El liderazgo constituye uno de los principales objeto de estudio de las ciencias de la gestión empresarial en la actualidad. La importancia del liderazgo se ha puesto de manifiesto en múltiples estudios, enfocados especialmente a valorar y analizar el impacto que el liderazgo ostenta en el funcionamiento y la dinámica organizativa. Hoy las facultades y competencias personales vinculadas al liderazgo son desarrolladas y aprendidas en la mayoría de universidades y escuelas de negocio.
Lo cierto es que el liderazgo no constituye ninguna novedad. Es tan antiguo como la propia humanidad. Los líderes han conducido a los pueblos a una misión concreta, han servido de orientación, han sabido aglutinar intereses y expectativas.
Pero parece muy pertinente traer a colación si existe un “liderazgo cristiano”, marcado por la fe y cuáles son sus principales características. A ello se dedica el número de junio de 2021 de la Revista de Teología Pastoral de SalTerrae, en el que se incluyen artículos de José María Guibert Ucin, S.J., Miguel Ángel Millán Asín, Pablo Veiga Fernández, S.J. y Severino Lázaro Pérez, S.J.
El artículo de José María Guibert Ucín, S.J., actual rector de la Universidad de Deusto, dedica su artículo, en particular, al análisis de las características evangélicas del liderazgo. En concreto, analizar del texto del Evangelio de Juan, cómo fue el liderazgo de Jesús, a la luz del Evangelio, buscando elementos que iluminen y den una luz propia al hecho del liderazgo. Señala Guibert un liderazgo, el de Jesús de Nazaret marcado por el envío por el Padre, “vemos al Hijo como una perosna que asume vitalmente una misión vitalmente una misión y acompaña a sus discípulos. Un liderazgo marcado unos determinados valores propios del estilo de llevar adelante la misión con sus seguidores: amor y servicio; verdad y transparencia; el testimonio de las obras; la radicalidad del seguimiento. El citado autor anailza igualmente los rasgos de la acción de Jesús hacia sus discípulos, marcado por el fomento de las relaciones personales, promueve la proactividad, forma y educa, anima en las dificultades y ora por sus discípulos.
Del modelo evangélico, Guibert deduce “en un liderazgo que se llame cristiano la persona líder es ejemplo de asumir e implicarse en la misión. Lo primero que hace es comprometerse personal y existencialmente con la misión. Ha de vivir su tarea con fe e ilusión. Para ello, ha de entrenarse en discernimiento para seguir al Espíritu, buscar entender su personal y la estrategia de su institución desde la voluntad de Dios, y estar atento a los signos de los tiempos, conociendo lo que la realidad actual necesita desde el punto de vista de la fe, la justicia, la paz, etc. y los demás valores que denominados evangélicos”. Por ello, “no cualquier líder, cualquier misión o cualquier estilo puede denominarse evangélico”, sólo aquel que viene apoyado por los valores del amor y del servicio, la opción por la verdad y la relevancia de los hechos y de las obras. Pero un verdadero liderazgo es aquel en el que la persona líder ciuda de sus liderados. Su pericia es precisamente acompañar a los agentes de misión, e implicarles gozosa y fructíferamente en ella.
Miguel Ángel Millán analiza, por su parte, el liderazgo de los fundadores de institutos de vida consagrada, con la finalidad de de encontrar características comunes: una misión común, la del seguimiento de Jesús; una misión que se traduce en un proyecto concreto a liderar. El sentido de misión es para el autor, un elemento trascendental, misión que debe trasladarse a un objetivo fundacional concreto. Una visión compartida es otro rasgo común de este liderazgo. Un liderazgo basado en el amor, fuente de creatividad e innovación. Sin olvidarla importancia de la comunicación. El autor reconoce que el proceso no estará exento de conflictos y los sufrimientos más intenso.
Por su parte, Pablo Veiga Fernández, S.J, propone un “modelo de liderazgo pascual en las instituciones eclesiales”. Partiendo de experiencias no siempre satisfactorias acaecidas en la Iglesia (a modo de “viñetas”), que muestran “algunas de las principales tensiones que atraviesan el liderazgo en nuestras instituciones eclesiales”, el autor propone una serie de “enseñanzas”. El problema de la autoridad y del poder, la participación y la confianza (pero también sobre el fracaso y la transparencia). “Frente a los retos complejos que la Iglesia afronta en este mundo vertiginoso y cambiante, no hay recetas predefindas sino soluciones adaptativas”. “Por eso, hay espacio para la equivocación y el aprendizaje de los fracaso”, lo que se ha venido denominando “authentic leadership”): “la vulnerabilidad o el no saber -señala el autor- pueden ser impulsos movilizadores para la reciprocidad y horizontalidad de quienes se piden ayuda mutuamente y se confían conscientes de cuán vitalmente necesitan la participación del otro”. De ahí, la importancia de la transparencia comunicativa. El artículo apuesta por un “liderazgo de servicio” (Servant Leadership), en el que el foco está en las necesidades del otro y en el bienestar de la comunidad. Bajo la experiencia del Resucitado, Veiga Fernández propone un “liderazgo pascual”, marcado por “nuevas estructuras y dinámicas eclesiales, más reticulares y horizontales, no tan autoreferentes, sino más volcados en torno a problemáticas comunes a muchas otras gentes, con identidades más serenas y con menos aristas”.
Finalmente, Severino Lázaro Pérez, S.J. propone “claves para un alto rendimiento en el liderazgo cristiano”: (1) “una sólida formación sapiencial”, basado en el modelo de acompañamiento ignaciano, (2) “una cercanía a los más pobres hasta hacernos compasivos”, a través de “hombres y mujeres cristianas que hagan de la pobreza un estilo de vida, personal y comunitariamente elegido”, bajo el modelo de las “bienaventuranzas”, un “liderazgo compasivo”, y 3) “una fuerte resiliencia en situaciones de desierto y fracaso”. Lázaro Pérez concluye en su artículo que “la mejor academia para el liderazgo cristiano la tenemos que seguir encontrando ahí, en la escuela de la vida sencilla que bulle a nuestro alrededor, en nuestros barrios; y, sobre todo, en la lucha titánica por sobrevivir de tanta gente empobrecida y fracasada que, por “extravagar” por los límites o márgenes de la vida, son los únicos que de verdad saben de lo trascedente, de Dios”.
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