Lecturas
Isaías 52, 710 – Salmo 97 – Hebreos 1. 1-6
Juan 1, 1-5. 9-14:
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio d él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Comentario:
HOY OS HA NACIDO UN SALVADOR
2020 Navidad
Hermanos: ¡Felicidades! Hoy es la fiesta del Hombre, fiesta grande de la humanidad. Cuando llega la Navidad las fuerzas interiores del hombre enloquecen demandando el Absoluto. Muchos las engañan con el consumismo. Pocos conectan con la realidad. La humanación de Dios es la divinización del hombre. La Iglesia de los primero tiempos solo conoció una fiesta, el Día del Señor, la Pascua dominical y anual. En conexión con ella, ya en el siglo IV, apareció la fiesta solemne de la venida del Señor entre los hombres. El motivo fue no tanto conmemorar un aniversario como combatir las fiestas paganas del solsticio de invierno celebradas en Roma el veinticinco de diciembre y en Egipto el seis de enero. Cristo es el verdadero sol que ilumina la humanidad. La fiesta del nacimiento de Cristo, y su manifestación en la Epifanía, fue acogida con gran entusiasmo por las Iglesias debido a que, frente a la herejía arriana, que negaba la divinidad de Jesús, constituía una proclamación solemne del dogma de Nicea.
Parece que los orígenes de la celebración litúrgica de la Navidad debieron tener lugar en la misma gruta donde nació Jesús en Belén. Aquella gruta que recibió una veneración ya en la primera comunidad cristiana fue profanada, pero no destruida por los romanos. En el siglo III fue restituida a los cristianos. Santa Elena construyó sobre la gruta la basílica de la Natividad en el 326 evocando la fiesta de la Epifanía. Esta fiesta se propagó por el mundo debido a las celebraciones vividas y relatadas por los cristianos peregrinos.
Fe y oración, mutuamente implicadas en defensa contra las herejías, contribuyeron a una intensa divulgación de la fiesta de la Navidad. La profesión de fe de los concilios de Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia, afirmando la divinidad y humanidad de Cristo y la maternidad divina de María, dieron a la Navidad un desarrollo doctrinal y litúrgico considerable. Al negar unos la divinidad de Cristo, y otros su humanidad, la fiesta de la Navidad representó una gran confesión de fe. La celebración del nacimiento, según la carne, del mismo Hijo de Dios, fue considerado el suceso más grande de la historia del mundo. La Edad Media dio a la Navidad una gozosa grandiosidad. Su peculiar aportación ha sido la dramatización de la fiesta. Francisco de Asís, en 1223, representa con personajes la escena de Belén. Esto tuvo enormes consecuencias en el nacimiento de los Belenes y en la efervescencia de la piedad popular. La Navidad es una fiesta eminentemente popular. La fiesta ha penetrado hondamente en la cultura popular, de tal forma que ha llegado a ser, paradójicamente, una fiesta social de consumismo desorbitado, de forma que en muchos ambientes ha quedado seriamente paganizada.
Hoy la celebración de la Navidad se presenta plasmada en dos formas históricas muy diferentes, la Navidad social cultural y la Navidad creyente espiritual. Las dos tienen su idéntico origen y motivación. Pero la primera, en sus formas y expresiones, lo social y cultural prevalece sobre lo religioso. En ella la fiesta ha llegado a paganizase en exceso. La Navidad ha calado hondamente en todo el mundo cristiano configurando los sentimientos familiares, las expresiones de fiesta, la cultura, las costumbres, el arte y la música. En esta fiesta se reúnen las familias y las empresas, y también los amigos, y se come juntos. En muchos hay un cierto presentimiento de velada referencia al Absoluto, si bien muchos ya no saben cómo y por qué.
Junto a la navidad social cultural, persiste la Navidad espiritual. Va desde la simple participación presencial y pasiva en los actos religiosos hasta una vivencia peculiar y honda del misterio de la encarnación y nacimiento del Hijo de Dios como consecuencia de la renovación bíblica litúrgica impulsada por muchos sacerdotes. Se apoya en el hecho y reconocimiento de que el Hijo de Dios se hizo hombre para hacer al hombre hijo de Dios. EL hombre-Dios es la obra cumbre y perfecta, un sueño ideal cumplido, la realidad vértice de la historia del universo. Cristo tuvo un nacimiento temporal, en Belén, según la carne, y ahora nace espiritualmente en cada hombre por la fe y los sacramentos. La encarnación de Jesús representa la divinización de la humanidad. Los Padres de la Iglesia cantan este admirable intercambio de Dios y el hombre. Afecta a nuestra identidad profundamente. Para el creyente la vida es Cristo. El Cristo glorioso y celeste se convierte en cabeza y plenitud del hombre. Leyendo el Libro, el evangelio, y comiendo el Pan, las dos realidades por las que la vida misma entra dentro del hombre, la vida de Cristo, los misterios de su vida, entran en el interior del hombre y lo cristifican, lo transforman en él. De forma que el hombre puede decir: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). “Para mí la vida es Cristo” (Fil 1,21). Ya no somos solo cristianos, somos “el Cuerpo de Cristo”. Así se produce el gran milagro: Dios en nosotros ve a su propio Hijo, ama a su mismo Hijo. Y nosotros, en Cristo y con él, amamos al Padre y a los hombres en Cristo y con su mismo amor. Correalizamos con Dios su propia vida. Y esta es la verdadera Navidad en Cristo, nuestra transformación en él.
Si queremos resumir nuclearmente la fiesta de la Navidad y su significado espiritual, diremos que en la Navidad ocurren cosas asombrosas. En ella Dios mismo se nos hace misericordiosamente presente en la historia, se hace carne por nosotros, con nosotros y como nosotros. En la Navidad, Dios en Cristo nos ama y se nos entrega hasta el extremo y nos revela su intimidad más profunda. Se hace solidario de nuestro mal, lo asume como propio y nos redime haciéndose víctima. En la Navidad, Dios en Cristo consagra y diviniza la naturaleza humana, de forma que veremos la luz en su propia luz. En él todos los hombres nos revestimos de dignidad divina, nos hacemos hermanos unos de otros. En el espíritu de la Navidad nadie deberíamos considerarnos superiores a los otros y todos deberíamos vivir no en provecho propio, sino en el de los demás. En el espíritu de la Navidad todos deberíamos ser agentes de paz y vivir el compromiso serio en favor de los más pobres. Hermanos: Dios haga su Navidad en nosotros para que nosotros seamos Navidad de Dios para todos.
Francisco Martínez
e-mail:berit@centroberit.com
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