Lecturas

Ezequiel 2, 2-5  –  Salmo 122  –  2ª Corintios 12, 7b-10

Marcos 6, 1-6: En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Comentario:

NO PUDO HACER NINGÚN MILAGRO

PORQUE LES FALTABA FE

2021, 14º Domingo Ordinario

 

Continuamos con la lectura del evangelio de Marcos. Hoy nos ha propuesto una escena que nos interpela a todos. Después de predicar en Cafarnaúm, Jesús vuelve a su tierra, Nazaret, y constata el rechazo por parte de sus paisanos. La actitud negativa es tan tensa que Marcos afirma que, como consecuencia, Jesús no pudo allí hacer ningún milagro. A la gente le cuesta aceptar que “uno de tantos”, un “carpintero”, tuviera esa sabiduría y esa capacidad de hacer milagros, la capacidad de hacer presente al mismo  Dios. Jesús no se había revelado en la imagen de un vistoso personaje y esto hizo difícil la fe de sus paisanos. Pero aquello no fue una reacción de frialdad, de apatía o desinterés, sino un sentimiento de asombro y extrañeza ante el contraste de su persona, tan corriente, y las obras extraordinarias que hacía.

Sin embargo, la propuesta de Jesús en su predicación no dejaba de ser sorprendente y única. Nunca nadie habló así. Invitó a todos a ingresar en el Reino de Dios. El núcleo esencial de este Reino consistía en la revelación de Dios como Padre de todos los hombres, mediante una filiación adoptiva mucho más efectiva y gloriosa que la misma generación humana. En ella el hombre comparte con Dios la vida divina. Jesús se revela como Hijo de Dios y Hermano de todos los hombres. Mediante el don de su Espíritu nos renueva, nos regenera, nos transforma a todos. La realidad profunda de este don es que Dios Padre extiende a nosotros la misma filiación propia del Hijo, el mismo amor que el Padre tiene a su Hijo.  En consecuencia, todos los hombres somos hermanos y Cristo, viniendo al mundo y a cada hombre, establece la fraternidad espiritual de todos los hombres como verdad fundamental de la nueva existencia. Este amor fraterno es el hecho cumbre de la historia de todos los tiempos. Todos somos hermanos y cada uno ha de amar al otro como se ama a sí mismo. Dios mismo en Cristo se ha encarnado en la humanidad, ha escondido su omnipotencia divina en la impotencia y humildad de un hombre cualquiera y esta solidaridad de amor es la cima y vértice de la obra de un Dios encarnado en nosotros y para nosotros.

El pueblo judío, en tiempo de Jesús, esperaba un Mesías liberador político y social. Israel fue una nación pequeña secularmente zarandeada por los grandes imperios de la tierra. Con Jesús, Dios mismo vino a la tierra, pero enseñó que su reino no era de este mundo. Enseñó a los hombres a ser muy humanos, profundamente humanos, a hacer no cosas sublimes y distintas, sino hacer aquello mismo que hay que hacer, en la vida común, para ser plenamente hombres y expresar una fraternidad llena de humanidad, basada en la espiritualidad de la cruz, dar la vida por el hombre, impulsando la fraternidad universal de personas y pueblos. Enseñó que Dios respeta al hombre y quiere que el hombre, todo hombre, sea él mismo en libertad y responsabilidad. Nazaret es, ante todo, una escuela y un estilo de vida querido por Dios en el que domina la solidaridad. Es asumir la realidad humana, la convivencia entre iguales, el trabajo, la convivencia humilde y afable, como proyecto de convivencia y de armonía. Enseñó a hacer de las relaciones humanas, realidades de gracia y de amor.

