El pasado día 22 de febrero tuvo lugar una nueva sesión del curso de teología del Instituto Diocesano de Estudios Teológicos para Seglares, esta vez a cargo de D. Ernesto Brotóns Tena, Director del Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón y profesor de teología en ese centro, con el una ponencia que llevaba el título “La fe en la Trinidad en la Iglesia Antigua (S. I – III).
Ernesto Brotóns realizó un análisis de la fe trinitaria en los primeros siglos de las comunidades cristianas. Esta fe tuvo punto de partida la pregunta por el propio Jesús de Nazaret, su persona, su entrega, su impacto. “En cierta manera, en estos primeros siglos Trinidad y cristología van de la mano”, señaló. El proceso de toma de conciencia eclesial de la identidad última de Jesús, la propia experiencia de la comunidad primitiva fue forjando la propia configuración de la fe trinitaria. Y este proceso tuvo lugar en cinco momentos, en el que la comunidad cristiana fue confesando a Jesús como Señor e Hijo de Dios. En la Iglesia naciente -es la etapa de conciencia-, etapa en la que ya la comunidad cristiana se siente radicada en el acontecimiento de Cristo, sabe que tiene fundamento en Cristo-Jesús. Una segunda etapa, la de devoción, que comporta la inserción de Jesús en el culto, en la liturgia. Una tercera, la de la praxis, que se configura como un modo ético de vida, una moral personal, comunitaria, que deriva del mensaje de Jesús y de la propia praxis y comprensión del Reino de Dios, en suma, vivir de una forma determinada siguiendo a Jesús. Una cuarta etapa, la del martirio, que constituye una de las máximas expresiones de la fe en Jesús como Hijo de Dios. El martirio nace del hecho o decisión de vivir y si es necesario morir por Jesús. Y por última, una quinta etapa, la de la reflexión, aquella reflexión de la comunidad que intenta comprender y dar razón de su esperanza.
Los primeros testimonios de la incipiente doctrina trintiaria van a hallarse en la propia vida cristiana, en la celebración litúrgica eclesial y en las primeras confesiones de fe. “No se van a encontrar en escritos y pergaminos – explicó Brotons- sino en el testimonio vivo de los que viven y mueren para el Señor”. Pronto, a la experiencia de la comunidad cristiana que se ha encontrado con Jesús se suma la experiencia de la presencia del Espíritu, capaz de transformarla radicalmente y configurarla con Cristo.
La fe trinitaria pronto se plasma en oraciones, cantos, doxologías, que no ofrecen una doctrina acabada de la Trinidad pero son la expresión de la conciencia que la Iglesia va teniendo de quien es Jesús. “Antes de los grandes tratados, la trinidad se canta, se ora, se celebra”, señaló.
Brotóns explicó asimismo que los primeros cristianos experimentaron pronto la experiencia de la vida del Espíritu en sus vidas, para vivir y morir por Jesús. Toman consciencia de que es el encuentro de Jesús en el Espíritu el que orienta sus vidas. Frente a los poderes que esclavizan (vida en el mundo), el cristiano, dice San Pablo, está llamado a vivir en el Espíritu.
La fe trinitaria se va configurando desde la experiencia de ser conducido por el espíritu de Jesús, que une a Cristo, por el que el cristiano siento su hermano, al que sigo y la experiencia que estoy entregando mi vida a mi Padre y mis hermanos. “El amor – dice Brotons- es el ceñidor de la vida cristiana. Vida afirmada, reclamada por amor”. “Por eso la propia existencia del cristiano y de la Iglesia está llamada a ser un icono de la Trinidad. Vivir en la trinidad como el Padre (“Permaneced en mi amor”) bajo el mandato de Jesús del amor.”
Las primeras confesiones de la fe trinitarias en la liturgia primitiva se confirman en la propia eucaristía, en los himnos y en los símbolos de fe. El agua bautismal es santificada con el Espíritu, símbolo de la presencia en el Espíritu. Es el sello espiritual de los Padres. Lo mismo que la Eucaristía, que es enviado sobre el pan y vida para que pueda convertirse en el cuerpo y sangre de Jesús resucitado. Destacan las palabras de San Efrén: el Pan se amasa y se cuece en el Espíritu, “ese mismo espíritu que congrega en la unidad a cuantos participan en el cuerpo y sangre de Cristo”.
En una segunda parte de su exposición, Brotóns se refirió a la “Trinidad discutida y profesada”. El contexto de la comprensión en Cristo y del anuncio misionero se inserta en una doble perspectiva, por una parte el judaísmo (palestinense-heleno) y, por otra parte, el helenismo (mundo grecorromano). Este contexto determina en buena manera el proceso de reflexión cristológica. Se inicia así un proceso intelectual duro y difícil de pensar la novedad de Cristo Jesús con el monoteísmo judío y la trascedencia griega. Surge un cristianismo muy plural, en el que surgen una serie de respuestas, originalmente muy bien intencionadas pero no completas. Hubo múltiples intentos -insuficientes de salvar la unicidad de Dios, tales como el ebionismo o el monarquianismo.
Pero desde la perspectiva griega chocaba por su parte la dificultades que surgían de la encarnación, esto es, la confrontación entre el acontecimiento de la encarnación con la soberanía y trascedencia divina. En este sentido, se ofrecieron múltiples respuestas, también insuficientes, como el docetismo y el gnosticismo. Frente a ellas, el testimonio de las cartas joánicas y de Ignacio de Antioquía, que ponen de manifiesto la realidad de la encarnación y de la cruz. El valor de lo humano y de todo ser humano: quien no acepta al Crucificado, difícilmente acepta a los crucificados de la historia.
“Y es que en este debate -señaló Brotóns- hay mucho lo que está en juego: nuestra propia vida, nuestro valor como persona, nuestra salvación. Si Cristo no es Dios, el hombre queda solo, incapaz de salvarse a sí mismo. Quedamos sin futuro, sin destino. Si la encarnación no ha sido real, ¿hasta qué punto podemos hablar de amor de Dios y amor real? ”Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”. Si no quizá el amor de Dios no sería sino una hermosa metáfora. Y en esta línea, nos hablaron los grandes teólogos de los primeros siglos, como San Ignacio de Antioquía, Tertuliano (que puso de manifiesto la importancia de la carne y la realidad de la carne y la importancia de la unidad como comunión y no uniformidad) o San Ireneo (muy centrado en la historia de la Salvación). El Hijo y el Espíritu son las manos de Dios para salir a nuestro encuentro (San Ireneo) para que podamos acercarnos a Él”.
Brotóns concluyó con la siguiente idea: “La teología trinitaria realmente comienza con la toma de conciencia de la Iglesia naciente de esa identidad última de Jesús: “Y vosotros quién decís que soy yo”. En contacto con dos mundos: judaísmo y helenismo que nos ofrecen categorías para hablar de Dios y nos plantean también interrogantes. Hubo respuestas insuficientes pero hubo grandes pensadores que pudieron dar razón. Pero al principio, sobre todo, la fe trinitaria se vive, se celebra”.
La próxima sesión del curso tendrá lugar mañana lunes, día 8 de marzo, a cargo de D. Emilio Aznar Delcazo, con el tema “La Trinidad discutida y profesada. La conciencia trinitaria de los Padres”.
Programa e inscripciones en el Curso 2020/2021, pulse aquí.
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