CUARESMA: MIRAR A LOS ALEJADOS DESDE EL CORAZÓN DEL PADRE

 

LA PASCUA: LA PATRIA DE LA IDENTIDAD 

Cada año vuelve la primavera y, con ella la Pascua. La Pascua es la primavera cristiana. No es un tiempo natural. Es Alguien que se hace presente renovando todo en la luz de una vida nueva. No la crea el hombre. Ocurre como don y gracia. La Pascua es la venida de Cristo resucitado para renovar a la comunidad cristiana en su propia resurrección, para ayudar al hombre a recuperarse como imagen de Dios. La pascua de Cristo es la única fiesta cristiana, la fiesta total. La primera comunidad no celebró otra cosa. Pero la pascua, a partir de Jesús, es una vida que procede de la muerte al hombre viejo. He ahí el sentido de la cuaresma: recomponer al hombre mediante la penitencia y la conversión para recuperar la patria de su propia identidad. 

 

EL RETORNO DEL HIJO PRÓDIGO: EL HOMBRE DE LA MODERNIDAD Y POSMODERNIDAD 

La parábola que mejor revela el sentido de la cuaresma es la del hijo pródigo. Éste somos nosotros, y de forma muy singular es el hombre contemporáneo. El hombre actual ha abandonado el hogar de su identidad trascendente. Se ha roto él mismo como imagen de Dios. No sólo tiene problemas. Él mismo se ha convertido en el mayor de los problemas. La noción del hombre se ha desintegrado. 

Para el hombre moderno el camino de la certeza ya no es Dios, sino la razón. Y la razón se forma mediante las certezas que proporciona la experiencia. Así nace el método experimental, alma de la cultura moderna. 

Un gigantesco movimiento de secularización y emancipación, sin precedentes en la historia, se ha rebelado contra la superestructura tradicional «sobrenatural» de la fe cristiana. Pretendió primero armonizar la fe y la razón. Posteriormente se limitó a tolerarla. Finalmente se tornó rabiosamente anticlerical. El antropocentrismo sustituyó al teocentrismo. De este modo nació en la Iglesia la tercera y mayor catástrofe de su historia, la separación entre fe y cultura, entre la Iglesia y el hombre moderno, tragedia mayor que la separación del oriente en el siglo XII y la del protestantismo en occidente en el siglo XVI. 

La civilización fundada sobre la idea del deber hacia Dios es sustituida por una civilización fundada ahora sobre el derecho humano. Se construye una política sin derecho divino, una moral sin revelación, una religión sin dogmas ni misterios, un conocimiento únicamente apoyado en la experiencia. El nuevo orden pasa de la reforma pacífica a la violencia revolucionaria. El hombre va quedando en manos de su propio destino, en la desolación de la nada, ante el fatalismo de una naturaleza mecánica, fría, inmisericorde. 

Rousseau se rebela no sólo contra le fe, sino contra la ciencia y la civilización como causa de los males del hombre: la corrupción, amor al lujo, sed de ganancia, lucha de egoísmos, desigualdad social. Propugna abandonar la cultura y retornar a los instintos primitivos de la naturaleza. Darwin concibe al hombre desde abajo, como producto de un proceso fisioquímico, no desde arriba o desde la fe. Otros ven al hombre como un fenómeno puramente conductista, fruto del aprendizaje ante las necesidades primarias. Otros lo ven como un fenómeno proveniente de las condiciones meramente sociales. Feuerbach formula una concepción materialista del hombre. Straus afirma que Dios no es más que una proyección del hombre. Marx ve al hombre como producto de una pura coyuntura económica. Nietzsche dice que la vida es un absurdo. Dios ha muerto. No hay absolutamente ninguna verdad. Se impone el nihilismo como convencimiento del sinsentido de la realidad. Sartre concluye que el hombre es una pasión inútil. La nueva ola biologista y bioquímica dice que el hombre es puro azar de combinaciones genéticas, un percance intranscendente de la naturaleza que es el único protagonista de la vida. El alma no es sino la mente y ésta es reducible al cerebro. Esta «muerte» del hombre es la más dura impugnación que haya podido sufrir la fe religiosa. 

El hombre moderno es un ser sin hogar. Ha olvidado su origen y su meta. Dios no es ya ni afirmado ni negado: sencillamente ha dejado de ser problema. El hombre actual se siente solo. Se ha cobijado en el mito del bienestar material, el nuevo ídolo, el más universal de la historia. Está haciendo la experiencia de los medios en el silenciamiento de los fines. Sólo interesa consumir más, disfrutar más, obtener mayor rendimiento. Se produce por producir. Se crean nuevas necesidades ficticias. No hay tiempo para el cultivo del espíritu. Todo está dominado por la superficialidad, la vana charlatanería y el ciego interés. 

En la humanidad postmoderna hay una nueva actitud vital centrada en el desapego de la fe y en el desencanto de la razón, de la política, de las ideologías. Es un estilo de pensamiento, una forma de sentir y ser. Una nueva mentalidad y cultura sensual, sexista, burda, pragmática, sibarita, domina la calle, los medios de comunicación, los espectáculos, las conversaciones. Se han roto las formas tradicionales de pensar, de vestir, de convivir y de ser. Nos hallamos en el mar abierto, sin horizonte fijo ni fundamento. Se vive en la desfundamentación de todo. El hombre actual está asentado en la indeterminación, la discontinuidad, el pluralismo teórico y ético. Nos encontramos en la legitimación de la violencia, de las ideas y proyectos de la mentalidad tradicional, de la omnímoda libertad sexual, de nuevas formas de matrimonio y familia. Ya no hay criterios para caminar y vivir. Es un nuevo género de vida, de pensamiento, de valores, de religión y de fe. Se vive una libertad cautiva. 

Esta situación de crisis afecta también a los cristianos. Ellos han heredado las formas de religiosidad de ayer y no han asumido la fe desde el contexto cultural que les toca vivir. Fueron catequizados, pero no han sido evangelizados. Han perdido los modelos tradicionales de su identidad religiosa y no han madurado en una fe viva y actual. La vida cristiana como respuesta a la palabra de Dios y como vivencia del misterio de Cristo ha sido sustituida por las devociones populares, una especie de religiosidad a la carta. En ella se adoran construcciones de manos humanas que brotan más bien de la pura afectividad. No raramente representan una religión intimista, afectiva y maravillosista, consecuencia del olvido de la Biblia y de la liturgia. Los cristianos no acabamos de creer que el actual vacío de Dios en nuestro mundo, más que ausencia de Dios es negación de formas caducas de fe. No hemos sido capaces de alcanzar una actitud confesante postmoderna. No nos hemos percatado de que vivimos un momento propicio para salir de la cerrazón, quitar falsas adherencias y arriesgamos a una nueva evangelización. 

«EL PADRE LE VIO DE LEJOS Y SE LE CONMOVIERON LAS ENTRAÑAS» 

El hombre actual es el hijo pródigo que se fue de la casa paterna. Es también ahora el caminante de Jerusalén a Jericó herido por los asaltantes del camino (Lc 10,29). ¿Dónde está ahora el padre que «le vio de lejos» (¿quién se acuerda hoy de los alejados?), que «se enternece en sus entrañas y le abraza llenándole de besos»? ¿Quiénes son ahora el buen samaritano que se hace responsable del hombre herido? ¿Quiénes son los sacerdotes y levitas que ahora «pasan de largo»? ¿Dónde está hoy la pastoral de los alejados? ¿Qué planes están suscitados por el celo apostólico de evangelizar hoy la increencia? 

¿Por qué seguimos actuando hoy en las diócesis y parroquias, como si no hubiera acontecido nada ante los impresionantes fenómenos de la modernidad y postmodernidad? ¿Por qué castigamos y condenamos a los increyentes de hoy con nuestras prédicas morales y dogmáticas cuando ellos viven ya otra fe, otra cultura, otros valores? 

¿Dónde está la «nueva evangelización» que pide el papa Juan Pablo II? ¿Dónde está el principio de encarnación, de asumir al hombre concreto de hoy, sus nuevos valores y aspiraciones positivas, sabiendo que no es redimido aquello mismo que no es asumido?