Nuestro problema de fondo ahora es saber si somos personas que aceptan o rechazan indiferentes a Jesús y su plan de vida. Una mirada sincera a nuestro mundo y a nuestra Iglesia nos ofrece una visión muy triste y lamentable. La práctica religiosa ha descendido hasta límites inverosímiles y parece que una nueva evangelización no está todavía programada en la actividad de las comunidades de nuestro entorno. El problema de fondo es que nuestro cristianismo ha derivado en vieja cristiandad, y ahora se trata de ver cómo podemos reimplantar en esta desleída cristiandad el verdadero cristianismo. La práctica de la misa dominical ha descendido al 15%. Por la Iglesia ya solo se casan el 10% de los matrimonios. Los bautismos han descendido al 20%. Si la Iglesia enseña solemnemente que Cristo es el autor y el verdadero celebrante de los  sacramentos, la situación eclesial actual es la repetición hoy de la triste incredulidad de Nazaret. Representa un duro golpe a Cristo y a su misma imagen en la Iglesia y en el mundo. Ante esta situación manifiesta a todos ¿cómo podemos creer que esta Iglesia es capaz de convertir a la sociedad actual? ¿De verdad estamos asumiendo la más adecuada y correcta responsabilidad en la pastoral eclesial hoy?

Los cristianos de hoy tenemos que preguntarnos en serio si creemos y por qué creemos. Creer en serio es no detenernos en las mediaciones, sino “tocar” a Cristo desde lo más auténtico e íntimo de nuestra identidad y sinceridad. Es llegar a tener motivada y actuada nuestra afectividad más profunda. Es caminar desde dentro, desde el entusiasmo y el amor. La alegría de la fe solo puede provenir de una nueva evangelización en la que Cristo y su evangelio ocupen el centro de nuestra vida. Arrastramos un cristianismo líquido, errado, emplazado mucho más en devociones marginales que en la centralidad de una mediación siempre en acto de Cristo y de su misterio salvador; más en catecismos que en el evangelio; más en el protagonismo jerárquico que en la vida dinámica de fe de cada uno, de la comunidad. El cristianismo actual carece de atractivo y de seducción. Aburre y molesta. Necesita de un cambio profundo para poder repercutir en las mentes, en el corazón, en la conducta. Ha de ser capaz de transformar  las personas. Saltarse esta trasformación del hombre por dentro es condenar a la inutilidad la evangelización y su verdadera fuente. Necesitamos una nueva conciencia. Nuestro gran pecado ante el evangelio es que no nos dejamos evangelizar el corazón. Nuestra fe nos dice que Cristo mismo nos habla hoy personalmente. Tenemos que saber ponernos en trance de escucha profunda leyendo el evangelio, discerniendo y acogiendo la luz en el silencio respetuoso de la oración. Tenemos que avivar la capacidad de darnos cuenta del mensaje, de ahondar la mirada emocionada de la fe, de aprender a escuchar, de ampliar el campo de la conciencia. Tenemos que ser mucho más sensibles y receptivos al evangelio. Cristo, en nosotros, no está como en su casa y debemos invitarle en serio. Estamos extraviados y hemos perdido la conciencia de ello. Debemos cuestionarnos a fondo si Dios nos interesa y si le buscamos en verdad.

Estamos instalados y no nos gusta cambiar. Partimos siempre de aquello que ya conocemos. Desconocemos lo esencial y universal y lo sentimos como extraño. Estamos bloqueados, sedimentado en el ayer. Ese pensamiento es el ego, no lo otro ni los otros.  Solo conozco aquello que me gusta e interesa. Lo viejo es mi vida y mi verdad. En mi vida ocurre algo muy grave: mi pensamiento me evade de la realidad objetiva, porque no la conozco bien. Me pensamiento es muy subjetivo y poco real. Conozco a hombres concretos, pero no conozco al Hombre. Conozco algunas verdades, pero no la Verdad. Conozco seres vivos, pero no conozco la Vida. Conozco algunos amorcillos, pero no el Amor. Conozco cosas buenas, pero no el Bien. Y perder el Absoluto, es perderse a sí mismo.

Aprendamos a comulgar con el evangelio. Y emprendamos una organización evangélica del corazón.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail:berit@centroberit.com

 

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