La última sesión del curso de teología del año 2020-2021, estuvo a cargo de D. José Alegre Aragüés, con el título “Significatividad social de monoteísmo trinitario”. 

D. José Alegre inició su exposición recordando que, a pesar de las múltiples tradiciones y costumbres que conviven en el cristianismo, éste alberga un cierto sentido de unidad, una referencia común a un Alguien, que nos caracteriza: “somos seres humanos vivos que siguen a Alguien vivo”. “Jesús nos da un sentido de Dios, muy relacionado con la vida”. “Nos la transmite no a base de discursos o tratados, sino de forma muy elemental, cuando nos habla de su relación con Dios; nos habla de Dios”. Jesucristo es “el lazo que nos une y un ser humano que nos sigue hablando”. 

Pero, ¿cómo es ese Dios de quién habla Jesús?

Es “un Dios Comunidad”, porque Jesús se refiere siempre a él con palabras de comunión. El Padre (papá) y el Hijo -con el que tiene una relación muy estrecha y que genera una especie de atmósfera de talante. Jesús nos pide siempre que no perdamos ese sentido de comunidad, una comunidad familiar. Esa familiaridad que existe entre ellos y hacia fuera caracteriza las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. 

El hombre es creado “a imagen y semejanza de Dios”. El lenguaje con el que Jesús describe a Dios es un lenguaje afín a nuestra experiencia humana”. “Las claves para hablar de un Dios que no es una invención humana sino que es el resultado del encuentro de lago tan humano como el anhelo, la búsqueda…”, señaló el ponente. 

“Si traducimos ese sentido de Dios como comunidad a la comunidad humana, tenemos que tener en cuenta que lo que descubramos de Dios deberemos tratar de traducirlo en formas relacionadas con el vida humana. “Se trata de articular los predicamentos de Dios con nuestra realidad histórica y traducirlo de una manera práctica y significativa”. 

Los griegos pensaron que la significación la expresamos con la razón. Inventaron el lenguaje conceptual. Y nosotros seguimos esta concepción, muy a diferencia de los semitas, que entendían a Dios de una manera mucho más vital y se servían de la vida y de imágenes de la vida. “Por eso -explica Alegre- Jesús se expresó en términos muy familiares y accesibles”. Es muy difícil hablar de Dios a quien nadie lo ha visto nunca pero, sin embargo, no podemos dejar de buscar palabras o imágenes que nos lo hagan accesible. Por eso, “debemos pensar que Dios es un largo y tremendo esfuerzo búsqueda permanente, que siempre nos queda pequeño y que, sin embargo, necesitamos continuar”. Cualquier encuentro con Dios es siempre un en centro grandioso y feliz, alegre, positivo y lleno de esperanza, “porque Dios es siempre promesa y futuro”. “Nuestro futuro está en él”. 

Pero necesitamos ir buscándolo en un continuo proceso de evolución. Con la palabra “evolución” hemos descubierto que también para nosotros Dios es un proceso de búsqueda continua. Es alguna experiencia muy satisfactoria. Es un continuo seguir anhelando y tratar de encontrar momentos. 

En primer lugar, el Padre. Lo que Jesús nos dice fundamentalmente es que Dios es una comunidad familiar. Y en esa comunidad suelen ser los padres y madres humanos, en los que se consagra la mayor experiencia de amor que se suele tener. Es un amor tremendamente desinteresado, generoso, de continuo regalo, de continuo dar, en un fondo que nunca va a volver a ello sino a través de la satisfacción. Ese es el nivel de interés que los padres tienen. Incluso de egoísmo en la búsqueda del bien de los hijos. y es donde manifiestan la sensibilidad. Los padres se sienten muy heridos cuando los objetos de ataque son los hijos. Al mismo tiempo que agradecen mucho más un piropo dirigido a los hijos que a ellos. 

Por otra parte, el Hijo. Los hijos tenemos la experiencia de que los padres son tremendamente exigentes. Por eso el Hijo en la comunidad familiar del cielo está caracterizado por la cruz, por la tarea, la entrega. El Hijo es “la dimensión realista de la historia”.  Y la cruz es lo que hace realmente humano a Dios. Siempre pensamos en un Dios poderoso, sabio, pero ese Dios que se muestra en la historia es un Dios que asume nuestra historicidad y realismo de nuestra vida; que es siempre tarea, esfuerzo, búsqueda; que es la sangre de las víctimas del mundo. En la teología, recordó Alegre, no podemos descuidar el sentido de la cruz porque es lo que le hace humano, asequible y solidario. 

