Lecturas

Proverbios 8, 22-31
Salmo: Sal 8, 4-5. 6-7a. 7b-9.
Romanos 5, 1-5

Lectura del santo evangelio según san Juan 16, 12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.

 

SANTÍSIMA TRINIDAD, 2022

Concluido el tiempo pascual, la liturgia pone ante nosotros unas fiestas o solemnidades que, en realidad, constituyen la base de cuanto celebramos todos los días y de forma generalizada, pues no son aspectos parciales de la fe, sino su misma estructura global y profunda. Una de ellas es la que celebramos hoy, la Santísima Trinidad. Todo cuanto oramos y celebramos lo dirigimos al Padre, por medio de Jesucristo, en la unidad del Espíritu. Es ciertamente el mayor de los misterios de la fe cristiana, pero ello pone de manifiesto la altísima dignidad de nuestra vocación: estamos diseñados para compartir y correalizar la vida íntima de Dios tal como es en sí. El cielo, más que un lugar, es Dios en persona. Es la relación viva con él tal como él es, verdaderamente vivida y experimentada. “Yo mismo seré tu recompensa” (Gn 15,2).  En ninguna forma debemos renunciar a comentar y comprender, pues son muchos los rasgos que Jesús nos entrega sobre el Padre, sobre él mismo y sobre el Espíritu. El hombre, además, tiene una gran capacidad de ver, intuir, sentir, representar, imaginar. 

Hay un cierto reparo a ahondar en este verdadero misterio de la fe. No pocos evangelizadores sucumben a la desacertada tendencia de decir solo palabras sencillas, vulgares, que conllevan el peligro de no decir nada. Sin embargo, hasta los niños hacen hoy alarde de ingeniosidad en informática y en los medios modernos de expresión y transmisión. El hombre está hecho a imagen de Dios y viendo y conociendo la imagen entendemos mejor el modelo. En lo tocante a la fe, además, comprendemos más con el corazón que con la cabeza, más con el amor que con la razón. Todo creyente puede y debe pensar, meditar, contemplar, situarse con frecuencia ante el misterio. No todo lo que el hombre vive entra en él por vía de la razón, del conocimiento lógico y matemático, de la comprobación empírica. El mundo de la necesidad, de la contemplación e intuición, de los deseos y aspiraciones, de los ideales y sueños es amplísimo y real. Y además, y sobre todo, “el Espíritu se une a nuestro espíritu” y nos da capacidad de Dios. “El Espíritu sondea las profundidades de Dios”. “En su Luz veremos a Dios”. El hombre por sí solo es incapaz de entender. Pero Jesús afirma que el Espíritu que él enviará “nos lo enseñará todo” (Jn 14,26). Y Pablo comenta que “nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de parte de Dios para reconocer las gracias que Dios nos ha otorgado” (1 Cor 2,11-15). Nada quiere tanto Dios como ser conocido y amado y que este conocimiento y amor sean la delicia y dicha del hombre. Y solo la fuerza y el poder del Espíritu pueden hacerlo realidad. 

El misterio de la Santísima Trinidad es sumamente determinante de nuestra propia vida espiritual. Debemos conocerlo mejor. Lo cual equivale a conocernos mejor a nosotros. En Dios todo procede del Padre y todo retorna a Él. El Padre no procede de nadie. Es Principio sin principio. Es Ser y Vida infinitos y eternos, Origen y Meta infinitos. El Hijo procede del Padre como Conocimiento y Palabra. El Espíritu procede del Padre y del Hijo como Amor, retorno y comunión. Padre, Hijo y Espíritu son comunión perfecta en el Ser, en el Conocer, en el Amar. Cada uno vive y está en el otro. Dios no ha querido existir a solas. Ha decidido venir y permanecer en el hombre ayudándole a ser y existir en Dios. El Padre viene al hombre y envía también al Hijo y al Espíritu para poder correalizar el dinamismo que hay dentro de Dios. Dios se desborda en su vida y actividad íntima hacia el hombre, y el hombre “participa de la Naturaleza divina”. Dios existe en sí mismo y ayuda a ser al hombre. Dios, en su misma luz, conoce y ayuda a conocer al hombre. Dios ama en sí mismo al hombre y le ayuda a amar en su mismo amor. La vida de Dios es también la vida del hombre. En el cielo seremos en Dios y conoceremos y amaremos en Dios y con Dios. La vida cristiana es capacitación e iniciación a la vida trinitaria divina. La gran posibilidad del hombre es experimentar un ensanchamiento de su capacidad para conocer y gozar del Infinito. La vida cristiana en su origen no es una suma de leyes y deberes. Es gracia y don de Dios. El hombre necesita ser evangelizado, ser iniciado, madurar en la fe, creer e impregnarse de la palabra de Dios que le busca y le ama. Dios es lo mejor de nuestra vida. Es lo mejor de nosotros mismos. A quien le falta Dios le falta el infinito.  

Es trascendental que nuestro pueblo conozca mucho mejor el Misterio de la Santa Trinidad, fuente y meta de la existencia cristiana. Nuestra época y nuestra cultura padecen una penosa falta de Dios. Se impone una profunda renovación de la pedagogía del mensaje cristiano que sea capaz de impactar y fascinar. El hombre ha perdido el sentido de lo eterno y camina por sendas perdidas. Jesús habló de un cambio que supone “nacer de nuevo”, y “nacer de lo alto”. Ante los reparos y asombro de Nicodemo, Jesús no suavizó la necesidad, la reafimó. “El que no nazca de lo alto no puede ver el reino de Dios” (Jn 3,3). Morir a lo viejo y nacer a lo nuevo, siempre y en cada momento, expresa bien la tarea del cristiano de hoy que acumula un grave exceso de frialdad e indiferencia. Las propuestas de planes de formación de los cristianos de hoy, ante la luz que ofrece el Vaticano II, suelen ser muy insuficientes. Con ellas no se puede reevangelizar el futuro. Es el legado de un pasado que remite siempre al pasado. Evangelizar con el pasado sería insuficiente y perjudicial para el futuro. El drama es que nosotros vemos la realidad a través de lo viejo. Y por tanto, estamos fuera de la realidad. El cristiano de hoy no tiene un pensamiento global. Vive de fragmentos. Se contenta con poco cuando su vocación es trascendente. Su voluntad no es libre, está atada. Es esclavo y no lo sabe. No posee la Verdad, sino pequeñas verdades. No tiene el Bien con mayúscula, sino bienes pequeños y efímeros. No es del todo, juega a serlo.  

El misterio de la Trinidad nos afianza en la seguridad de que hay otra forma de ser, de conocer y de amar que tenemos el deber y la dicha de afrontar. Hemos perdido el sentido de lo eterno y el misterio trinitario es invitación de Dios a recuperarle. En ello nos va la vida. Dios es Padre, Hijo, Espíritu. Es Ser, Conocer y Amor. Dios es a la vez Amante, Amado y Amor. Y quiere que le compartamos y participemos. Dios es invitación apremiante a Ser, y debemos olvidar nuestra máxima herejía moderna, la de sustituir el ser por el tener. El verdadero ser no tiene precio. Todo el oro del mundo no vale ante la posibilidad de ser cuando ello conlleva los valores de la Verdad, la Bondad, la solidaridad, la responsabilidad. Dios nos invita a conocer más y mejor sabiendo que en Dios recibir la luz es recibir la Palabra, recibir la filiación del Hijo. Saber y conocer es amar. “Quien ama conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios” (1 Jn 4,7). En Dios solo conocemos amando. El que no ama no sabe, no conoce. Dios nos da el Espíritu que Dios es para capacitarnos a la vida de Dios. Y Dios es amor por lo mismo que es Dios. En Dios ser es amar. El amor es su esencia, de forma que es imposible que no ame. Dios no solo tiene manifestaciones de amor, es amor. Y nos da capacidad de Dios. En Dios amaremos con él, en él y como él. Ciertamente, necesitamos creer no solo en Dios, sino en el amor de Dios que es poderoso y sublime. La Santísima Trinidad es nuestro origen, es nuestro modelo, es nuestra meta. Demos gracias a Dios que es maravilloso con nosotros. 

Francisco Martínez

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