Lecturas
Isaías 63, 16b-17; 64, 1, 2b-7 – Salmo 79 – 1ª Corintios 1, 3-9
Marcos 13, 33-37
Comentario
VELAD, PUES NO SABÉIS CUANDO VENDRÁ EL DUEÑO DE LA CASA
2017-18 Domingo Primero de Adviento
Con la llegada del Adviento, iniciamos un nuevo año litúrgico. No es un suceso banal para la vivencia de la fe. Su verdadero contenido es la venida real y maravillosa de Cristo hoy a la comunidad creyente y a cada uno de nosotros. Indudablemente fue maravillosa su venida ayer a Palestina, en aquella primera navidad histórica, y será también asombrosa su venida al final de los tiempos en el juicio final. Los que vivimos ahora en este entretiempo tenemos el peligro de pensar solo en esas dos venidas, que son indudablemente transcendentales, desconsiderando la que realiza hoy en la celebración litúrgica de la navidad y de la pascua. Nuestra generación creyente tiene una especial necesidad, muy por encima de las devociones populares, de ahondar en la naturaleza de la venida misteriosa que Cristo realiza hoy en la liturgia. En ella Cristo mismo está y actúa realmente, y solemos decir que lo hace misteriosa y espiritualmente. Estos términos pueden hacer pensar a alguno que se trata de una venida simbólica, no tan real. Sin embargo, esta venida hoy en el corazón de la liturgia tiene importancia decisiva y determinante, pues la venida histórica de ayer en Palestina y que realizará en el juicio final, existen en función de esta venida suya hoy a nosotros. De ella va a depender nuestro destino eterno.
Dios toma siempre la iniciativa, y la pedagogía con la que él preparó la venida histórica de su Hijo ayer al mundo en Palestina, hoy la Iglesia la retoma en la liturgia, la misma, con los mismos textos bíblicos, para preparar la venida de Cristo a la comunidad y a cada uno de nosotros. Este es el máximo magisterio en la Iglesia.
EN EL FUNDAMENTO Y EN LA ESTRUCTURA DE LA VIDA CRISTIANA
La celebración perenne de la vida de Cristo durante el año litúrgico, de adviento a Pentecostés, contiene el fundamento y la estructura de toda la vida cristiana. Es preciso conocer bien lo que celebramos. Una casa no se sostiene sin fundamento ni armazón. Vemos los efectos fatales de huracanes e inundaciones en poblaciones pobres de países del tercer mundo. Al no tener las casas fundamento ni armazón, son drásticamente barridas por los elementos. Cuando, al contrario, transitamos por los ensanches urbanos de las ciudades modernas, vemos las numerosas estructuras de las nuevas edificaciones. En los países desarrollados no se permite la inmensa torpeza de hacer construcciones sin consistencia. Sin embargo, este grave error se comete lamentablemente en la comunidad cristiana cuando no se la educa en la centralidad y permanente pervivencia de la pascua de Cristo, tal como la celebramos en la eucaristía de los domingos y de la pascua anual.
Es condicionante, para la vivencia de la fe cristiana el conocimiento del “Memorial cristiano”. Consiste en la perennidad del acontecimiento de la muerte y resurrección de Jesús, debido a una institución suya personal, con el fin de que sea celebrado por los creyentes de todos los siglos. En la muerte de Jesús, el Padre, como afirman los testimonios bíblicos, realizó una acción poderosa “y lo ha resucitado de entre los muertos”, “lo ha exaltado a su derecha”, “lo ha vivificado”, “lo ha glorificado”, “lo ha constituido en poder”. En consecuencia, la resurrección de Jesús no se redujo a la simple resucitación de un muerto. No fue algo que solo aconteció en su cuerpo físico. Ni tampoco un suceso identificado con las apariciones. Fue algo inmensamente más admirable. La resurrección de Jesús y la vivificación de la comunidad en su nueva vida representan un mismo hecho glorioso. Dios dotó a la muerte y resurrección de Jesús de perdurabilidad permanente para que la humanidad creyente del futuro no recibiera solo los efectos de aquella redención, sino la redención misma como acontecimiento actualizado y hecho misteriosamente contemporáneo de todos los tiempos y lugares, gracias a la institución memorial del mismo Jesús. El Memorial es una celebración que re-presenta y actualiza el pasado anticipando el futuro. El futuro de la vida eterna se actualiza y re-presenta sobre la base del pasado de la muerte y resurrección de Jesús. Esto significa el rebasamiento del simple moralismo. Prohíbe la reducción de la predicación a simple ética o comportamiento. La predicación apostólica es anuncio y proclamación de un suceso: Jesús ha resucitado verdaderamente y ahora es el Señor. Y nosotros somos testigos. Es, pues, un acontecimiento que no pertenece a la fenomenología ordinaria. No es probado y comprobado con los ojos de la cara. Esta vía está cerrada. Los testigos no se aclaran y le confunden con el hortelano, con un fantasma, con un caminante. Jesús mismo especifica la naturaleza del encuentro. “¡Dichosos los que sin haber visto, creen!”. Lucas anota el hecho determinante: “Entonces, se les abrieron los ojos y le reconocieron” (24,31). Ahora, creer es ya signo de “estar resucitados” (Jn 11,25). Es caminar ya en la luz de la fe (Jn 12,46). Este es el mensaje de la predicación apostólica. Olvidarlo es peligroso. Pues una doctrina olvidada se convierte en falsa a causa de la somnolencia, de no pensar ya en ella, de no permanecer en contacto explícito con un Cristo no solo conocido, sino vivido en la fe. En el ciclo litúrgico de la Pascua celebramos el misterio de Cristo bajo la clave de la redención. Ahora, en Adviento y Navidad, lo vivimos bajo la perspectiva de su encarnación en el mundo y en cada uno de nosotros. Esta venida de Cristo al mundo se realiza ahora en un triple momento:
-pasado: Cristo vino ayer al mundo. Es su venida histórica en Palestina.
-presente: Cristo viene hoy a la Iglesia, a través de la celebración litúrgica misteriosamente, como realidad sacramental y oculta,
-futura: Cristo vendrá en el juicio final en manifestación gloriosa para verificar su venida a nosotros en este entretiempo.
Es ahora, comiendo el pan y comiendo el libro o la palabra, mediante la fe, como nos unimos a Cristo resucitado, nos identificamos con él y le irradiamos.
LOS VALORES ESPIRITUALES DEL ADVIENTO
Isaías, el Bautista y María son los grandes personajes de aquel primer gran adviento, y ellos, en los textos litúrgicos, nos preparan hoy a la venida del Señor, convocándonos al arrepentimiento y conversión, a la oración perseverante en diálogo permanente y vivo con Dios, y a la práctica de la austeridad como expresión de confianza. Nos invitan a acercarnos más y más al necesitado, dándole el pan del estómago y el de la palabra, sabiendo tratar a las personas por dentro, persuadiendo, atrayendo, convenciendo, fascinando, amando. Debemos formarnos y formar en la fe, sobre todo en lo que afecta a la iniciativa permanente de Dios en la historia de la salvación y en la realización de esa salvación por medio del conocimiento y vivencia renovados de la sagrada liturgia, muy especialmente de los evangelios dominicales, comentados a ser posible en grupo de amistad y de fe. O también en familia. Hay que atreverse a ser hoy creativos de costumbres sanas capaces de frenar la caída vertiginosa de la fe de los cristianos y de formar nuevas personas y comunidades creyentes formadas en la plantilla original y formidable del evangelio. Tenemos que sustituir la crítica negativa por una colaboración franca y positiva en todo lo que afecta al bien común, a la paz y la concordia social, a una fraternidad sincera. Hay que decirlo con firmeza: la unidad social, la concordia política, es exigencia moral para los cristianos. Nuestras bocas han de ser caños de agua limpia, que transmitan de forma más audaz y valiente los valores de la solidaridad y caridad, de la verdad y la justicia, de la unidad y de la integración social. Que el Señor venga y nos ayude.
Francisco Martínez
E-mail:berit@centroberit.com
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