HACIA UNA NUEVA FORMA DE CELEBRAR LA CUARESMA 

La cuaresma nació en primer lugar polarizada en torno a un gran ayuno. Se realizaba de esta forma el deseo de enterrar al hombre viejo para revestir el nuevo. Posteriormente la idea de la cuaresma se ha ido celebrando en torno a tres realidades principales: la preparación del bautismo para los catecúmenos,la reconciliación de los pecadores, la reafirmación del bautismo para los miembros del pueblo de Dios. 

A) El bautismo de los catecúmenos

La cuaresma es la culminación del tiempo de una formidable iniciación presacramental a la fe. Era como un gran retiro en el que se renunciaba a Satanás y a «las pompas», la frivolidad y espectáculos de la vida pagana. El Vaticano II restablece el catecumenado y establece el Ritual de la iniciación cristiana. Una comunidad que no tiene organizada la iniciación a la fe (experiencia y vivencia, y no sólo la enseñanza), no puede ser madre que engendra a la fe. El que hoy no exista la catequesis presacramental para los niños, no exime de la implantación de la catequesis postsacramental cuando nace la razón, pues sin fe los sacramentos y la vida misma no sirven para nada. Donde no existe, los pastores no pueden exigir lo que ellos mismos no han formado. Nuestros bautizos rápidos, sin iniciación, sin ambiente de comunidad de fe, no ofrecen una esperanza optimista de cara al futuro. Si nos preguntamos qué es ser cristiano y cómo se hace un cristiano, viendo lo que nosotros hacemos, y cómo lo hacemos, salta a la vista que hay un desplazamiento de la pastoral de sus ejes estructurales hacia falsos y secundarios puntos de apoyo. 

B) La reconciliación de los penitentes

La práctica primitiva consideró siempre al bautismo como el primero de los sacramentos que borra todos los pecados. Cuando los bautizados cometen pecado grave es necesario recibir el sacramento llamado «segunda penitencia». El pecado grave público separaba a los cristianos de la comunidad. Para reintegrarlos de nuevo eran sometidos a un tiempo de penitencia. El pecado era ruptura con Dios y con la Iglesia. 

La Iglesia suplicaba el perdón de Dios durante la penitencia. Hacia el año 1000 cambió la práctica penitencial: la penitencia ya no precedía, sino que siguió a la reconciliación. 

C) El ejercicio cuaresmal del pueblo cristiano 

Todos los cristianos, durante la cuaresma, recuerdan su bautismo, su primera preparación a la fe. La cuaresma ha sido siempre un tiempo tradicionalmente consagrado a la oración, al ayuno y a la limosna u obras de misericordia. 

EL MENSAJE DE LA CUARESMA 

Retornar, y ayudar a retornar, al Padre como a nuestro origen absoluto y hogar y patria de nuestra identidad. 

Adquirir una nueva mirada de los alejados desde el corazón del Padre. Dejarnos conmover por la actitud del Padre del hijo pródigo ante el misterio de la lejanía del hombre actual: colaborar activamente a la mayor alegría de los cielos por el pecador que se convierte. 

Conocimiento interno de Cristo profundizando más y más en el evangelio. 

Experiencia y vivencia, no sólo formación o información. Organización evangélica del corazón. 

Conocimiento y aplicación del Ritual de la Iniciación cristiana ordenado por el Vaticano II.

 Iniciación misionera de los alejados, e iniciación catecumenal de cuantos no han hecho un proceso personal de maduración de la fe. 

Intensificar la reconciliación con el Señor, con la comunidad parroquial, dentro de la familia, en las relaciones laborales y sociales, 

Reconciliación con el nuevo hombre y cultura postmoderna, reconociendo sus nuevos valores positivos, partiendo de ellos para la animación del diálogo de fe. 

Conocer el misterio de la cruz: pensar, vivir, trabajar desde el amor sacrificado, no desde la pura organización o el poder humano de los medios. 

 

[Extracto del libro «Vivir el Año Litúrgico», De Francisco Martínez García, Herder, 2002.]

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *