1. PENTECOSTÉS, FUNDAMENTO Y RAÍZ
Pentecostés es el nacimiento de la Iglesia. La Iglesia de Pentecostés posee de forma privilegiada el valor de lo original fundamental. Es un organismo vivo que crece y se desarrolla en el cauce de una tradición viva. Junto a la transmisión de lo esencial, se han desarrollado también expresiones menos importantes y secundarias. A veces, el tupido follaje de lo accesorio impide ver los troncos de lo estructural. Todos solemos vernos frecuentemente inmersos en la multiplicidad, en la dispersión y aun en la superficialidad. Pentecostés puede representar para nosotros la gracia del retorno a los rasgos fundamentales de los orígenes. Entre otros, podríamos enumerar los siguientes:
2. EL RETORNO A LO FUNDAMENTAL
1. La vida creyente y la actividad misionera de la comunidad apostólica primitiva se desarrollan partiendo de esta confesión medular de fe: Cristo, el Viviente, está dentro de la comunidad y la está vivificando en su propia resurrección. Nuestras comunidades han de saber recuperar el rasgo fundamental de la experiencia pascual y han de hacer de ella lo distintivo y nuclear de la evangelización de los alejados, de los creyentes de fe inmadura y de las comunidades que en el proceso del año litúrgico celebran su fe. La vivencia pascual es, sencillamente, la vida cristiana. Separar de ella la piedad, o la acción pastoral, resultaría extraño a la primitiva comunidad apostólica.
2. La pascua de Cristo es el fundamento de toda la vida cristiana, el quicio en torno al cual gira todo. Es la fiesta única y total de la Iglesia apostólica. La fe se expresa en una alegría intensa provocada por la infinita gratuidad del Padre, que se hace presente por medio del Hijo, en la fuerza del Espíritu Santo. Ser cristiano maduro implica vivir la conciencia radical de nuestra absoluta pobreza, en lo que atañe a nuestra capacidad y esfuerzo, y de nuestra absoluta riqueza, debida exclusivamente al don gratuito de Dios.
3. La evangelización y la acción pastoral se centran en un hecho clave: poder decir «el Señor ha resucitado: somos testigos». Sólo las verdades vividas son dignas de fe. El cristianismo es irreducible a las meras estrategias, planteamientos, métodos o iniciativas humanas y sociales. La absoluta y radical prioridad permanente de la gratuidad de Dios condiciona toda acción apostólica.
4. El testimonio apostólico queda esencialmente referido a una desbordante alegría capaz de asombrar a los extraños, a una fraternidad sorprendente y contagiosa, a un profundo sentido de comunión omnidirecional que alcanza incluso a los alejados, a los de mentalidad diferente y hasta a los enemigos. La pascua de Cristo, que es vida divina, se encarna y expresa en el creyente en la irradiación de un amor siempre positivo y alegre, de solidaridad afectiva y efectiva entrañable, que «se entrega» incondicionalmente a todos para que se realicen plenamente y alcancen un futuro pleno.
5. Nadie sucede a Cristo y nadie le suplanta. Cristo está en la comunidad creyente como Mediador siempre en acto. Él nos hace a todos contemporáneos de su vida y de los misterios redentores para que nos incorporemos a él y hagamos su camino, dejándonos vivificar, crucificar, morir y resucitar con él y en él. Los misterios que él vivió en su cuerpo físico, en Palestina, quiere revivirlos ahora en su cuerpo místico que somos nosotros.
6. Es urgente que sepamos plantear procesos de iniciación a una fe centrada en el misterio pascual y que, en estos procesos, sepamos reconvertir el domingo natural o social en la originalidad del día del Señor. El domingo es el día en el que el Resucitado nos convoca para hacernos partícipes de su misma vida mediante la comunión en la palabra y en el pan. Es la fiesta por excelencia que anticipa en el tiempo la vida eterna, y que nos confiere el impulso necesario para renovar el orden temporal en el diseño divino de la novedad pascual.
El texto primordial de la iniciación cristiana es la comunidad que vive y celebra la fe. Ésta, viviendo el año litúrgico como el proceso de formación de Cristo y de sus misterios en nosotros, debería ser como la placenta donde puede ser iniciada cualquier persona que carece de fe o que posee una fe inmadura. Deberíamos acercar más y más el contenido y significado de los tiempos fuertes del año litúrgico: el adviento-navidad y la cuaresma-pascua, como el espacio privilegiado en el que Cristo mismo habla, actúa y nos configura en él.
7. Es urgente ayudar a nuestro pueblo a reflejar su fe en la vida secular, a vivirla como presencia responsable en la historia de modo que no se conforme con tener las manos limpias, sino llenas; que no se limite a no hacer mal, sino que llegue a amar en todo y a todos con todas las fuerzas. Es preciso ayudarle a comprender que la salvación no sólo se realiza «dentro» de la historia humana, sino que implica necesariamente ser y hacer historia, asumiendo las situaciones y problemas reales de la vida individual, comunitaria, eclesial y social, y saldando responsablemente las diferencias entre lo que son y deberían ser, según el evangelio.
8. La vida pastoral y la espiritual sólo son válidas cuando se constituyen como «respuesta» oportuna a la palabra actual y viva de Dios, no en forma de iniciativa privada o de mera preferencia personal. Es necesario saber meternos en el contexto de la iniciativa de Dios, de la prioridad absoluta de su revelación, y no sólo en lo que nos gusta, o en lo que la gente pide cuando todavía no posee conocimiento suficiente. No es lo mismo hacer cosas buenas que hacer lo que hay que hacer.
9. El cristiano no mira fundamentalmente al pasado: sabe ver y situarse en el «Hoy» de Dios. Hoy sigue siendo historia sagrada, incluso en un plano más denso. Los sucesos originales de la Biblia miran mucho más al futuro que al pasado. Son tipos e imagen del futuro y acontecen, y están aconteciendo ahora, en un sentido más denso y real.
10. La palabra de Dios no es hoy letra o documento, sólo, sino suceso vivo. Por ella no sólo hablamos sobre Dios, sino que Dios mismo habla. La Biblia nació en las comunidades creyentes para ser proclamada en las asambleas. La canonicidad y reconocimiento de las escrituras viene de la liturgia, de lo que las comunidades han proclamado siempre como norma de su fe. Si se han conservado es debido a su proclamación en las asambleas. La relectura litúrgica es siempre algo esencial y constitutivo del texto y hoy la celebramos también como memorial. Hoy es, no menos que ayer, evangelio de Mateo, de Juan, de Pablo… Por medio de ella, Cristo toma cuerpo en la asamblea y él mismo se escribe en los corazones no con tinta, sino con Espíritu Santo. La consagración del pan y de la asamblea acontecen hoy en la forma que las lecturas proclaman. La asamblea es, ha de ser, la expresividad social y la encarnación de las escrituras. Asamblea y texto son inseparables.
11. Hoy siguen aconteciendo la cruz, la muerte y la resurrección de Cristo, y Pentecostés, pero ahora en nosotros. La palabra y el pan eucarístico están formando a Cristo en la Iglesia, en la humanidad, en el universo y en la historia. Seguimos haciendo lo que Jesús hizo y como él lo hizo. La protohistoria original de Jesús y de su sacrificio se convierte en la metahistoria universal. El cuerpo místico del Señor no es sino un desarrollo y extensión de Cristo y de sus misterios redentores, una traducción y adaptación del sacrificio de Cristo a los hombres de hoy y a sus problemas. La comunidad cristiana es la inteligibilidad y la encarnación del misterio de Cristo que sigue siendo hoy principio y fin, troquel, crisol, camino, modelo y meta para todos.
12. Es preciso que sepamos vivir la fe profundamente encarnada en la historia humana. Fe y vida no son dos mundos antagónicos, o separados, o de conexión ocasional, o que simplemente se toleran. Los seglares tienen como propia vocación buscar el reino de Dios gestionando, según Dios, los asuntos temporales, desde dentro de lo secular, como fermento evangélico. Caminan hacia Dios «instaurando todas las cosas en Cristo» (Ef 1,10): el cosmos, la cultura, la política, las relaciones regionales e internacionales, la historia, la justicia, la promoción de los débiles, la igualdad y fraternidad universal. Ser cristiano no es interrumpir las tareas humanas, profesionales y sociales. Evadirse de una seglaridad correcta es negar la fe.
13. Sólo la fuerza y el dinamismo de la cruz hacen la verdadera historia de la salvación en la acción pastoral y en la vida espiritual. Cristo vence victimándose. Su fuerza es el anonadamiento. La cruz es el triunfo del amor sufrido, del amor incondicional y sin límites, de la dedicación oblacional a los demás. Cruz, hoy, no son las astillas de aquella «veracruz», sino el servicio humilde, el amor sufrido vivido alegremente por los hombres. Es la fuerza y la sabiduría de Dios. Una pastoral sin cruz deja de ser pastoral. Todo y todos en la Iglesia debemos reflejar la humildad y el anonadamiento de Cristo en la cruz.
14. Es un gran testimonio evangélico de fe, demostrar nuestra actitud para dialogar, discernir, y ver a la luz del evangelio, las zonas de nuestro inconsciente histórico, allí donde la costumbre se ha impuesto a la verdad, donde identificamos la voluntad de Dios con nuestros caprichos, donde lo meramente cultural está pesando más que lo verdaderamente evangélico. Una reforma que sólo reforma a los otros, o lo meramente exterior a nosotros, no es verdadera reforma en la Iglesia.
3. PARA LA ORACIÓN PROFUNDA
Pensando en cosas importantes donde Cristo te pide que cambies de mentalidad y de comportamiento, di lentamente:
Ven, ¡oh Espíritu Creador!
Visita las almas de los tuyos,
llena de tu gracia divina
los corazones que tú creaste.
Tú, que eres Paráclito,
don del Altísimo Dios,
fuente viva, fuego,
amor y unción del Espíritu.
Tú, el de los siete dones,
el dedo de la diestra del Padre,
la promesa solemne del Padre,
que dotas de palabras las gargantas.
Enciende la luz en los espíritus,
infunde tu amor en los corazones,
confortando con tu auxilio continuo
la flaqueza de nuestra carne.
Aleja más y más a nuestro enemigo
y danos pronto la paz,
para que así, guiándonos tú,
evitemos todo mal.
Haz que por ti conozcamos al Padre,
y que conozcamos al Hijo,
Y que creamos siempre en ti,
¡Oh Espíritu, que procedes de ambos!
Gloria sea dada a Dios Padre
y al Hijo, que resucitó,
y al Paráclito
Por los siglos de los siglos. Amén.
Al orar, sal de tu mente y entra en el Espíritu, sal de tu pequeño mundo y entra en la historia de salvación de Dios. Realiza el proceso de
SALGO DE MÍ. VOY A TI. TODO EN TI. NUEVO POR TI.
Extracto del libro «Dejarnos hablar por Dios», De Francisco Martínez, Ed. Herder.
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