ES POSIBLE, SEÑOR
Ser hombres y mujeres de este tiempo y, además,
mirar hacia el cielo sabiendo que otra ciudad nos aguarda.
Pensar en esa otra realidad de la que, aun sabiendo poco,
podemos adelantarla aquí y ahora en esta tierra que nos rodea.
¡Sí! ¡ES POSIBLE, SEÑOR!
Sembrar el camino que recorremos con el arado de la fe
y, desde la verdad en Tí, derramar ilusión donde existe apatía
o esperanza donde por insistencia asoma el pesimismo.
Que la santidad, entre otras cosas, es cambiar el mundo de color
y ofrecer la posibilidad que, tú como Dios, le ofreces.
¡SÍ! ¡ES POSIBLE, SEÑOR!
Aspirar a lo alto sin olvidarse de la pequeñez de cada día
y, vivir lo cotidiano, sin necesidad de pasar por alto lo divino
Que la santidad, además, es ser consciente de que Tú nos acompañas
y que, cuando nos dejamos por Ti llevar
somos capaces de iniciar y finalizar grandes obras
¡SÍ! ¡ES POSIBLE, SEÑOR!
Tallar en el recio mármol de un mundo hedonista y caprichoso
figuras que, desde su fe, humanidad, oración o humildad
nos recuerden que es posible ser diferente sin ser necio,
ser grande siendo pequeño, ser fuerte aún aparentando ser débil
ser de la tierra sin eclipsar lo que nos espera en lo eterno
¡SI! ¡ES POSIBLE, SEÑOR!
Dar a todo ello un nombre y, ese nombre, es el “ser santo”
Un santo que tiene como buena madera el evangelio
Como oro, la caridad y como dicha el hacer felices a los demás
Como grandeza su pobreza y como orgullo su servicio
¡SÍ! ¡ES POSIBLE, SEÑOR!
Con tu mano, y de tu mano, alcanzar con nuestros dedos
la bóveda de tantos hermanos nuestros que, por ser diferentes,
hoy gozan de tu abrazo y de tu reconocimiento.
Ellos, los Santos de todos los tiempos,
nos invitan y nos recuerdan, nos estimulan y nos inyectan
un “es posible” ante lo que en el mundo parece una utopía:
¡SER DE DIOS Y COMO DIOS MANDA! ¡ESO ES SER SANTO!
Javier Leoz
Lectura y comentario del Evangelio
Tema: Todos los santos
La Iglesia celebra en este día la fiesta de “todos” los santos, es decir, de cuantos conviven ya con Dios, estén o no canonizados. En este día recordamos y veneramos a personas que han sido cercanas y entrañables en nuestras vidas personales, a nuestros abuelos, padres, hermanos, amigos y conocidos que murieron y ahora están con Dios. Ser santo es configurarse por la fe y la caridad a la voluntad de Dios. Santo es lo perfecto, lo pleno, lo ideal. Es agotar las posibilidades en la línea del sentido y del fin. Apunta a lo más alto y positivo. Cada tiempo y época tienen sus exigencias específicas. Hoy la santidad conlleva la práctica de una seglaridad confesante y convincente vivida como humanización de las condiciones penosas en que viven los hombres, la preocupación por los aspectos sociales, profesionales y el bien común. Santidad es crecimiento y plenitud. Es la realización de las posibilidades del hombre. La felicidad máxima es la vida misma cuando está siendo vivida con acierto y plenitud. No según la cultura de nuestro tiempo que la identifica con el éxito concebido según criterios muy terrenos. La cultura de la eficacia y del éxito conlleva una incapacidad para ser verdaderamente felices porque se distancia de lo sencillo, cotidiano, real y profundo. La propuesta y promesa del evangelio van por otros caminos, teñidos de contradicción, pero que representan la verdadera sabiduría y alegría. Es el seguimiento de la cruz, asumiendo lo que cuesta amar y mantener el amor incluso en las situaciones más difíciles. La cruz no es algo inhumano, sino suprahumano. Es seguir amando donde los hombres, por lo general, se quiebran y fallan. Los santos son los bienaventurados, los que han depositado su confianza y su esperanza en Dios. (https://centroberit.net/solemnidad-de-todos-los-santos-2/)
Preguntas para la animación del diálogo en grupo:
1.- ¿Soy consciente de ser y me siento, en manos de Dios, una posibilidad infinita?
2.- ¿Predominan en mi la indiferencia, la inconsciencia, la desmotivación y la desilusión?
3.- ¿He desistido del crecimiento en la maduración de la comunicación y comunión?
4.- ¿Detecto en mí signos de estancamiento en el límite?
Oración final
Préstame, madre…
Préstame, Madre, tus ojos, para con ellos mirar, porque si
por ellos miro, nunca volveré a pecar.
Préstame, Madre, tus labios, para con ellos rezar, porque si con ellos rezo,
Jesús me podrá escuchar.
Préstame, Madre, tu lengua, para poder comulgar, pues es tu lengua patena de
amor y de santidad.
Préstame, Madre, tus brazos, para poder trabajar, que así rendirá el trabajo
una y mil veces más.
Préstame, Madre, tu manto, para cubrir mi maldad, pues cubierto con tu manto al
Cielo he de llegar.
Préstame, Madre a tu Hijo, para poderlo yo amar, si Tú me das a Jesús, ¿qué más
puedo yo desear?
Y esa será mi dicha por toda la eternidad.
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