1. «SE ACORDARÁN DE MÍ Y VOLVERÁN…»  (Zac 10,9)

En nuestra sociedad posmoderna, pese a la pertinaz violencia anticlerical, y al pesimismo de muchos en casa, están apareciendo en torno a la fe cristiana destellos de gozosa esperanza. 

El pensamiento neoliberal ha realizado desde hace tiempo un intento colosal para reemplazar la fe por la razón, la religión por la sociedad. Ha liderado un movimiento sísmico de secularización de proporciones planetarias. Muchos llegaron a creer que hoy vivíamos ya los últimos cristianos. Un ambiente de rendición, desilusión y desesperanza ha invadido hasta el corazón de los mismos agentes ministeriales. En medio del desconcierto, lenta pero progresivamente, surgen nuevas luces. Los modelos impuestos por la sociedad postreligiosa no han aportado soluciones satisfactorias, están fracasando. Se han agotado sus discursos. No han podido llenar el vacío de la fe. La crisis de la religión ha resultado un componente importante de la crisis de la sociedad. En lugar de aportar liberación, se ha generado más inhumanidad. Y cunde una desazón de consecuencias imprevisibles, de violencia, crispación y vacío. Surgen demandas de sentido, de horizonte último, de realización interior, de convivencia y entendimiento, de solidaridad y comunidad.

Más todavía: el proceso de secularización se está tornando, en no pocas situaciones, en una venturosa ocasión de descubrir el valor cristiano de esa seglaridad que es, según el Concilio, la forma específica de la vocación y santidad de los seglares que tienen que realizar el reino de Dios componiendo y arreglando los asuntos temporales. ¿Podemos hoy encontrar el rostro de Dios?

2. EL ENCUENTRO CON CRISTO HOY

El encuentro con Cristo ayer acontecía en su forma temporal histórica. Ahora se realiza  a través de la proclamación de la palabra y la celebración de los sacramentos. Jesús había dicho: «Os conviene que yo me vaya, de lo contrario no vendrá a vosotros el Consolador» (Jn 16,7). El caso de los discípulos de Emaús resulta paradigmático, pues es el camino hoy para todo hombre que quiera encontrarse con Cristo. Ellos mismos ya no le reconocieron en su realidad humana temporal, sino en el relato de las Escrituras y en la fracción del pan. «¿No ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?… Le reconocieron en la fracción del pan» (Lc 24,32-35).

Muchos conocen a Dios sólo de oídas. Pero no han hecho una experiencia personal. Oyen hablar sobre Dios, pero no han escuchado a Dios. Es una inmensa desgracia. Porque la Palabra de Dios es Dios hablando y entrando él mismo en nuestra vida. Se piensa erróneamente que la palabra de Dios fue ayer acontecimiento y que hoy queda reducida a documento. Rectificar nuestra mentalidad representa una de las tareas más gratificantes de la vida. 

3. LA PALABRA DE DIOS, CRISTO ENTRANDO EN NUESTRA VIDA 

Cristo realiza su presencia viva a través de la palabra proclamada cuando celebramos la fe. Hablar es siempre una oferta de la intimidad del ser. Es revelarse, expresarse, decir el ser, darse, hacerse presente, alojarse en el otro. Cristo no sólo tiene palabras. Es la Palabra. Su palabra es una manifestación personal. Cristo vive hoy. Por lo tanto su palabra es también viva. El Vaticano II resume la fe de la Iglesia de todos los tiempos: «Cristo está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura, es él quien habla» (SC 7). «Pan de vida», en la tradición, se ha aplicado tanto a la eucaristía como a la palabra. Cristo, hoy, es una presencia en la ausencia. Ausente en su forma corporal, está presente en la Escritura. 

 

4. PALABRA Y COMUNIDAD: EL MUTUO HACERSE DE LOS ENAMORADOS 

La Biblia fue naciendo de la actividad «litúrgica» de los centros cultuales en los que las primeras tribus se iban identificando con la memoria colectiva. El canon, o lista de tradiciones, es fruto de una selección que se fue haciendo en función de las asambleas. Los textos bíblicos han sobrevivido precisamente a causa de su utilización en la liturgia. La Biblia se fue elaborando en el proceso ininterrumpido de una lectura pública y de la escucha de la comunidad. Resultaba impensable una Biblia privada o particular. La asamblea es, pues, esencial a la Biblia. La comunidad y el libro son inseparables. Existen el uno para el otro. 

