símbolos, prácticas… son, ante todo, un acontecimiento, que es posible en el Espíritu«.

 «Los sacramentos son encuentros. No solo ritos, símbolos, prácticas… son, ante todo, un acontecimiento, que es posible en el Espíritu«.

1. A modo de introducción: Emaús

Ernesto Brotons recordó, al inicio de su exposición, el texto de Emaús. El pasaje de Emaús es, realmente, -explicó- una hermosa catequesis que intenta responder a una pregunta de aquellos primeros cristianos que no habían tenido la experiencia de Jesús Resucitado, como tal, y se preguntan dónde pueden encontrarlo». Está escrito como una catequesis que nos va diciendo donde reconocer a Jesús. Recordamos esa experiencia: Jesús sale al encuentro de la vida, incluso cuando uno está desesperanzado. 

Durante el camino, les explica las Escrituras. «La palabra se hace cuerpo y escritura», recordó. Allí nos encontramos también con el Resucitado, pero siempre con una condición: a los discípulos de Emaús les obliga a cambiar de mente, a dejar las ideologías (tenían un determinado concepto de mesías). Se presenta Jesús en una clave distinta, ya no de poder o de dominación. «La ideología me impide encontrarme con Cristo en la Palabra. Pero conforme desparece la ideología, en el gozo en el camino compartido, en la Palabra proclamada y compartida, descubren a Jesús». 

¿A dónde vas? Se está haciendo de noche.” La acogida nos ayuda a reconocer también al Resucitado. Los sacramentos tienen mucho de acogida, una comunidad que celebra y acoge. Hace falta un gesto de acogida y solidaridad.

La acogida nos ayuda a reconocer también al Resucitado. Los sacramentos tienen mucho de acogida, una comunidad que celebra y acoge. Hace falta un gesto de acogida y solidaridad.

Entonces, viene el gesto por antonomasia: «el pan partido y compartido». La Eucarística como signo por antonomasia de la presencia del Señor en medio de nosotros. Es en ese momento cuando salen corriendo y van a Jerusalén, a pesar de que era de noche. Ya no tienen miedo. Con el Resucitado, nada tienen que temer. Para encontrarse con la comunidad, sacramento vivo de Cristo Jesús. Todos creemos gracias a alguien. Es en la comunidad donde reconozco y me encuentro con Jesús Resucitado: “Donde dos o más se reúnen en mi nombre…”.

Es en la comunidad donde reconozco y me encuentro con Jesús Resucitado: “Donde dos o más se reúnen en mi nombre…”

Luego ya tocará salir a la calle… Repetir los mismo gestos, mismas actitudes, sentimientos del Señor, configurarnos con Él, descubrir que vivir es Cristo. Vivir la experiencia del Espíritu que alienta a los creyentes, que empiezan a sentir con un mismo corazón, en medio de muchas sombras y pecados… Comenzaron a experimentar que la gracia venía de la mano de su debilidad. Todo es gracia. La propia Iglesia es figura de la gracia. Es un don y una responsabilidad. 

Todo esto recorrido no está hablando de sacramentalidad, de un montón de encuentros, con el hermano, la palabra proclamada, escuchada, el rostro del peregrino, la Eucaristía, la comunidad creyente…. Eso es la vida cristiana: encontrarnos con Jesús continuamente o dejarnos encontrar… 

Eso es la vida cristiana: encontrarnos con Jesús continuamente o dejarnos encontrar…

Como señaló Benedicto XVI, «uno no es cristiano por apuntarse a una filosofía o una moral, sino por encontrarse con un acontecimiento y una persona que configuran tu vida y la configuran decisivamente«. 

2. Los sacramentos como acontecimiento.

«Y aquí entran los sacramentos», señaló. Solo con la categoría de encuentro hacemos justicia a los sacramentos. Por la vida cristiana es un encuentro con Cristo y los hermanos. Solo desde esta clave, que es obra siempre del Espíritu, el cristianismo tiene sentido. «Los sacramentos van a ser signo e instrumento de este encuentro. Van a ser acontecimiento de este encuentro». 

2.1. El acontecimiento primordial. Dios y el hombre en un mismo abrazo

Esta circunstancia nos obliga a fijar la mirada en el acontecimiento primordial. Dios y el hombre en mismo abrazo. Este es el acontecimiento de la encarnación. Aquí entra todo el contenido de la sacramentalidad. 

«Recordamos lo que hemos trabajado durante el curso», recordó. «Comenzamos por los presupuestos humanos básicos. «

La mirada: “lo esencial es invisible a los ojos”. La necesidad de educar la mirada para no perdernos en miradas reductivas de las reliadad, que cosifican, que nos impiden captar la vida en toda su hondura. De ahí la palabra, somos diálogo, somos comunicación, y nuestra relación con Dios es dialogal. Y el cuerpo, como apertura a una red de relaciones. 

Son dimensiones importantes de nuestra persona. Es como si todo nuestro ser y nuestro yo estuviera preparado para los encuentros. Dios nos ha dado la capacidad de mirar, de dialogar, de sentir, de escuchar, de expresarnos… Si os fijáis, estamos hechos para encontrarnos. No estamos hechos para mirarnos al ombligo y vivir como islas. Estamos hechos para mirar a nuestro alrededor y encontrarnos con los otros. Forma parte de nuestro ADN. Somos y crecemos, de hecho, en relación. Nuestro “yo” existe solo en cuanto se relaciona con un “tú”. Desde ese primer rostro paterno con el que nos encontramos, y si nos cerramos al otro, al “tú”, nos perdemos. ¡Qué pobreza hay más honda que la soledad!

Frente a la tradicional definición de “persona” de Boecio, como “subsistencia racional”, Ricardo de San Víctor, desde la experiencia de vivir en comunidad, con la mirada puesta en Dios Trinidad, las personas vivimos siempre en relación, somos “existencia”. Decía Mounier: «Las personas no somos sino desde los otros, con los otros, hacia los otros” y es así como cobra valor tanto las personas como los pueblos. Un pueblo que se aisla, pensando que puede ser totalmente autártico, termina muriendo. 

Rahner interpretó al ser humano como “apertura a la trascendencia”; en un doble sentido: por una prte, porque enseguida nos damos cuenta de que somos incapaces de darnos a nosotros mismos lo que necesitamos para nosotros mismos. Somos esencialmente dependientes. 

Pero no tenemos necesidad de salir de nosotros mismos solamente porque necesitamos de los demás, sino porque nos parecemos a Dios, que es encuentro, comunión, amor, señaló Brotons. Que no es soledad, sino un misterio de amor.y comunión desbordante. La Trinidad ha dejado su sello en la creación y la creación se comprende como un nudo de relaciones.

Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y eso para los Padres de la Iglesia significaba que somos un “tú” para Dios. 

Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y eso para los Padres de la Iglesia significaba que somos un “tú” para Dios.

Si toda la verdad más profunda como seres humanos está hecha para el encuentro y, en última instancia, con Dios: “Nos hiciste Señor para ti” (San Agustín), nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti, esta realidad debe plasmarse de alguna manera. No tendría sentido que, incluso el encuentro definitivo con el Señor, como cumbre de nuestros encuentros, se limitase solo al “más allá”, por decirlo de alguna manera, o al momento de nuestra muerte. 

También en esta vida queremos que Cristo nos salga al encuentro. Es verdad que habrá un momento de encuentro definitivo y completo, pero no tendría sentido que hubiéramos sido creados como un “tú” para Dios y no empecemos a vivir ya esa relación. No tendría sentido que Dios no saliese ya a nuestro encuentro. Siendo la iniciativa suya. 

Si Dios es nuestra verdad más profunda, nuestra mejor posibilidad, nuestro destino, Él sale ya a nuestro encuentro. Así lo expresa, por ejemplo, la Carta a los Hebreos: “desde el principio, de muchas maneras, Dios nos ha hablado”: la creación, historia, profetas… y, sobretodo, en los últimos tiempos, nos ha hablado “por medio de su Hijo”. 

Ya hemos visto a lo largo de nuestro curso esos momentos previos en los que Dios ha salido a nuestro encuentro y hemos contemplado la creación como sacramento, la historia como sacramento, pero, en el momento definitivo, nos ha hablado por medio de su Hijo. “Nos buscaste para que te buscáramos” (San Agustín) y Cristo es el lugar de ese encuentro

Y en la noche de Nochebuena decimos “ha aparecido la gracia de Dios en medio de nosotros”, porque en Cristo, que es sacramento y rostro misericordioso del Padre, Dios mismo ha salido a nuestro encuentro, por amor, solo por amor.y en libertad, y para que tengamos vida y vida en abundancia. Y lo ha hecho “manchándose las manos”, complicándose con nuestra vida, con nuestros gozos y fatigas, haciéndonos suyos, convirtiendo a la humanidad en autentico sacramento y en lugar del encuentro con Dios.

A Dios no lo encontramos al margen de lo humano, lo encontramos en lo humano, en lo entrañablemente humano. A Dios no lo encontramos a pesar de la humanidad sino en la humanidad. Precisamente a partir de la encarnación, lo divino evoca la humano y lo humano evoca lo divino. Ya no se comprende a Dios sin nosotros porque Él lo ha querido así. Él no quiere ser comprendido de otra forma sino con nosotros. Y nuestra verdad más propia nos dice que no nos comprendemos sin Dios, que Dios no es una amenaza, que nos el hombre o Dios, sino que Dios es nuestra mejor posibilidad. El “Enmanuel”, yo estaré con nosotros, hasta el fin del mundo. 

Brotons recordó que toda la segunda parte del curso se ha centrado en este acontecimiento y en las consecuencias de este acontecimiento. Hemos puesto la figura de Jesús y la memoria que hacemos de Jesús. El acontecimiento “Jesús” fue un hecho puntual e histórico, sucedió en la Palestina del siglo I. Nosotros no vamos de mitos o de gnosis. Partimos de la historia y de cómo Dios entra y penetra en la historia, hace historia, se hace historia.

Pero nuestra memoria de Jesús no es memoria de algo que pasó, como si Jesús fuera el fundador difunto de algo hermoso que recordamos con mucho cariño o que podemos recordar como recordamos a cualquier personaje de la historia. 

No hacemos memoria, hacemos memorial, con lo cual Cristo no es solo un hecho pasado, sino una presencia perenne, en medio de nosotros. Hacemos memoria comunitaria, memoria generadora de fe y de comunidad, memoria generadora de vida entregada y partida por los demás, memoria generadora de relaciones nuevas, más humanas y fraternas. 

No hacemos memoria, hacemos memorial, con lo cual Cristo no es solo un hecho pasado, sino una presencia perenne, en medio de nosotros. Hacemos memoria comunitaria, memoria generadora de fe y de comunidad, memoria generadora de vida entregada y partida por los demás, memoria generadora de relaciones nuevas, más humanas y fraternas.

Tampoco hablamos solo, cuando nos referimos a Jesús como un futuro anhelado, somos la religión del Maranathá (Ven Señor, Jesús), sino que sabemos que el Señor no solo es nuestro futuro sino también nuestro presente. Está en medio de nosotros. Tenemos ya entre nosotros a Cristo glorificado. 

Por eso, cada vez que nos juntamos en la comunidad, cada vez que escuchamos la Palabra y cada vez que partimos el pan y celebramos los sacramentos, podemos decir, igual que aquellos primeros cristianos “Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación a los hombres”. Cada vez que celebramos un sacramento, debemos de repetir esto. 

2.2. Decir “sacramento” es decir “encuentro”. Los sacramentos, acontecimientos relacionales.

En consecuencia, decir sacramento es decir encuentro. Los sacramentos son acontecimeintos relacionales, crean relaciones, crean lazos. “Los sacramentos son crear lazos«. Nos reconcilian con nosotros mismos, nos sitúan ante nuestra identidad y verdad más propia, también ante nuestro pecado pero sobretodo ante nuestra realidad sanada, liberada, restaurada, abrazada por el amor y la ternura gratuidad de Dios y a la vez nos encuentran con los demás, con el prójimo, nos interpelan, nos exhortan, nos encontramos con DIos, con Cristo Jesús. 

Un acontecimiento relacional en el que Cristo nos sale al encuentro. Nuestra inmediated con Cirsto es siempre mediada, aunque parezca una paradoja, es mediada humana, eclesial y saramentalmente. San León Magno decía que “lo que era visible en Cristo ha pasado a los sacramentos de la Iglesia”. No obstante, es necesario esa mirada de fe para descubrir que el sacramento es algo más que un rito, un ritual, una tradición o una costumbre. 

