Lecturas:
Génesis 3, 9-15. 20 – Salmo 97 – Efesios 1, 3-6. 11-12
Lucas 1, 26-38 : En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.
Comentario:
INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA, 2021
Hemos comenzado ya el tiempo santo del Adviento en el que nos preparamos para la venida de Cristo a nuestras vidas. Esta venida, la celebración de la Navidad, no se limita al recuerdo de sucesos pasados. La Navidad y la Pascua son fiestas-misterio, es decir, contienen la misma realidad que conmemoran. Cristo, que vino ayer históricamente al mundo, viene hoy en todo su poder espiritual a nuestras vidas. En el contexto de este tiempo de adviento, la liturgia celebra hoy la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. Esta fiesta no representa un paréntesis en la actitud de espera de los cristianos en relación con la Navidad. No es una interrupción que nos aleja y distancia. María es el mejor adviento de Jesús, la mujer creyente que con ilusión entusiasmada esperó su verdadero entrañamiento y parto en su propia persona y lo ofreció después a la humanidad, como verdadera madre de Jesús y nuestra, para que nuestra vida sea, como la de ella, un verdadero vivir en Cristo.
María Inmaculada es el proyecto de Dios admirablemente cumplido en ella de principio al fin. Es el ejemplo modélico de respuesta positiva al proyecto de Dios por parte de una sencilla mujer. Es la historia del mundo, y de nuestra propia persona, escrita y realizada en clave efectiva, incluso ideal, hecha posible gracias a la aceptación fiel de una joven creyente. Es lo que la humanidad entera, y cada uno de nosotros, debió ser, llevado a la perfección de principio a fin por una mujer sencilla, que respondió con veracidad y fidelidad plenas. Es la alegría y el gozo de vivir la vida y la vocación en clave de gracia y de respuesta creyente. Es nuestro sueño cumplido.
La palabra de Dios nos ofrece en las lecturas que hemos escuchado tres escenas grandiosas de la historia del amor de Dios que sale al paso de la caída y desgracia del hombre debido al pecado para ofrecerle de nuevo la restauración y la salvación.
La primera lectura corresponde al Génesis y narra con lenguaje figurado el primer pecado del hombre. La Biblia no habla nunca expresamente de “pecado original”. El pecado pertenece por completo a la noche de la historia y el relato bíblico hace una constatación real que procede de la experiencia cotidiana: el hombre peca desde los comienzos, todo hombre peca. Después de relatar el pecado de Adán y Eva, Dios pregunta a Adán ¿dónde estás? No busca obtener información, sino confesión, para ayudarle a comprender los efectos de la desobediencia. La primera reacción del hombre después de su pecado es ocultarse con el pretexto de que está desnudo. Tiene miedo y ello es una reacción muy humana. La desobediencia, su opción egoísta le ha privado de la amistad con Dios. Ha perdido su integridad e identidad. Pero el hombre, en lugar de arrepentirse, comienza a echar las culpas al otro. Y Dios hace una promesa de restauración. Los sabios la designan como protoevangelio, la primera gran promesa de salvación. En la lucha del bien contra el mal, la serpiente herirá en el talón, pero la humanidad herirá a la serpiente, símbolo del mal, en la cabeza. La esperanza aparece en el horizonte futuro de la humanidad.
El evangelio nos sitúa en el marco de Nazaret, en los antípodas del Génesis. María es invitada por el ángel a alegrarse debido a la acción de Dios en ella. Esta alegría es preludio del gozo de la salvación. María aparece como virgen y su virginidad es condición para que se realice la gran obra de Dios que el ángel anuncia: una extraordinaria acción creadora del Espíritu. En Zacarías e Isabel Dios comienza esta obra portentosa partiendo de la impotencia radical. En María Dios suscita un inicio absueltamente nuevo: se sirve de la imposibilidad humana para engendrar como hombre al mismo Hijo de Dios. María se manifiesta en radical disponibilidad a Dios y se confiesa ”esclava del Señor”, el término de los grandes personajes que han colaborado con Dios en la historia de salvación.
En la segunda lectura, de la carta a los Efesios, se confiesa la gran bendición de Dios a su pueblo, cumplimiento de las promesas: Dios Padre nos ha elegido por amor en su Hijo Jesucristo que nos ha obtenido la salvación por medio de su sufrimiento, y nos la ha transmitido gracias a la acción del Espíritu.
LA INMACULADA, LA FIESTA DE LA IDENTIDAD
La fiesta de la Inmaculada Concepción de María no es algo extraño y marginal en la vida del hombre, o en el destino de la humanidad. Comporta la realización positiva de trazos muy singulares en el hombre, en todo hombre, que afectan positivamente al misterio de su propia existencia, a la superación del mal y del pecado, al problema de su propia identidad bien realizada y cumplida y al de la esperanza firme y segura.
El hombre, ya al nacer, se encuentra con una existencia marcada por el pecado, un pecado que conlleva en su esencia ser disgregación de las relaciones con Dios y con los hombres. Que no solo comporta la existencia de actos perversos, sino que distorsiona la dimensión vertical del hombre, con Dios, y la horizontal, de las relaciones sociales. El pecado es siempre rotura de identidad y de comunión. Adán, al pecar, huye y se esconde, porque se siente perturbado interiormente, ha perdido su armonía interior. El pecado es por sí mismo huida y salida del paraíso de la propia identidad. Pecar contra Dios es pecar contra sí mismo y contra los otros. Pecamos contra Dios cuando nos hacemos daño unos a otros. El mal y la violencia nos expulsan siempre de la patria de la propia identidad.
María Inmaculada significa oposición radical al mal integral desde el comienzo hasta el fin. Es el proyecto de Dios plenamente cumplido y el deseo del hombre satisfactoriamente culminado. Inmaculada no hace referencia a algo meramente estético, sino a todo aquello que afecta al problema de la identidad, del sentido profundo de la existencia, de la libertad y de los deseos. Es realización, culminación y totalidad. Es la historia del hombre en clave absolutamente positiva. Es sueño y deseo cumplido.
La Inmaculada es don total de Dios, desbordamiento de su amor y de su gracia. Esta maravillosa hechura de Dios no implica simplemente una causalidad lejana y una receptividad pasiva. Dios ama a María antes de su existencia y antes del advenimiento de su libertad y razón. El niño despierta a la conciencia por la presencia y el amor de la madre que le ha dado el ser. El hecho de haberlo recibido todo de ella, no anula su respuesta: la posibilita y la provoca. El amor con que es amado genera el amor amante. Pero es una relación no esclavizante, sino liberalizadora. Dios ama del todo a María y este amor posibilita el suyo. María ama en el don de Dios, en su amor expresado y dado. Se goza del todo en Dios “mi Salvador”. No habla de su grandeza personal, o de sí misma. Señala que “El Poderoso ha hecho cosas grandes en mí”. La grandeza del hombre es Dios. Dios es lo mejor del hombre. El hombre es un ser capaz de Dios. Es un modo finito de ser Dios. Nosotros nunca somos tan nosotros como cuando respondemos al amor de Dios. María, al evocar lo mejor de ella, recuerda a Dios.
Nunca, al referirnos a María, la debemos aislar de Dios. El culto a María no debe alejarse del misterio de Cristo. La grandeza de María es Jesús. La carne de María es la carne de Jesús. María es Jesús comenzado. María será siempre “la madre de Jesús”. Cuando comemos el pan eucarístico, o cuando comemos de la mesa de la palabra, del evangelio, participamos de la entrañas de María y nos adentramos en lo profundo de su corazón creyente. Jesús nos lleve a María y María a Jesús.
Francisco Martínez
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