Los hechos del Antiguo Testamento no son mera crónica. Apuntan al futuro, a Cristo como cima y plenitud del hombre y de la historia. La Biblia cristiana no es sino una relectura de las Escrituras a la luz de la muerte y resurrección de Cristo. Por ello Cristo, al leer el libro en la sinagoga de Nazaret, dijo: «hoy» se cumple la Escritura (Lc 4,21). Y nosotros, en la liturgia de cada tiempo, seguimos diciendo «hoy» señalando el misterio que celebramos. El recuerdo se convierte así en suceso memorial, y la narración en proclamación evangélica, en acontecimiento actual, en representación «de la muerte del Señor hasta que venga» (1 Cor 11,26). La lectura y la relectura, en todos los tiempos y lugares, es esencial al texto para seguir haciendo historia de salvación, para que puedan meterse en él y «responder» todos los hombres de todos los tiempos y lugares. La Escritura nació para ser continuamente leída y releída. De nada serviría un texto sin destinatarios o comunidad. A su vez, una comunidad sin libro carecería de identidad. El acogimiento perenne del texto sigue siendo revelación. Texto y comunidad son dos enamorados que se expresan mutuamente el ser. 

Reducir la palabra viviente a simple charla sobre Dios es incurrir en una práctica idolátrica y reducir la vida a concepto, la persona viviente a escrito petrificado. No podemos reducir a Dios a idea o imagen. No es lo mismo hablar sobre Dios que Dios hable. No es lo mismo predicar en la misa que predicar la misa. Se anula la misma fe y se pervierte la identidad profunda de la vida cristiana. Es preciso tener gran respeto a los textos de la Palabra de Dios. No podemos confundir la palabra de Dios con nuestras palabras.

5. LA PALABRA REVELA LO QUE EL SACRAMENTO OCULTA

Palabra y sacramento existen en unidad. No se yuxtaponen. Son el uno para el otro. Cristo es palabra y es pan. El sacramento realiza lo que la palabra dice. La palabra expresa lo que el sacramento contiene. De nada aprovecha el sacramento si no es comido y asimilado por la palabra. El pan sólo puede ser comido en la fe, es decir, cuando es comida la palabra. La consagración del pan, en la eucaristía, y de la comunidad como cuerpo de Cristo, acontecen en la forma que las Escrituras proclaman. La comunión con la eucaristía sólo es posible comulgando con la palabra. 

El cuerpo eucarístico y el cuerpo de las Escrituras transforman la comunidad como cuerpo místico de Cristo. La comunidad, comulgando, es la encarnación, la biografía y expresividad del pan y del libro. El libro pasa a la asamblea y la configura. La asamblea es la página donde el texto se escribe. Es el texto vivo del texto santo. El pueblo es escritura viva, escrita por el Espíritu en los corazones, en la que Cristo resucitado toma cuerpo y se da a conocer a los hombres. La comunidad es el lugar de la revelación de Dios adaptada a la sociedad de cada tiempo y condición.

6. LA «LECTIO DIVINA», O LA PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA DE TODOS LOS TIEMPOS 

Lo único y lo esencial que la Iglesia de todos los tiempos ha hecho es celebrar la fe en el domingo, día del Señor. Ya los primeros mártires confesaban lo que para los perseguidores era su delito: «Acudimos a nuestras asambleas. No podemos faltar a las asambleas».

La Iglesia de los primeros momentos vivió el domingo como participación de la nueva vida de Cristo resucitado. Y enseguida desplegó la pascua dominical en el decurso del año litúrgico para asimilar mejor los misterios de la vida del Señor. Los fue recordando en el tiempo y lugar en que acontecieron, para poder participarlos y  hacerse un cuerpo, una misma carne, con él. En cada fiesta se proclamaba el evangelio correspondiente al misterio celebrado, y junto a él los libros del Antiguo Testamento a que hacían referencia,  y el comentario de la doctrina de los Apóstoles. De este modo la comunidad se fue construyendo en torno a la persona y vida del Señor, respondiendo e identificándose con él. La lectura divina de los textos era el eje de las celebraciones. Los participantes comulgaban con la palabra en el momento mismo en que era proclamada. Para ellos las fiestas no eran recuerdo, contenían la realidad que conmemoraban. Dice el Concilio: «Conmemorando así los misterios de la redención… en cierto modo se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos» (SC 102). Por ello el año litúrgico no es, en su fondo, sino la formación de Cristo, a lo vivo, en nosotros. 

7. DESVIACIONES Y PELIGROS

Las comunidades cristianas y religiosas, en la historia de la Iglesia, desde los comienzos, hasta hace pocos siglos, han girado siempre en torno a la palabra de Dios proclamada en las celebraciones de la fe. Orígenes, Jerónimo, Casiano, Bernardo, y todos, hablaron de la «lectio divina», la lectura divina. Pero ya en la Baja Edad Media surgieron deformaciones a propósito de las llamadas «cuestiones», «disputas», «meditaciones».  Se trata de divagaciones, o métodos, que alejan al creyente del contacto directo con la palabra de Dios. Como hechos negativos en torno a la recepción de la palabra podemos señalar: 

* La ignorancia, la superficialidad y marginalidad del mensaje evangélico. «Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» (San Jerónimo). Muchos creen creer, pero no han llegado a creer.

* La desproporción entre el magisterio interior del Espíritu y el magisterio ministerial. El desajuste entre el hablar sobre Dios y el hablar directo de Dios. La superabundancia de documentos imposibles de leer, y que ponen la palabra de Dios en un segundo plano en importancia y tiempo. No se trata de negar el principio del magisterio, sino la praxis existente.

* La sustitución de la proclamación litúrgica por una praxis individualista, sentimental, psicológica, intimista, oculta en los pensamientos y sentimientos, más antropológica que cristológica, de gran influencia en el siglo XVI con el nacimiento de los libros de «meditación», que relativiza la liturgia y la comunidad, que pierde el marco de la historia de la salvación, atenta a salvar el alma en el último momento, ajena al tiempo y a la historia y a la instauración de las cosas temporales y eternas en Cristo.  

* Muchas lecturas interesadas de la palabra de Dios escogida y presentada en función de sectores parciales o de compromisos determinados, incluso espirituales y apostólicos, en movimientos y grupos eclesiales, que fragmentan utilitariamente desconsiderando el sentido del conjunto. Que más que oír, van a que Dios les oiga a ellos.

8. EL RETORNO A LA BIBLIA: LA PALABRA DE DIOS, CENTRO DE LA VIDA DE LA COMUNIDAD

La proclamación celebrativa y comunitaria tuvo repercusiones extraordinarias tanto en el pueblo de Dios como en la enseñanza unánime de las órdenes religiosas que establecieron modos y procesos de asimilación de la palabra en torno a los siguientes puntos. 

  1. Como punto de partida, siempre existió una proclamación o lectura de la palabra divina como acontecimiento vivo y actual.
  2. Dato esencial fue siempre la asamblea reunida para acoger y responder.
  3. Tuvo gran importancia la meditación y discernimiento sobre la palabra meditada para apropiarla e interiorizarla.
  4. Insustituible fue siempre la oración, orar la palabra pidiendo al Señor que la interiorice, pues esto es siempre don de Dios. Nunca el análisis de la realidad puede sustituir el hecho de orar la palabra, si queremos converger y crecer.
  5. La oración llevaba normalmente a la contemplación o degustación festiva, gozosa y alegre de la palabra, a la alegría de la fe.
  6. La acción y compromiso por la alabanza de Dios y por la atención a los pobres culminaba todo este proceso de acercamiento a la palabra de Dios.

Es evidente que las estructuras actuales no siempre permiten realizar estos pasos. Pero nuestra ingeniosidad y creatividad en el amor debe hacerlos posibles. Es urgente impulsar unas celebraciones de la fe en las que la palabra de Dios sea claramente el eje de la asamblea, una palabra proclamada, acogida, vivida, testificada. Los grupos de evangelio, reunidos cada semana para organizar evangélicamente el corazón, la convivencia, el testimonio, pueden hacer mucho.

9. ACERCARNOS A DIOS

Estamos lejos del Señor. ¿Y por qué él se aleja? Somos nosotros los que lo alejamos. Amémoslo y él se acercará, y estará en nosotros. Dios es amor. El que ama está en Dios. El amor es el hecho mismo de amar. Pero ¿qué es lo que amamos? Amemos a quien es el Bien total, el Creador de todo Bien. Él será nuestra delicia.

Nos acercamos a él acogiendo su palabra. Tenemos que dejarnos hablar, amar, cambiar por él. Él es verdad plena, camino único, vida total. Es puerta de la patria trascendente, agua que esponja en él, luz que vivifica y alegra. Su palabra es él mismo dándose a nosotros en verdadera intimidad. Es alianza eterna, unión y comunión. Es dulzura, miel, paz, conocimiento, salvación, gozo, alegría, seguridad (Sal 119). Él, mediante su palabra, crea consanguinidad divina. Hace padre y madre, hermano y hermana, amigos, todo. La máxima desgracia: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (Jn 1,12). La máxima fortuna: «¿A quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). 

10. PARA LA ORACIÓN PROFUNDA

La palabra de Cristo transmite filiación divina: «Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). «A todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» (Jn 1, 12). 

Cristo es la luz de la vida, del sentido: «Yo soy la Luz del mundo; el que me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

Apropiándote de estas palabras, emprende el proceso:

SALGO DE MÍ. VOY A TI. TODO EN TI. NUEVO POR TI.

 

Extracto del libro de Francisco Martínez, «Dejarnos hablar por Dios», de la editorial Herder

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