La iniciativa de este encuentro siempre es de Dios, siempre es de Cristo Jesús, que por medio de su Espíritu, actúa. Por eso, señaló Brotons, «aquí no hay magia». El sacramento no lo genera una fórmula mágica, ahí está la intención de la Igleisa, de la comunidad que celebra. No obligamos a Dios, no forzamos a Dios, es Dios quien quiere salir a nuestro encuentro. Ese es el sentido del “ex opere operato”, lo que nos dice es que la iniciativa es Dios, no del celebrante. Que no depende de la santidad del celebrante, sino de la iniciativa de Dios. Dios actúa a pesar de mis manos que pueden mancharse. Es Dios mismo y no la Igleisa, quien realmente opera la salvación en los sacramentos. Jesucristo opera y se hace presente, no en virtud de los ritos por sí mismos, sino en virtud de la promesa del mismo Dios que ha querido vincularse con nosotros, a través de unos gestos y palabras concretas en el marco de una comunidad que celebra. «Ahí está la fuerza», señaló Brotons.

Acontecimientos de celebramos en momentos muy vitales de nuestra vida y por eso decimos que es Cristo quien bautiza, quien perdona, quien consagra… El ministro le presta sus labios indignos, presta sus manos indignas, le presta su cuerpo, también indigno. Y la gracia siempre aparece victoriosa, triunfando sobre nuestra debilidad, haciéndose fuerte en nuestra debilidad. 

La teología sacramental no dice que los sacramentos hagan presente a Dios como si Dios no estuviera ya presente en medio de nosotros. El mundo no está huérfano de Dios. Los sacramentos nos ayudan a romper esa limitación que no está en Dios, sino en nosotros. Los límites para el encuentro no los pone Dios, las distancias las ponemos y las marcamos nosotros. 

Por eso, en los sacramentos, es el Espíritu, abrazo de amor y de comunión, el que abre las puertas de nuestro corazón para el encuentro con Cristo. Él es el que posibilita este encuentro. No tiene que abrir las puertas de Dios porque las puertas de Dios siempre están abiertas. Recordad el libro del Apocalipsis: “Mira que estoy en la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y quedaré con él y él conmigo”. Pero algunas veces nos puede pasar como lo de Lope de Vega: “Mañana te abriremos, para mañana responder lo mismo”. 

«En los sacramentos, es el Espíritu, abrazo de amor y de comunión, el que abre las puertas de nuestro corazón para el encuentro con Cristo.»

Pero es el Espíritu el que rompe esas distancias entre nosotros. Las palabras de Lope de Vega nos recuerda que en cuanto encuentro, el sacramento no solo está constituido por la iniciativa de Dios, sino también por nuestra respuesta. Dios no se va a imponer, no va a coartar mi libre albedrío. En los sacrmentos está ese descender de Dios al hombre pero también es mi respuesta ascendente. La capacidad de responder a su iniciatvia, a su amor, la capacidad de hacer de mi vida «eucaristía».

«El sacramento no solo está constituido por la iniciativa de Dios, sino también por nuestra respuesta.» 

En los sacramentos hay una historia de amor, un encuentro de dos libertades. La libertad de Dios que me sale al encuentro y también mi libertad que es capaz de abrirse a Él. No solo recibimos a Dios y experimentamos su amor en los sacramentos sino que me atrevería a decir que también Dios recibe, acoge y experiemnta nuestro amor. Por eso hablamos de encuentro.   

Ya los santos hablaron de que “Dios ama y se deja amar”. San Bernardo decía, sin ningún pudor, que “Dios nos deseaba» aludiendo al Cantar de los Cantares”. Benedicto XVI, en su Encíclica “Deus Caritas est”, hablaba del amor de Dios no solo como amor de ágape, de ofrenda, sino como amor de “eros”, el deseo de ser amado. Porque, en definitiva, todos amamos y somos amados. La Trinidad es ese misterio también íntimo de amar y dejarse amar. Ambas dimensiones son importantes. 

También en la encarnación. En Cristo Jesús, en la única persona de Cristo Jesús, Dios nos ama y el hombre ama a Dios. Ese insondable misterio que se actualiza y se hace presente en los sacramentos. 

Y todo esto por gratuidad. Dios nos desea y nos ama en gratuidad, por nosotros mismso, sin utilizarnos. Con un amor que a pesar del abismo insondable que hay entre Creador y criatura, supera esas distancias con la fuerza del Espíritu y las supera en Cristo, sin condescendencia, sin narcisismos, solo amor. Y en el “tú” del Hijo amado, nos sabemos amados y amamos a Dios. Y de esto se encarga el Espíritu. 

Y en el “tú” del Hijo amado, nos sabemos amados y amamos a Dios. Y de esto se encarga el Espíritu.

Se trata de vivir como Hijos de Dios y hermanos, gracias al Espíritu. Y aquí entra en juego dimensiones importantes y hermosas de los sacramentos. QUe son dimensiones de todo encuentro. Por ejemplo, la gratitud y la alabanza. La gratitud como respuesta final al amor, como reconocimiento del don que el otro hace de si mismo, como alegría de la memoria, como respeto al otro. Hacer de la vida una eucaristía y celebrar la eucaristía con profunda gratitud y alabanza. Agradecerel don de la existencia sin atarnos a ella. Eso es la Eucaristía. Haciendo de nuestra vida pan partido, servicio, entrega, diaconía. Esta respuesta no es solo perosnal o individual. Personal, siempre, pero no individual, sino esencialmente comunitaria, eclesial. Los sacramentos no son devociones privadas, son celebración de la comunidad, es un acto de amor de la comunidad. El “nosotros” de Dios nos sumerge en el “nosotros” de los hombres y el “nosotros” de los hombres, en un sentido eclesial, nos sumerge en el “nosotros de Dios”, y, en este sentido, los sacramentos nos descentran para abrirnos al “nosotros” y a la vez nos “pro-vocan”, nos llaman en favor de los demás. Nos ubican en una doble expropiación de nosotros mismos, hacia Dios y hacia nosotros mismos. 

Y todo ello nos invita a hablar del “después de los sacramentos”, la vida está presente en el altar, en el comrpomiso, la eucaristía nos lleva al compromiso por los hermanos, los sacramentos y la pasión por el Reino de Dios. En definitiva, los sacramentos nos contagian de Cristo, nos hacen Cristo. Porque es Cristo quien nos sale al encuentro en los sacramentos. “Los sacramentos son Cristo”, aludiendo a la famosa frase de D. Francisco Martínez. 

3. El Espíritu, fuente y alma de los sacramentos

El encuentro es posible y real solo en el Espíritu, gracias al Espíriutu, alma de la vida, alma de la Igleisa y alma de los sacramentos. “Sin el Espíritu, Dios está lejos…” (Ignatios). Sin el Espíritu nada podemos y nada somos (S. Agustín). Sin el Espíritu, Cristo se queda en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia no pasa de simple organización, la autoridad se convierte en dominio, la misión en propaganda, el culto en evocación, y el quehacer de los cristianos en una moral de esclavos. Con el Espíritu, Dios vive en cada corazón, Cristo desde hoy nos abre el futuro, el Evangelio potencia la nueva vida, la Iglesia expresa la comunión trinitaria, la autoridad es un servicio liberador, la misión un pentecostés prolongado, la liturgia, memorial y anticipación, y el quehacer de los cristianos, un ejercicio de libertad y liberación. 

Sin el Espíritu nada podemos y nada somos (S. Agustín). Sin el Espíritu, Cristo se queda en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia no pasa de simple organización, la autoridad se convierte en dominio, la misión en propaganda, el culto en evocación, y el quehacer de los cristianos en una moral de esclavos. Con el Espíritu, Dios vive en cada corazón, Cristo desde hoy nos abre el futuro, el Evangelio potencia la nueva vida, la Iglesia expresa la comunión trinitaria, la autoridad es un servicio liberador, la misión un pentecostés prolongado, la liturgia, memorial y anticipación, y el quehacer de los cristianos, un ejercicio de libertad y liberación.

San Agustín, identificando el Espíritu con el amor lo expresa muy bellamente: “Sin el Espíritu nada podemos y nada somos”. ”El Espírut se denomina don por el amor, y quien no lo posee, aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, es bronce que resuena o tímbolo que tintinea, y aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia y tuviera tanta fe como para mover montañas, nada es. Aunque distribuya todos sus bienes entre los pobres y entregue su cuerpo para que arda, de nada lo aprovecha” (1 Cor 13; San Agustín identifica el Espíritu con el amor). 

No es fácil hablar del Espíritu, nos faltan las palabras, no en vano es el que da a conocer sin dejarse conocer, sin hablar de si mismo. El que hace habla, inspira profecta y engendra testigos y sobre sí calla. El que abre nuestro corazón al Padre, nos remite a Cristo y sobre si siempre se impone un silencio que es adoración de magestad. Es aquel que nos sumerge en la intimidad con Dios y a la vez siempre permanece como el inefable , lo oculto. El que es imposible de atrapar como el agua cuando la queremos coger con nuestras manos. 

Pero quien puede decir la palabra de amor si no brota primero de sus labios. Quien puede pronunciar un canto de espieranza, si el espíritu no lo ha compuesto, quién osaría de hablar de Dios y hablar a Dios si el Espíritu no pusiese esas palabra e nuestros corazones. 

Por eso, señaló Brotons, terminar este curso hablando del espíritu da sentido a este encuentro y posibilita este encuentro. 

Hay tres ideas clave:  

3.1. Don y amor, alma de la vida

Porque ante todo el Espíritu nos habla de vida (Moltmann). Porque intuimos al Espíritu, esas ganas de vivir, en esa fuerza que nos hace personas, que nos despierta a la vida, que es sinónimo de libertad. No en vano ya la Escritura identificó la morada de Yahvé con la fuera de la vida que daba origen a todo. También Israel cuando habló de la liebrtación, de su pubelo y de tantas cosas, sabía que allí donde se jugaba la vida del pueblo, allí estaba el Espíritu de Yahvé, suscitando profetas, creando, recreando, enviando, alentand. Sostuvo y condujo la vida de Jesús, como sostuvo y condujo la vida de su Igleisa. Y sostiene y conduce la nuestra. 

Y le llamamos “santo” no en el sentido de sagrado en cuanto separado sino por todo lo contrario, porque da vitalidad a la vida, y no cualquier, sino la de Dios. Como el fuego, la purifica de ganas de vivir, de utpaía, de esperanza, de múscia, de fiesta, de coraje, para enfrentarse a las injusticias, para luchar por un mundo mejor, orttas habla solamente al corazón, como la brisa, o llora en silencio, y comparte callado el dolor los últimos, de los débiles. Otras vees, se convierte en clamor, de los pobres, de la creación, de justicia y liberación,. 

San Juan, evocando a Isaías, pensó en el Espíritu como agua viva, que se derrama y calma toda la sed, agua que Dios rociará para purificarlo, decía Ezequiel. Para cambiar nuestro corazón de piedra en un corazón de carne. Por eso, saemos que vivir en el Espíritu de DIos es vida contra la muerte., no contra el cuerpo. Es vida contra todo aquello que niega la vida. En medio de un mundo demasido aconstumbrado a la muerte, al Espíritu lo reconocemos en toda vida afirmada y reencarnada por amor. 

Todos los sacramentos, obra del Espírut, tienen que ver con la vida 

  • El Bautismo dice vida en si mismo (un nuevo nacimiento, una nuev aexitencia en Cirsto, hombre sy meujres niuevos, configurados con Cristo, envueltos del amor de DIos, liberados para amar, partícipes de DIos, que al salir del auga, sepultados a todo lo viejo, se encontraban con una comunidad  que los acogía, los abrazaba, los impuslaba, con la que caminaban luego juntos).
  •  La confirmación: el Espíritu nos conforta, u los confirma en ese camino, en el arte de vivor con Juesús y como sJesús. Nos confirma y nos capacita para la misión, que no es tora que la Jesús. “HE venido apra que tengáis vida y vida en abundancia”. 
  • Los sacramentos de sanación (penitencia y unción de los enfermos): nos habla de vidas sanadas, reconciliadas, confortadas, nos recuerdan que toda vida, sin exclusión, es valiosa. Que ni la muerte, ni la efnermedad, ni el sufrimiento ni el pecado tienen la última palbara. Son abrazo de Cristo en medio del dolor, en medio de las heridas.
  • El orden y el matrimonio, reocgen generalmente esa dimejsión voacioanl de la existencia y la vid acomprendida como don, amor y entrega. 
  • Eucaristía: vida entregada y partida. Vida acogida, y vida entregada y derramada. 

Flaco favor hacemos a la vida sacramental de la Iglesia si convertimos los sacramentos en una especie de “oasis espiritual”, espacio sagrado separado de la vida, de los gozos y fatigas, y de los dramas de los hombres y mujeres de hoy. 

Brotons: «Flaco favor hacemos a la vida sacramental de la Iglesia si convertimos los sacramentos en una especie de “oasis espiritual” , espacio sagrado separado de la vida, de los gozos y fatigas, y de los dramas de los hombres y mujeres de hoy.

Y todo ello no es casualidad, sino la consecuencia de la acción del Espírituu en los sacramentos y a través de elos. LOs sacramentos nos habla de vida porque Dios actúa el Espíritu, que es el alma de la vida. Y los sacramentos nos encontramos con la vida y nos enconramos con Aquel que es la Vida. 

3.2. El Espíritu nos sumerge en el nosotros de Dios y de los hombre

El Espírtu nos sumerge en el “nosotros” de Dios y de los hombres. Porque el Epsíriutu pone la vida en la presencia de Dios vivo y nos introduce en la corriente de su amor eterno. 

Nos sumerge en la lógica del don, porque la smatemática sde DIos son distintas: soy más cuanto más me doy a los demás. Y esto va de la mano de la vida. La muerte es siempre parasitaria de culto a la propia idetnidad, el cutlo al “yo-me-mi-conmigo”. Sol cuando pasamos del qué soy o del quién soy al ara quién soy, la existenica cobra sentido. 

La lógica del don habla de donabilidad a fondo eprdido pero también de recibirnos. LOs sacramntos son un don que recibimos de la Iglesia y que celebramos en la Ilgesia y en la que decubrimos que el don solo es el control de nuestra vida, sinoq ue nos recibimos también de los demás. Y aportamos. 

“El amor ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu que se nos ha dado”. Por eso, el Espíritu habita en nosotros como un templo y somos habitados por Dios. 

Y el Espírut se convierte en principio y fuente de comunión. Tiene que ver con lo “comulgante”. Espiritual es lo “omulgante”. El Espírit es amor reconciliador, perdón, fuente y principio de comunión, sinfonía de la vida , que permite la unidad en la pluralidad, es unidad que no es uniformidad, sino comunión , donde me reconozco en el otro, donde agradezco los dones de DIos en el otro .Alma de la vida, lama de los sacramentos, alma de la Iglesia. 

3.3. El Espíritu, alma de la Iglesia

Así lo dijo el Concilio. Recgió una imagen que ya había nticipado San Agustín: “Lo que es el alma respecto al cuerpo del hombre, eso mismo es el Espíritu Santo respecto al cuerpo de Cristo que es la Iglesia”. León XIII, como Cristo es la cabeza de su Iglesia, el Espírut Santo es su alma. 

El Vaticano II matizará estas afirmaciones, quen os habla del Espírut en LG 4, donde lo descirbe como el alma de la Iglesia: 

4. Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra (cf. Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf. Ef 2,18). El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4,14; 7,38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rm 8,10-11). El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Ga 4,6; Rm 8,15-16 y 26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4,11-12; 1 Co 12,4; Ga 5,22). Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo [3]. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡Ven! (cf. Ap 22,17).

Y así toda la Iglesia aparece como «un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»

El Espíritu es el que une a la Iglesia en la diferencia, el que la hace uno con Cristo para que puede ser vivida y actuar en su nombre. Solo en el Espíritu podemos decir “yo te bautizo”, te perdono, te abrazo, no tengas miedo….camina, anuncia, es mi cuerpo, es mi sangre….” 

Brotons: El Espíritu es el que une a la Iglesia en la diferencia, el que la hace uno con Cristo para que puede ser vivida y actuar en su nombre. Solo en el Espíritu podemos decir “yo te bautizo”, te perdono, te abrazo, no tengas mindo….camina, anuncia, es mi cuerpo, es mi sangre….”

La presencia viva del Espíritu en la Iglesia se hace sentir especialmente en la misión. En los Hch el gran protagonista de la misión de la Iglesia es el Espíritu. La vida sacramental de la Iglesia no es ajena a la misión de la Iglesia ni contrapuesta a ella, como a veces se ha hecho, sino que anima a la misión y forma parte de ella, porque forma parte de la misión el que la gente se encuentre con Cristo. Como decía Benedicto XVI, la gente experimente la alegría de saberse amado por él y de amarle. No en vano el objetivo último de toda la misión y de todo anuncio del Evangelio es el encuentro personal y comunitario con Él. La acogida, las relaciones nuevas más humanas que el Reino genera, hacernos partícipes de la vida, de su Vida. 

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *