Lecturas:
Eclesiástico 27, 4-7 – Salmo 91 – 1ª Corintios 15, 54-58
Lucas 6, 39-45: En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».
Comentario
LO QUE REBOSA DEL CORAZÓN, LO HABLA LA BOCA
2019, 8º Domingo Ordinario
Estamos en el último domingo de la primera etapa del tiempo ordinario. El miércoles que viene empezaremos una nueva cuaresma. En el evangelio de este domingo leemos la tercera y última parte del discurso de “la llanura”, de Lucas, en la cual Jesús nos ofrece unas cuantas máximas de sabiduría popular para vivir en paz y autenticidad. Nacen de la observación del contraste entre su enseñanza y la de los responsables del pueblo. Pero nos afectan a todos y a todos los tiempos. Expresan en núcleo mismo de las bienaventuranzas. En la primera sentencia Jesús afirma que un ciego no puede conducir a otro ciego. Jesús ve a muchos responsables que en su enseñanza, a causa del egoísmo, no trasparentan un corazón limpio y carecen de luz. Advierte también contra la tendencia generalizada de quienes pretenden saberlo todo y se imponen a los demás en la convivencia ordinaria. Hay discípulos que apenas han aprendido algo y tratan de ser ya maestros. Hablan con ímpetu e imponiéndose. Cuando un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el pozo, dice Jesús. Lucas teme por los peligros y tensiones que existen dentro de la comunidad creyente. En todo hombre existe una tendencia al poder mediante la cual intenta dominar en exceso. Sucede en la Iglesia. Hay diversas tendencias y abundan quienes, identificándose con alguna de ellas, pretenden imponerla e imponerse, incriminando a los demás considerando erróneas sus opiniones. Sucede también en la política. Muchos dan a entender que la verdad, toda la verdad, es solo lo que ellos piensan y que ofrecen en exclusiva. La imposición ideológica es un mal dominante que suscita confrontaciones diarias y, en ocasiones, violentas, no solo en los parlamentos, sino también en la calle. También en el terreno de la enseñanza las imposiciones son encontradas y crispadas. Sabido es que quien domina la enseñanza consigue el poder y domina al pueblo. Ser muy suyos, imponerse y dominar, es nada evangélico. En nuestro mundo hay un mal horrible que consiste en la sedimentación del error y en compartirlo consciente e inconscientemente en nuestras relaciones. Es la oscuridad instalada como falsedad en el corazón humano a causa de la costumbre. Se pretende hacer normal lo anormal. No siempre la fuerza de la calle es la verdad. Somos ambiente. En muchas ocasiones, cuando hablamos, en gran parte somos seres hablados. Hay minorías, ideologías y grupos, que a fuerza de presión y de información sesgada imponen tendencias y costumbres que no siempre son verdad. En nombre del progreso, o de la verdad, o de la ley, o de las razones de estado, se cometen verdaderas atrocidades. La pretensión de racionalizar el desorden es frecuente en nuestra convivencia. Hay posturas aberrantes que son pertinaces, recurrentes, perdurables. Deberíamos practicar mucho más el discernimiento, la confrontación noble, el examen de conciencia comunitario. Deberíamos pensar más a quiénes solemos guiar y cómo lo hacemos, y a quién elegimos para que nos guíe y por qué. No es infrecuente que nos gobiernen aquellos que no votamos y que constituyen minorías. Jesús en el evangelio nos propone una norma que mejoraría grandemente nuestra madurez y nuestra convivencia. Nos dice: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que tú llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano… “déjame que te saque la mota del ojo” sin fijarte “en la viga que llevas en el tuyo?”. Efectivamente, nosotros no vemos nuestro propio rostro. Vemos solo los de los demás. Vemos más los defectos de los otros que los nuestros. No somos sinceros. No aceptamos nuestras equivocaciones. No solemos pedir perdón. Esto supone que hemos idealizado nuestro ego erróneo divinizando nuestro propio mal. El mal verdadero no es que poseamos errores, sino nuestra incapacidad de reconocerlos. Y esto delata la profundidad de nuestro desliz. Una familia, una comunidad que no practica la corrección, no se ama, se odia. Vamos al médico a sanar nuestros males físicos. Pero no solemos curar el espíritu, el corazón, la capacidad de amar y de convivir. Jesús, refiriéndose a nuestro comportamiento, habla de la imposibilidad de que el árbol malo dé buenos frutos. Habla del tesoro del corazón de donde sacamos cada día el bien que compartimos con los demás. En el fondo Jesús quiere que descubramos con ello hasta que punto Dios es el Dios de nuestra vida. Frecuentemente nosotros nos hacemos dios de nosotros mismos. Dios puede ser tenido como Padre amantísimo, pero podemos también reducirlo a la imagen mental de un ídolo al que acudimos como socorre-necesidades en nuestros problemas. Jesús nos habla hoy de los pecados de la lengua. La lengua es fuente de bondad y de maldad. Se asesina más con la boca que con las armas. Por el lenguaje entramos en comunión con los otros, crecemos y maduramos. Pero mediante la palabra destruimos y aniquilamos en proporciones planetarias. La lengua tiene el poder de trasformar la ciudad de Dios en Babel, la ciudad donde nadie se entiende. Saber del otro puede significar amistad. Pero puede representar también una amenaza. Difundir la vida privada, vender noticias personales a los foros de diversión y de chismorreo, negociar con la intimidad del otro, representan grave inmoralidad e injusticia. Saber del otro puede ser signo de amistad verdadera. Pero puede implicar la posibilidad de sentirse dueño de él y de torturarlo. En este momento son muy altos los índices sociales de maledicencia, de calumnia y detracción, de juicio y condena, de crítica, sospecha, murmuración y descredito. En la Iglesia, en la política, en los Medios, cada día se vierten al público toneladas de noticias, veraces unas, dudosas y falsas otras, que arrastran a muchos a juzgar y condenar. El chismorreo es una forma grave de difamación. Se hace de él tertulia y diversión para entretenimiento y regocijo de muchos. Esto es fuente de pecado. Hoy la moral cristiana apenas cuenta en este terreno. Cuando existe un mal que puede ser nocivo a la comunidad, primero hay que sanarlo, curarlo. En el supuesto de que comporte un peligro social y se resista a la corrección, hay que condenarlo y denunciarlo, pero en los lugares y maneras adecuados. La sociedad civil aplica la ley del talión, la pena proporcionada, como legítima defensa de la convivencia y del orden. Los cristianos debemos aceptarla y protegerla. Pero el evangelio nos lleva a todos en última instancia a la misericordia. El perdón sincero es la última palabra para todo seguidor de Jesús. “No hagas al otro lo que no quieres hagan contigo”, dice él. Este principio sigue siendo fundamental y universal. Sea quien sea y con quien sea. Si alguien se ve inclinado a revelar faltas secretas de una persona debe pensar con gran responsabilidad cuáles son los motivos para hacerlo y las consecuencias previsibles que se seguirán de su forma de actuar. Y debe prestar atención al modo de hacerlo. Nunca pueden ser motivo la venganza, los celos, la futilidad, el sectarismo ideológico. Debe seguir el procedimiento evangélico de hablar con él a solas, y si no responde, hacerlo ante dos testigos; y si tampoco, ante la autoridad o comunidad. Leamos el evangelio. Comulguemos con él. Y hagamos una organización evangélica del corazón, de los sentimientos, de la convivencia. Que el Señor nos anime y ayude.
Francisco Martínez
www.centroberit.com
E-mail: berit@centroberit.com
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