Éxodo 17, 8-13 – Salmo 120 – 2ª Timoteo 3, 14-4.2
Lucas 18, 1-8: En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”». Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
Comentario
DIOS ESCUCHA AL AFLIGIDO QUE LE INVOCA 2019
29º Domingo ordinario
Jesús nos ha dicho en el evangelio de hoy que es necesario orar siempre. No se refiere a una oración materialmente ininterrumpida, sino a un espíritu permanente y ferviente. La expresión “sin desanimarse jamás” expresa muy bien la idea. Jesús ilustra su recomendación con una parábola precisa. Habla de un juez inmoral que ni teme a Dios ni respeta a los hombres y vive sin ley y sin fe. Habla también de una pobre viuda. En el Antiguo Testamento las viudas encarnaban el paradigma de persona débil, desvalida, sin protección. Una viuda, sin marido que la apoyase y sin influencia social ante el poderoso, dependía únicamente de su propia firmeza e inquebrantable tenacidad. Su única fuerza era la tenacidad y la insistencia de su petición. El juez ha estado mucho tiempo desoyendo la súplica de la viuda, pero por fin le hace justicia. El motivo que mueve al juez no es obrar con justicia, sino el interés personal de que la viuda le deje en paz y no le moleste. Jesús, para describir la insistente acción de la viuda, utiliza un término que significa poner negro a alguien, dejarle agotado, liberarse de las impertinencias. Jesús quiere subrayar fuertemente la necesidad de una oración continua. Y asegura que si un juez injusto puede sentirse forzado a administrar justicia, cuánto más Dios, el Justo por naturaleza, deberá escuchar la súplica perseverante de sus elegidos. La insistencia en la súplica supone una fe sólida. Fiarse y confiar del todo implica una fe fuerte. Jesús se pregunta que si el Hijo del Hombre, en contraste con la gran fe del centurión, cuando vuelva, encontrará tanta fe en la tierra. Jesús, al señalar la tenacidad de la viuda, está describiendo la característica fundamental de la oración de sus seguidores. No permite ni la distancia del orante ni la disminución del interés. La oración ha de estar apoyada en una fe segura, tenaz, insistente. Es ante todo una confesión de fe. Supone confianza plena y sincera. Nos adentra tanto en Dios que no permite distancias. Se apoya del todo en él. Orar es encontrarse en serio con el Dios vivo, fiarse y confiar del todo en él. Una oración fría y poco confiada no es verdadera oración. ¿Cómo podría ser escuchada por Dios allí mismo donde una verdadera oración ni siquiera existe? La oración sincera nos acerca a Dios como Padre bondadoso y nos une y nos sumerge en él. Orar es afirmar y confirmar el sentido último de la existencia, introducirse en él, acercarse al Infinito y dejarse hacerse total en él. Orar es cambiar. Es existir en la línea de aquello mismo que pedimos. Sin ello la oración no es oración. Orar en serio representa la experiencia vértice del hombre porque es verdadero contacto con él y es experimentar el intercambio y la comunión con él. Orar es decidir ser más, ser del todo. Si no sentimos lo que decimos, si no lo deseamos de corazón, si el exterior no va acompañado del interior, la oración no es tal, es una ceremonia de máscaras en la que el orante está dividido. Una cosa es lo que es y otra lo que dice. El problema de nuestra oración es que hablamos con los labios más que con el corazón. Orar en serio requiere ser muy sinceros. Es hablar en verdad. Orar es ser otro, ser del todo, ser él. Orar es emprender el camino de la libertad interior. Estamos distraídos, divididos y no estamos en lo que decimos. Decimos que vamos hacia Dios, pero no salimos de nosotros, de nuestros problemas y preocupaciones. Al orar no nos implicamos del todo: decimos palabras, sentimientos, no nos hacemos presentes desde nuestro fondo interior. Y hay capacidades, valores, actitudes que solo se transforman cuando hacemos opciones fuertes, cuando hablamos del todo, cuando pedimos con sinceridad. Hay personas que cuando piden a Dios solo existen en este mundo y piden solo cosas materiales o temporales. Para ellas el paraíso es esta tierra y lo que piden siempre tiene relación con ella. No es que no podamos pedir salud, felicidad, alegría. Pero hay sufrimientos y pruebas que tienen un significado sanador. Nos curan y liberan de obstáculos. Solo ellos tiene la capacidad encauzarnos en la senda de la verdad y de la fe. Necesitamos orar porque nosotros solos no somos capaces de salvarnos. Dios quiere que hagamos lo que podemos y pidamos lo que no podemos para poder en verdad. Somos egoístas y vivimos aferrados a las cosas, más que a Dios. Entonces Dios nos da la gracia del desapego mediante pruebas que debemos superar. Dios no quiere el sufrimiento de nadie. Pero hay ocasiones en que el mal nos vence y nos puede. Ser fieles, hacernos violencia para seguir el bien, precisa esfuerzo y sufrimiento. Es la dialéctica de la cruz. Hay pruebas que nos sacan del estancamiento de la voluntad y nos hacen más disponibles. La cruz es el esfuerzo que nos cuesta ser fieles. Es el símbolo, el camino y la gesta misma del progreso. Es el máximo valor de la vida porque nos lleva a la meta. La cruz es el acto por excelencia del crecimiento y de desarrollo, del progreso integral. La cruz clasifica y cataloga a las personas, pues distingue y separa a los valerosos de los cobardes, a los auténticos de los mentirosos, a los generosos de los egoístas. La cruz verdadera es la aniquilación de la capacidad de crecer. Es romper el techo de las limitaciones y estancamientos. Para los hombres el sufrimiento es desgracia y sinrazón. Para los creyentes, la cruz es sabiduría y fuerza de Dios. Los que sufren con fe y amor llevan el mayor peso del progreso definitivo del mundo. La cruz es crecer y ascender, No es algo inhumano, sino suprahumano. Entenderlo y vivirlo es un gran don de Dios y este don hay que pedirlo. Todo cristiano necesita hacer lo que puede y pedir lo que no puede, para poder. Pero, como die Pablo, “todo lo puedo en aquel que me conforta. El sufrimiento es como los dolores de parto. Merecen la pena sufrirlos porque son signo de vida nueva. Quien descubre la fuerza y el poder de la oración es un ser privilegiado en la vida y en la fe.
Francisco Martínez
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