Lecturas
Job 38, 1.8-11 – Salmo 106 – 2ª Corintios 5, 14-17
Marcos 4, 35-40: Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.»
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón.
Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!»
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»
Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»
Comentario:
¿QUIÉN ES ESTE? ¡HASTA EL VIENTO
Y LAS AGUAS LO OBEDECEN!
2021 12º Domingo Ordinario
En el evangelio de Marcos hemos escuchado uno de los relatos milagrosos más significados de Jesús, la tempestad calmada. Le presenta con verdaderos poderes divinos, dominando imperiosamente nada más y nada menos que un mar embravecido. Dice el evangelio que los discípulos “se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”. Los evangelistas ponen empeño en describir el poder extraordinario de Jesús y lo hacen frente a los males supremos del hombre, el poder de los demonios y de los espíritus inmundos y el poder de la enfermedad y de la muerte. El mar encrespado, con sus batientes, vientos y tormentas, es una de las fuerzas más imponentes y temibles para los hombres de todos los tiempos. Este relato tiene un hondo sabor teológico. La comunidad a la que Marcos escribe, perseguida y zarandeada, se siente como en una barca en peligro por problemas muy graves de su tiempo. En la escena de Marcos Jesús parece estar sorprendentemente ausente del peligro. Marcos refiere en su evangelio varios episodios que revelan la presencia poderosa de Jesús. Quiere decirnos: ¡tened confianza! ¡Con él no hay razón para el miedo! Esta escena refleja sorpresa y reproche. Jesús duerme en la barca. Los discípulos se sienten amenazados de muerte y lamentan que Jesús siga dormido, ajeno a aquella situación extrema: “¿Es que no te importa que perezcamos?”. Es la pregunta que los discípulos, las comunidades de Marcos y las de todos los tiempos se hacen cuando se sienten zarandeados por las pruebas, persecuciones y contrariedades. “¿Dónde estaba Dios?”, se han preguntado muchos ante Auschwitz, o ante las contrariedades, pandemias, y persecuciones a muerte en muchas épocas.
El texto de Marcos da a entender que los discípulos, pescadores habituados a los embates del mar, no solo acusaron un pánico espantoso ante la violencia de los elementos, sino que, además, sobrecogidos por un gran temor reverencial ante la presencia del misterio, “comenzaron a decirse unos a otros “¿quién es este que hasta los elementos del viento y del mar le obedecen?”.
La vida del hombre se ha visto continuamente agredida por una serie de males que le mantienen siempre en estado de zozobra. La muerte es el límite absoluto e infranqueable del poder y del pensamiento humano. El mar de la historia es siempre escenario permanente de guerras, desequilibrios económicos y sociales, hambre, pandemias, genocidios, desacuerdos, etc.
El hombre de hoy, el cristiano de hoy, tiene motivos muy singulares para apoyarse en Jesús. Solo él ha sido capaz de reivindicarse en la historia como remedio y solución. Nos avisó en serio: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Las peticiones más apremiantes del evangelio son súplicas de fe y de confianza las más idóneas que puede haber en boca del hombre moderno: “Señor ¿a dónde vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). “¡Señor, que vea!” (Mc 10, 47.51). “¡Señor ayuda mi pobre fe!” (Mc 9,24). ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20,28). La Iglesia de hoy, todos los cristianos, deberíamos estar empeñados en una súplica insistente para que el Señor nos libere de tres grandes y horribles pandemias que acosan a la humanidad actual: el desamor, la inconsciencia y la tristeza.
Analicemos, primero, la plaga del desamor. El hombre, o camina desde dentro o no camina. Solo se puede vivir desde el amor. Todos los cristianos que participamos en las eucaristías dominicales oímos varias veces al año que amar al prójimo es “cumplir toda la ley”. Cada domingo celebramos el misterio pascual cuyo vértice es Jesús y la oblación libre de su vida por aquellos mismos que le matan. Celebrar su muerte implica necesariamente hacer nosotros ahora lo mismo que él hace: amar en la dificultad. Pero no acabamos de creernos que debemos amar así. Por tanto, debemos sanar el desamor. Es cierto que casi todo lo que hemos aprendido en la Iglesia suele ser más bien duro, sacrificado, desagradable, debiendo hacerlo por vía de cumplimiento y obediencia. El “no” hagas, ”no” pienses, desborda con creces “el sí”. Y esto afecta al potencial de la intimidad, a la capacidad de recibir y dar amor. Casi todo viene por vía de obligación, de imposición. No se educa la espontaneidad positiva de los sentimientos humanos integrales. Se enseña más que se inicia. Cuenta poco una moral positiva. La moral negativa ha enumerado catálogos de pecados sin fin. Como contraste, escasean las enseñanzas que fascinan y conmueven. Se prodigan más el deber y la amenaza, que la atracción y fascinación. Cediendo a la modernidad, se reduce de hecho la sexualidad a genitalidad. Se resaltan más los textos legales y negativos que los positivos y placenteros creados por Dios. Se ponen trabas a los afectos humanos bajo el peligro de “las amistades particulares”. Se sobrecarga la moral negativa. La merma de caricias marca al hombre de soledad, de frialdad. Se enseña a tener una idea mental sobre Dios, no tanto a tener contacto vivo con el Dios viviente. Se amenaza con el castigo y no se acoge con entrañas. Estamos lejos de las definiciones de la Iglesia de los tiempos apostólicos: la Iglesia, “la comunidad de los que aman”.
Debemos sanar la inconsciencia. Nacemos ignorantes. Y somos lo que aprendemos. Se oculta la formación e información, porque saber es poder. Se ha prohibido en algún tiempo la lectura de la Biblia. En la sociedad y en la Iglesia no se forma ni se informa porque quienes tienen poder, temen perderlo. No se forma ni se informa porque hay miedo a que los otros lleguen a saber más. Las mentiras no son solo palabras. Son merma y descuento de la verdad, de la riqueza y de los valores. Producen subdesarrollo y disminución.
Debemos sanar la tristeza. Dios nos ha creado para que seamos felices. Deberíamos estar muy convencidos de ello. Pero no todo lo que enseñamos conduce a la felicidad. Se nos fuerza a aprender guiones de obligación, de cumplidores y observantes de normas no siempre fáciles. La gente desconoce que las alegrías profundas son las del espíritu. La tristeza viene porque nuestro mundo nos obliga a vivir fuera de nosotros mismos, en lugar de vivir dentro. Y viene y permanece por la pobreza evangelizadora de una gran cantidad de evangelizadores que ni somos sabios ni somos santos.
Busquemos a Jesús. Comamos evangelio en cada momento. Y no nos quedemos con un Jesús solo conocido, sino vivido.
Francisco Martínez
e-mail:bert@centroberit.com
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