Lecturas
1ª Reyes 17, 10-16 – Salmo 145 – Hebreos 9, 24-28
Marcos 12, 38-44
Comentario
ESTA VIUDA POBRE HA ECHADO MÁS QUE NADIE
2018, 32º domingo ordinario
Los cristianos tenemos la inmensa fortuna de que cada domingo el Cristo hoy viviente y glorioso en los cielos nos congrega porque quiere compartir con nosotros anticipadamente su vida gloriosa. Este es el verdadero significado del domingo: un espacio sagrado de tiempo que el Cristo viviente dedica a los suyos para anticipar la salvación. Todo está en dependencia de la fe que tenemos, de la actitud receptiva con la que respondemos. El evangelio es la mayor maravilla que tenemos en nuestra vida. Es Cristo mismo compartiéndose y hablando con nosotros. Su mensaje es extraordinario. Deberíamos descubrir este hecho, hacerlo consciente e integrarlo como un hábito en nuestra mentalidad. Un cosmonauta, dando vueltas alrededor de la tierra, dijo que no había encontrado a Dios por el espacio. Otro científico escribe un libro afirmando también que en su visión científica del universo no halla espacio para Dios. Esto, cuando menos, es un desatino. El encuentro con Dios no suele ser el desenlace de una indagación científica. Es un testimonio histórico vivido. No es una deducción de laboratorio o un logro del telescopio. Es un hecho, una historia, un testimonio palpable. Y en consecuencia, puede y debe ser una aceptación congruente, debería generar un entusiasmo y enamoramiento personal y comunitario. Dios viene porque viene. Su venida acontece porque acontece. Después de la encarnación disponemos del evangelio, la mayor maravilla de nuestra vida. Es verdaderamente algo precioso, de “otro” mundo. Es el mismo Cristo hablándonos hoy. Todo depende de cómo lo acogemos en nuestra vida. Vemos, oímos, pero no acabamos de creer, no acabamos de hacerlo vida en nosotros.
El evangelio que acabamos de escuchar habla de una pobre viuda que da todo lo que tiene. Viuda, en la cultura de aquel tiempo, era el último residuo social de supervivencia y de miseria. Jesús sitúa a esta viuda en contraste con los que disfrutaban del máximo rango de estimación social: los letrados. Viuda era una pobre mujer que no solo había perdido todo el apoyo personal y social, sino que además no tenía posibilidad de reencontrarlo. Este contraste de comportamiento que Jesús señala se daba ayer y se da hoy. Aquella viuda, que no tiene nada y que apenas sabe nada, da todo lo que tiene. En cambio, muchos que tienen y saben mucho, dan solo de lo que les sobra. Detengámosnos en este comportamiento y ahondemos en él. La viuda no tiene dinero, pero tiene amor. El letrado tiene todo lo que en una sociedad encumbra y es anhelado, pero carece de amor. No dar, ni darse, es la mayor miseria del mundo. Dios creo al hombre copiándose a sí mismo, a su imagen y semejanza. Se enamoró de su criatura y decidió constituirla como el verdadero “tú” de Dios. Le dio capacidad divina para correalizar con él su propia vida. Le dio memoria para recordar sus dones. Le dio inteligencia para que conociera a Dios. Le dio voluntad para que amara con amor de Dios. Dios mismo es amor. Se ha revelado como amor. Y ha querido que el hombre también ame con todo su corazón. Dios ha querido que el hombre sea dios por participación. El hombre, amando, se identifica con Dios, hace de Dios y anticipa la vida eterna y la actualiza. No amar es no ser y morir, mientras que amar es ser y vivir en siempre y para siempre. Somos y seremos el amor que tenemos.
Según esto, la viuda, al poseer la riqueza de amar, era muy rica. No solo tenía la verdad, era verdad. Había alcanzado la verdadera y suprema identidad. Los letrados, siendo ricos, eran muy pobres, tenían un prestigio social falso, vacío, engañoso. Su vida era una mentira. Y, además, eran víctimas de la ambición y del pecado. Porque el que ama vale, y el que no ama no vale. Dar es signo de tener. Y darlo todo es signo de la máxima riqueza posible del hombre, porque participa del mismo Dios. Vale más el hombre con mucho amor que el que solo tiene mucho dinero.
El amor es la energía que nos hace ser y vivir, que da sentido a nuestra vida, que la conduce y guía. Es la realidad que constituye la verdad profunda de la existencia. Es la garantía de la opción y elección acertada. Dios es amor y el que ama posee la máxima certeza y seguridad. Amar lleva siempre a la plenitud y al Infinito. El cielo es amar. Nuestra misión en la tierra es aprender a amar. Nos salvamos amando.
En la escena evangélica que nos ofrece el evangelio destaca un gran contraste que Jesús destaca intencionadamente. Aparece una mujer frente a muchos hombres. Aparece una pobre frente a muchos ricos. Aparecen dos monedillas de cobre frente al mucho dinero de los ricos. Todo esto nos lleva al modelo de persona creyente que Jesús propone. Nos lleva a un mundo que solo los que aman entienden y aprecian. Jesús nos enseña que el amor es lo verdaderamente absoluto en la vida. Y nos impulsa a preguntarnos si amamos y hasta qué punto amamos. Nos invita a pensar que el verdadero amor no crece por cantidad o suma de actos, por una rutina mecánica, aburrida. Sino por mayor radicación de los sentimientos.
Amar en serio es la vocación específica del seguidor de Jesús. Es el modo de seguirle y de parecernos a él prolongando su encarnación y su redención en el mundo. El amor sincero tiene una dinámica constante. Amar en serio es alcanzar una afectividad sincera, una cordialidad manifiesta, una bondad entrañable, una compasión leal. El que ama participa en todo, se sitúa siempre en la vanguardia, no espera que le manden, adivina la necesidad, no practica la evasión, no vive su vida sino la de los demás. No persigue la ganancia ni lucha por la precedencia. Vive el afán del esfuerzo y del rendimiento. Intuye la necesidad y la afronta. Tiene alto sentido de la iniciativa y de la participación. Tiene conciencia de la tarea y del deber. Es alegre en el compromiso y en el trabajo. No hay que pedirle nada porque se anticipa en la responsabilidad y en la solidaridad. No pierde la alegría en la contradicción. No solo se compromete y actúa, sino que crea una atmosfera de optimismo y seguridad. Estimula a los fines, acierta en los medios, crea gozo de compartir. Tiene clarividencia de lo mejor y oportuno y estimula al trabajo acompañado. No exige compensaciones. Ignora el descontento y el pesimismo. Estimula al compromiso y al trabajo.
Amemos en sinceridad en todo lo que hacemos. Hagamos consciente el hecho de que amando nosotros, Dios mismo ama en nosotros y a través de nosotros.
Francisco Martínez
E-mail:berit@centroberit.com
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