En tercer lugar, el Espíritu. Es aire. atmósfera, talante. Para poder entender al Dios de Jesús necesitamos creernos que nosotros somos ya tan hijos como él, porque podremos empezar a vivir con el aire que caracterizan los hijos en su casa. Una aire de confianza y no de ley. Un ambiente caracterizado por la libertad. Es el aire que Dios nos transmite y que quiere que vivamos con él. Sentirnos queridos, perdonados, libres y dominados por el sentido de un amor que no tiene límites. Si no tiene limites, no tiene condiciones y si no tiene condiciones, de antemano nos sentimos queridos y perdonados. 

Esto no siempre se ha entendido y asimilado así. En muchos momentos de nuestra historia, la ley ha sido urgente e importante y ha dominado la comprensión legal sobre la  graciosa y familiar de Dios. Todavía hoy somos herederos de unos siglos que se caracterizaron por esa comprensión legal que puede llegar a ocultar a Jesús. 

Dios es una comunidad, familiar, exageradamente familiar, que tenemos tratar de traducir e integrar de modo compresible para la gente de nuestro tiempo. 

Primero, haciendo historia. El Dios de Jesús es el de sus padres judíos, el del Éxodo, que baja a la historia. Dios siempre sale a nuestro encuentro en Egipto, para sacarnos de allí. Aunque Dios no quiere nunca sacarnos sin nuestra colaboración, de manera que siempre Egipto es el punto de arranque de un proceso. Es una tarea, un proceso arduo. Sentir que el espíritu de Padre y libertad también es un proceso largo. Requiere colaboración y seguir caminando. Y requiere de nosotros la convicción de que la libertad existe. El Dios de Jesús es el Dios de la libertad interior, que nos desculpabiliza. No en el sentido de la culpa positiva, sino en el de la culpa negativa. Nos invita a salir de esa situación. Es lo primero que debemos tratar de vertebrar de cara a los demás, para que todo el mundo entienda que eso es así, que el fruto de Dios es la libertad, “la enorme tranquilidad de sabernos en casa”. Un Dios que quiere lo mejor para nosotros y es “motivo de alegría, motivo de sensación y paz, de libertad, de esperanza. Dios es siempre promesa, futuro, esperanza. Su fruto es ese espíritu, atmósfera, ese talante de libertad y alegría”. 

Y Dios es palabra. La palabra es aire, y el aire vuela; se nos escapa. Es lo que nos ocurre con Dios y su palabra. Es siempre mucho más grande de lo que podemos abarcar y comprender. De lo que nosotros podemos descubrir. Llevamos veinte siglos, más de treinta siglos de historia de la palabra y esa palabra es novedosa. Siempre tiene algo de nuevo. “Y esa tarea de ir sacando de esa mina profunda, es de todos nosotros y de la comunidad”, recordó el ponente. 

Pero el aire también es expresión de nuestra fragilidad. La palabra enseguida se nos queda devaluada. “Tenemos que renovar continuamente el lenguaje, para que Dios de Jesús sea humanamente novedoso, impactante. Un Dios que se ha sometido a ser un Dios de palabra, y un Dios que tiene experiencias de fragilidad, pero siempre esperanzadora”. 

“Al ser Dios aire y palabra, tendemos a tratar de buscar seguridad”. Encerrar a Dios en fórmulas, psicológicamente necesitamos anclajes de seguridad pero no podemos quedarnos en un anclaje, en una misma fórmula, porque se devalúa, termina no significando. Y Dios es vivo. La fórmula suele quedarse para la historia. “Está bien que busquemos palabras pero sobre todo palabras vivas que expresen la significación.” 

“Dios es constructor de vida humana, porque descubriéndonos a nosotros descubrimos a Dios”. “Pero su palabra es una vida que nos va despertando”. “Tenemos que hacer como Jesus, nos habló de Dios como palabras pero, sobre todo, con hechos, relacionándose con las personas de su tiempo”. “Es el Dios de los débiles, de los cojos, de los ambientes marginados, de los leprosos, … y también cercano a los excluíos por la religión oficial (Zaqueo, publicano…). 

Y ¿qué  es lo que podemos hacer?, planteó Alegre. “La comunidad familiar de Dios es referencia de construcción social”. Cuando hablamos de la sociedad, tanto las significaciones como las cosas que hacemos son construcción social. Fruto de acuerdos, más o menos generalizados. “Necesitamos crear una comunidad en nuestro mundo; que la convivencia humana sea una convivencia comunitaria”. Se nos ha hablado de la familiar, luego ampliado a las comunidades mayores, como la comunidad política e, incluso, una comunidad global. 

El horizonte de construirnos como comunidad, herederos de los fundadores de la Unión Europea. Esa UE pretendía ser una comunidad. “Pero cuesta mucho”, reconoció el ponente. “Somos más un mercado unido que una comunidad humana”. Un proyecto que es modelo de referencia en el mundo entero. 

La Doctrina Social de la Iglesia invita a que no esperemos que nos lo hagan. La participación en esos proyectos a nivel personal es muy importante. Muchas veces nos vemos pequeños pero es muy importante no dejarnos llevar de nuestra pequeñez. Desde cualquier rincón del mundo tenemos que decir que sí, como María, que respondamos, nos pongamos en marcha. Que nunca nos dejemos llevar por el pesimismo. Nunca desánimo a nuestro alrededor. “Con palabras de esperanza”. 

La participación política y social, urbana, es muy importante. La doctrina social nos invita a la participación pero también a construir cultura de solidaridad, que se preocupa por los demás; a construir sociedades, personas sensibles humanamente. El mercado se encarga de despertar el consumo, la empresa, la sensibilidad productiva, la balanza, la cultura del ahorro. En la política, se impone la cultura del voto. La Iglesia tiene la misión de despertar cultura de mayor calado, una sensibilidad de interesarse por los demás y, sobre todo, al estilo de Jesús, de los demás débiles.

También importante la subsidiaridad: la defensa de la libertad. Y es la defensa del valor de todo y del valor de las personas y del valor de la participación individual, la defensa de la iniciativa personal, de la iniciativa privada. Que no rompan nunca nuestra creatividad, nuestra fantasía, tomar iniciativas de cualquier tipo. En la Iglesia deberíamos pedir que no nos hagan fieles “de brazos cruzados y culos sentados”. “Es necesario despertar”. Y lo mismo en la sociedad. Comunidades como la Trinidad, en donde todos están metidos en la tarea. Todos nosotros, porque ,en la política, la tentación es darnos las cosas hechas, para estar agradecidos y no molestar. “El cristiano tiene que ser un miembro activo en todas las sociedades en las que participa”. 

¿Qué nos pide más? Cuestionó Alegre. “Que seamos siempre eslabones de unión, una comunidad unida”. Una familia unida. Ello no significa que seamos iguales (uno es Padre, otro Hijo y otro Espíritu) sino siempre trabajando al unísono. Por eso, también nosotros debemos ser siempre miembros de unión. Miembros libres y defensores de la libertad y siempre constructores de paz. Elemento muy importante: la paz no significa tranquilidad. La paz no es ausencia de guerra sino crear un ambiente que facilite la colaboración. 

El sentido de verdad. Qué es verdad. Una forma de entender la verdad es el que reconoce las cosas como son. El manifestarnos con sinceridad. El tratar de buscar lo que realmente somos. Estamos perdiendo el sentido de lo humano. Las fronteras de lo humano se diluyen. La biotecnología están trabajando en unas fronteras que pone en peligro lo humano para conseguir lo transhumano. 

D. José Alegre terminó su intervención con la oración final de Fratelli Tutti: 

“Señor y Padre de la humanidad,

que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad,

infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.

Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.

Impúlsanos a crear sociedades más sanas

y un mundo más digno,

sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.

Que nuestro corazón se abra

a todos los pueblos y naciones de la tierra,

para reconocer el bien y la belleza

que sembraste en cada uno,

para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes,

de esperanzas compartidas. Amén.“

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