Lecturas

Isaías 6, 1-2a. 3-8  –  Salmo 1 5, 1-1137  – 1ª Corintios 15, 1-11

Lucas 5, 1-11: En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Y Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Comentario:

DEJÁNDOLO TODO LE SIGUIERON

2022, 5º Domingo ordinario

            Acabamos de escuchar el evangelio de Lucas de este quinto domingo de los llamados “ordinarios”. Los cristianos de todo el mundo nos reunimos todos los domingos del año para hacer el seguimiento sucesivo de los tres evangelios sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas.  En ellos se nos cuenta el viaje misionero que Jesús hizo de Galilea a Jerusalén, convertido en una especie de cátedra ambulante donde fue exponiendo el programa del Reino, sus discursos, parábolas y doctrina. Allí se consignan también todos sus signos y milagros.

Los cristianos de parroquias y comunidades hacemos hoy el mismo camino que Jesús hizo ayer, escuchando el mismo evangelio, pensando y acogiendo la palabra divina para orientar según ella nuestra vida. El evangelio proclamado es verdadera palabra de Dios no solo en el momento en que fue redactada ayer, sino también en el instante en que hoy es proclamada, pues, como dice el Concilio Vaticano, en nuestras celebraciones de hoy “es Cristo mismo quien habla”. Comulgando todos con la misma palabra, organizamos evangélicamente el corazón y la vida, nos salvamos y salvamos a los otros de la manera más obediente, acertada y dichosa.

Las tres lecturas de la misa de hoy hablan de la vocación divina. Isaías encuentra al Señor y la experiencia del encuentro se convierte en misión y tarea: “”Señor, aquí estoy, mándame”. En la segunda lectura Pablo habla de la vocación universal en Cristo como actualización y participación del misterio pascual, de su muerte, resurrección y ascensión a los cielos.  El evangelio narra la llamada de Jesús a Pedro para seguirle.  Esta llamada le convierte de pescador de peces en pescador de hombres.

Lucas, en el evangelio de hoy, describe el inicio de la predicación de Jesús. En esta ocasión no espera al sábado para acudir a la sinagoga. Jesús sale a encontrar a la gente donde trabaja y vive, en las ocupaciones de la vida. Enseña desde la barca de Simón. Inicialmente lo escucha un pequeño grupo de pescadores. Jesús ahora no utiliza el libro sagrado para leer, como en la sinagoga de Nazaret. Él en persona es Palabra de Dios hecha vida. En torno a su enseñanza va cuajando un pequeño grupo reducido en el que se encuentran Simón y sus compañeros. Oyendo a Jesús se sienten cautivados y van poniendo su confianza en él. Un día Jesús dice a Simón: “Rema mar adentro y echad vuestras redes para la pesca”. Simón conoce bien el oficio y en principio recela. “Maestro, le dice, nos hemos pasado la noche bregando, y no hemos cogido nada; pero por tu palabra, echaré las redes”. Aunque no lo ve nada claro, ha ido creciendo su confianza en Jesús y, venciendo su sensación de ineficacia, accede pudiendo en él más el afecto que la expectativa de la pesca. Su sorpresa es inmensa. “Hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red”. Simón, impactado, se dirige a Jesús llamándole ahora no “maestro” sino “Señor”. La capacidad de escucha y la confianza en su palabra han ido originando un proceso que lleva a Pedro a reconocer su fragilidad y, también, al gozo de sentirse llamado por Jesús para ser pescador de hombres. La aventura de Pedro y sus compañeros junto a Jesús es modelo del camino al que estamos llamados todos los creyentes, tanto en persona como en comunidad. En realidad la llamada solo pasa a ser cierta cuando ha producido fuerte emoción y cuando nos hace capaces de dejar todo para seguirle.

De la escena evangélica nos interesa, junto a la historicidad del hecho, su hondo significado. Jesús llama a Pedro, pescador, para que en adelante sea pescador de hombres. Se acerca a él y a sus compañeros al poco tiempo de haberlo conocido. Ellos no son sino  unos simples pescadores que están realizando su trabajo de cada día. Jesús les llama utilizando su propio lenguaje. Y ellos le entienden y le  siguen. ¿En qué razones se apoyaron para dejar de repente a su familia y su trabajo y seguir a Jesús? ¡Sí que había razones! Antes de llamar a sus discípulos, Jesús había realizado signos admirables que requerían una autoridad extraordinaria. Había intervenido en la sinagoga de Nazaret, había curado a un endemoniado y a muchos enfermos y, también, a la suegra de Simón. Ellos han sido “testigos oculares” de estas y otras obras. Y ahora Jesús, toma la iniciativa, abre un futuro sorpresivo y les llama personalmente. Y ellos, respondiendo, le siguen decididos y al momento.

¿Qué sucedió a Pedro y a sus compañeros junto al lago de Cafarnaúm? Que se sintieron “llamados” por Jesús. Jesús les llamó libremente. Ellos se sintieron interpelados personalmente y respondieron también desde su personal libertad. Se sintieron seducidos, atraídos, convocados hacia aquello que habían visto y oído. Y esto no es una simple anécdota. Es norma y modelo para toda vocación a seguir a Jesús. No se trata de un mero cambio de profesión. No se ponen en marcha hacia un nuevo trabajo y dedicación. No pretenden hacer carrera. No hay oferta de un salario superior. Hay una inspiración profunda, un impulso fuerte a seguir a Jesús en su misión personal concreta. Han visto cómo vive y qué hace. Y les seduce. Sin llamada no habría seguimiento. Jesús llamó él mismo ayer, y Dios sigue hoy llamando sirviéndose de inspiraciones y mociones interiores.

El evangelio de hoy nos afecta sobremanera. Jesús aparece enseñando y curando. Revela un nuevo horizonte, una nueva existencia. Enseña que Dios es Padre de todos y llama a todos a cooperar activamente a insertar a los hombres en la nueva vocación trascendente. Lucas presenta a un Jesús que tiene gran autoridad moral: dice palabra de Dios, sana, cura, es llamado “Señor”. Da órdenes y le obedecen los hombres y la creación.  En tierra y mar todo le obedece. Es llamado Jefe y Señor. Le obedecen las personas y la misma naturaleza. Pedro, que sabe de pesca, dice a Jesús: “Por tu palabra echaré las  redes”. Pedro y los compañeros lo dejan todo, familia incluida, y le siguen. Ante la llamada, dice ser un gran pecador, como en otro tiempo lo manifestaron Isaías y Pablo.

Dice Lucas que la gente se agolpaba en torno a Jesús para escuchar su palabra.  ¿Por qué y para qué? La palabra de Jesús estaba polarizada en torno a los sufrimientos reales de la gente. Jesús irradiaba compasión universal y movía a ella. Pobres, enfermos, pecadores, necesitados se sentían no amenazados, sino atendidos y queridos. Todos, y por principio. Ciertamente Dios no es insensible a la injusticia. Pero para él el perdón es universal y radical. Perdona todo y sin restricción. Hay personas y grupos que gritan y claman por una justicia implacable, pero solo ante ciertos delitos de otros. Todos somos pecadores y todos necesitamos ser perdonados. No hay pecado ni en la tierra ni en el infierno que no haya sido perdonado por Cristo en la cruz. No es correcto condenar siempre a unos salvando siempre a otros, discriminatoriamente. Todos somos pecadores y todos, absolutamente todos, necesitamos perdón.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

email:berit@centroberit.com

 

 

 

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