Lecturas:
Genesis 14, 18-20 – Salmo 109 – 1ª Corintios 11, 23-26
Secuencia,
Lucas 9, 11b-17: En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
Comentario:
Hemos celebrado el tiempo pascual, una cincuentena de días que conmemora la muerte y resurrección salvadora de Jesús, no como simple recuerdo de lo que sucedió ayer, sino como viva actualización que nos ofrece no solo los efectos o resultados de aquella Cena y de aquel Calvario de Jesús en Palestina, sino el acontecimiento mismo de su muerte y resurrección que ahora se actualizan no cruel, sino sacramentalmente, para que los creyentes de todos los tiempos y lugares podamos celebrarlos y participar de los mismos. La vida cristiana no es simplemente una vida espiritual, sino nuestra vida en Cristo.
Concluidas las fiestas pascuales, el calendario litúrgico vuelve a proponernos de nuevo una serie de festividades puntuales, la Trinidad, el Corpus Christi, Jesucristo Sacerdote, etc. El núcleo del misterio cristiano ya lo hemos celebrado en el Triduo Santo. Pero circunstancias históricas concretas originaron estas fiestas añadidas. Una religiosa, Juliana de Mont-Cornillón en 1247, convenció al obispo de Lieja, que posteriormente llegaría ser Papa con el nombre de Urbano IV, de la conveniencia de instituir una nueva solemnidad en honor de la eucaristía el jueves posterior a la fiesta de Pentecostés. Apelaba a una revelación particular. Roma puso inicialmente reparos alegando que no era conveniente remarcar en un día lo que es contenido y esencia de todos los días. No obstante, la aprobó y encomendó a Tomás de Aquino la redacción del texto litúrgico. Así nació el Corpus Christi.
El Corpus, y la misma celebración cotidiana de la Eucaristía, se han desarrollado en el correr de los siglos más bajo la influencia de la devoción popular que como fidelidad a la mente e institución de Jesús. Tal como se ha celebrado, resalta más su aspecto de presencia adorable y solemne, que su realismo de sacrificio y alianza de fuerte resonancia moral y social. Se acentúa más lo individual que lo comunitario, más la fiesta social que el sacrificio cultual, más la costumbre que la solidaridad y la caridad.
La eucaristía es la institución vértice de Cristo. Él actuó en el contexto de la historia concreta de Israel, de sus relaciones con Yahveh, tal como la escriben los relatos históricos y proféticos. Es una historia larga. De comienzos, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Debía ser fiel a Dios y al pueblo. Pero el hombre peca desde los principios. Todo hombre peca. Su pecado pervierte todo el plan de Dios. Resultado de su infidelidad es el exilio. Primero Egipto. Después Babilona. Cuando Israel de aleja de Dios se aleja de sí mismo y de su destino y pierde su propia identidad. Dios interviene siempre salvando. La liberación de Israel tiene una compleja historia. Pero es una historia tipo para la universalidad de los tiempos y lugares. Dios se implica de lleno en ella y establece el camino y el ritual de su liberación. La Pascua de Israel, y su culminación en la cena de Jesús, es el prototipo y realidad de la historia de la salvación para todos los pueblos. En el fondo de todo es la victoria del bien que vence al mal. Es la fidelidad sorprendente de Dios al pueblo como expresión de un pacto de amor, de una alianza singular. Cristo es el modelo, el tipo y causa de la salvación universal. Carga sobre sí “el pecado del mundo” y donde hay mal él pone el bien. Donde hay infidelidad él pone fidelidad. Él se hace voluntariamente “maldición” y “pecado por nosotros”, y donde el hombre cae él es fiel a Dios. Cristo es el “Sí” radical a la voluntad y promesas de Dios. El hombre es la historia del mal. Y Cristo, obrando a la contra, se hace la contrahistoria de la mentira, de la infidelidad y de la injusticia. Cristo quiso que su fidelidad del hombre a Dios, su opción fundamental por el bien, su entrega de amor al Padre, perdurasen siempre y fueran revividas por todos.
El hombre es su voluntad, lo que su voluntad decide y aquello que opta elige. Y Dios que lo creó sin él no quiere salvarlo sin él. Dios valora y respeta la libertad del hombre como expresión del amor verdadero. La felicidad es el amor, como relación libre y amorosa. Pero sin decisión propia y sin amor personal es imposible la relación y la salvación. Ante el rechazo del hombre, Cristo se hizo “Sí” del hombre a Dios. Encarnándose, el Omnipotente se hizo impotente para poder decir un “sí” humano, aceptador y obediente. Se hizo esclavo, aceptación, fidelidad. Se puso en nuestro lugar cargando todos los pecados del mundo y donde nosotros decimos “no” a Dios, él dijo “sí” por él y por nosotros. El “Sí” de Cristo es un “SÍ” positivo, creador y total. La vida entera, en su estrato más hondo y radical, es un sí a la existencia. Nunca es una realidad merecida o autocreada. Aceptar, acoger, recibir es algo que crea el ser y la identidad. El universo es el sí al poder creador de Dios. Decir “sí” es la mayor fuerza creadora del mundo. En un “Sí” mantenido y profundo nacen la amistad, el noviazgo, la vida consagrada y la vocación. El “Sí” profundo es el núcleo de la fe. Jesús vino a decir “Sí” a Dios. “Que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mc 14,36). “El Hijo de Dios, Cristo Jesús… no es sí y no, en él no hubo más que sí. Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido su sí en él, y por esto decimos por él “Amén” a la gloria de Dios” (I Cor 1,19-20).
Lo mejor que podría hacer la comunidad cristiana de nuestras parroquias y comunidades es renovar sus eucaristías. Esto equivaldría a hacer presente y actual en nuestras comunidades el amor de Jesús al mundo, a los hombres de hoy, a través de la comunidad cristiana. La eucaristía verdadera es Jesús mismo predicando hoy el Reino de Dios, las bienaventuranzas, el amor fraterno, el perdón universal. “Recibir” la eucaristía solo tiene sentido en el compromiso de “ser” eucaristía. La eucaristía verdadera es existir no solo como comunidad, sino como comunión. En ella no tienen sentido las distancias y diferencias. En la eucaristía verdadera el Pan y el Libro van unidos. El Libro ilumina el pan y el pan vivifica el libro. Son presencia de Jesús y de su comunidad dándose, dando vida hoy. Una eucaristía renovada da siempre prioridad a la comunidad. Como la dio Jesús, para dar de comer, curar, enseñar, liberar. La eucaristía verdadera no solo hace el cuerpo de Cristo, nos hace a nosotros el cuerpo de Cristo. No es solo venerar la hostia santa, sino venerar al hermano. Dice San Ignacio de Antioquía que “la carne de Cristo es l caridad divina”.
Francisco Martínez
www.centroberit.com
e-mail: berit@centroberit.com
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!