Lecturas

Hechos 2, 1-11  –  Salmo 103   –  1ªCrorintios 12, 3b-7,12-13

Secuencia

Juan 20, 19-23: AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Comentario:

COMO EL PADRE ME HA ENVIADO, ASÍ OS ENVÍO YO

RECIBID EL ESPÍRITU SANTO

Pentecostés 2021

 

 

Jesús asciende a los cielos, se sienta glorioso junto al Padre y envía a los suyos el Espíritu Santo. A su presencia y misión humana en Palestina sigue su misión como principio y cabeza espiritual de la nueva humanidad en el mundo entero. Este hecho fundamental es recogido de distintas maneras en los textos como expresión de las diferentes situaciones vividas en el primer cristianismo. Los Hechos de los Apóstoles describen un Pentecostés sin la presencia de Jesús. En el evangelio de este domingo Jesús aparece por segunda vez a los discípulos y es él en persona quien confiere el Espíritu Santo. Jesús aparece a los suyos estando las puertas cerradas. Una vez resucitado, es constituido por el Padre señor del tiempo y del espacio. Enseña las llagas de su cuerpo y, confirmando su resurrección y exhalando su aliento, les transmite el Espíritu Santo. Este suceso es trascendental para la primera comunidad que, con la aparición de Jesús, pasa del miedo a la alegría intensa, y de estar  cerrados a sentirse enviados. Constatan los testimonios que los apóstoles vivían una intensa alegría, no una alegría momentánea, sino existencial, que transformó profundamente sus vidas. Pentecostés representa el paso más sorprendente de la historia del universo en el proceso de trasformación de la naturaleza e identidad del hombre. Si un día su animalidad corporal quedó transcendida en la razón humana, apareciendo el hombre en la historia, ahora, con el don del Espíritu, el hombre quedaba elevado al rango mismo de Dios por su participación de la divina naturaleza y su divinización en Cristo. Pentecostés es la fiesta del hombre nuevo, el día de su ciudadanía en los cielos como hijo de Dios.

Las fiestas cristianas, como Pentecostés, tienen raíces diversas. Algunas han nacido en el correr del tiempo de la propia tradición. Otras provienen del mundo judío y, también, de diversas culturas inspiradas en la naturaleza o el ciclo solar o lunar. El pueblo judío celebraba en Pentecostés la fiesta de las cosechas, la acción de gracias por los frutos de la tierra. Lo originalmente distintivo del Pentecostés cristiano fue la transmisión del Espíritu Santo a la comunidad apostólica que inauguró una alegría profunda vinculada a la convicción de la resurrección de Jesús y de su presencia permanente en la comunidad.

El mismo Jesús había hablado a los suyos de la conveniencia de irse, de hacer desaparecer su presencia corporal ante ellos, porque, de lo contrario, según dijo, no vendría a ellos el Consolador (Jn 16,7). Efectivamente, a la etapa de su presencia corporal en la tierra debía suceder su presencia espiritual en la comunidad, en todos y cada uno los creyentes. Al Jesús corporal y físico debía seguir una presencia dinámica de su persona y de su vida, de su mensaje y sentimientos, en todos y cada uno de sus seguidores, dentro de todos y de cada uno. Es la realidad del Cristo celeste, Mediador siempre en acto, glorioso ya en los cielos e insuflando en nuestros corazones su vida, su mensaje y valores, sus actitudes, en el poder del Espíritu Santo. Es “la hora” del Espíritu de Jesús en el mundo. Una nueva era mundial de Dios en el mundo gracias a la presencia del Espíritu de Jesús en la nueva humanidad.

Captar y vivir la experiencia de esta presencia de Jesús en nosotros hoy es el gran signo de autenticidad y de madurez de la vida cristiana. Muchos, la mayoría, no pocos responsables incluidos, viven su fe centrada en referencias puramente exteriores. Y no es lo mismo lo que nosotros hacemos que lo que Dios hace en nosotros. No es lo mismo pensar nosotros, que ser iluminados por Dios, o movernos nosotros que ser conducidos por Dios. Jesús necesitó abrir la inteligencia de los suyos para comprender este hecho trascendental: “Entonces se les abrieron los ojos” (Lc 24,31), “entonces se les abrió  el entendimiento“ (Lc 24,45). Iniciar a la experiencia de la presencia de Dios dentro de cada uno de los hombres es el máximo problema de la educación de la fe de todos los tiempos. Mientras nos atribuyamos a nosotros el protagonismo de la vida cristiana, estaremos haciendo vida pagana, pero no creyente. Sin la mediación de Cristo la vida cristiana es imposible. “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Es tan inviable como plantar un árbol sin raíces, o construir un río sin manantial, o edificar una gran fábrica si corriente eléctrica. Hoy sigue teniendo razón aquello de “vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11), o “en medio de vosotros está Aquel a quien vosotros no conocéis” (Jn 1,26).

El máximo problema espiritual del cristianismo contemporáneo es saber captar las voces del Espíritu y sumarse a ellas saliendo de la individualidad e independencia. El Espíritu de Jesús está en el mundo, en la Iglesia, en nosotros hablando, iluminando, moviendo. La pena es que, cuando habla, no  escuchamos porque, en nuestro egoísmo, no nos hemos hecho todavía a la realidad de que el Señor es el verdadero señor del mundo y el conductor de la historia. Está en nosotros, dentro de nosotros, esperando…

Los signos de su presencia hoy entre nosotros son apabullantes para quien, teniendo sensibilidad, quiere leer. Pero el ruido, la ausencia y la distancia nos impiden hoy escuchar y secundar. El Espíritu está en el mundo, en la Iglesia, está en todas partes inspirando, impulsando, moviendo. Los signos de su presencia son incontables e intensos. Existen en el mantenimiento y constancia de la fe de niños y adultos en pueblos que hoy viven persecución a muerte debido a su vida cristiana, en naciones de África y Asia. Son mártires y testigos de la mayor persecución de la fe jamás habida en la historia universal. Existen también en la realización de concilios, sínodos, congresos, mundiales y diocesanos, de comunidades y cristianos que renuncian a ser coto cerrado y pretenden una renovación actualizada, obedientes a los signos de los tiempos. Existen en el apostolado de seglares que desarrollan una actividad inédita hasta hoy y se integran en nuevas opciones por Dios y por el hombre, nuevas actitudes preferenciales por los pobres y de nuevo compromiso social. Existen en el hecho de muchos simples seglares que hoy siguen estudios de Biblia y Teología en Centros superiores. El Espíritu actúa presente en el sentido de responsabilidad de muchos por nuevas formas de misión, de compromiso por la libertad interior, de opción firme por la verdad, actualizando y  prolongando la entraña de la encarnación, de la eucaristía, de la lectura del evangelio, de nuevas formas de apostolado y de oración. Abundan personas y grupos que deciden estar y vivir no solo con los hombres sino como ellos, en plena comunión y solidaridad con ellos y sus problemas, en todas las situaciones de sufrimiento donde el hombre llora y sufre.

¿Y tú oyes las voces del Espíritu?  ¿Te haces presente allí donde el hombre sufre o necesita? Necesitamos hoy como nunca una Iglesia creadora y creativa. Solo ganas lo que das. Y pierdes todo aquello que te reservas. Pide al Señor que te dé un corazón solidario y generoso.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail:berit@centroberit.com

2021 Pentecostés COMO EL PADRE ME HA ENVIADO

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *