PENTECOSTÉS, EL IMPULSO DEL ESPÍRITU SANTO

Bienvenidos al encuentro de amistad en la fe. La experiencia de Pentecostés, que celebramos este primer domingo de junio, es la presencia especial de Dios. El Señor envía el Espíritu Santo que había prometido (Lc 24, 49). Comenzamos con una oración:

“Padre, te doy gracias por la alegría de existir, por el amor que me das cada día, por la amistad que me haces encontrar. Quiero que tú seas todo lo que amo, todo lo que creo, todo lo que espero, todo lo que no tengo todavía, todo lo que todavía no soy. Te doy gracias porque me amas y me buscas, aunque yo no me preocupe de Ti”.

La venida del Espíritu Santo descrita en los Hechos de los Apóstoles tiene lugar en la fiesta de Pentecostés, fiesta de acción de gracias por el don de la cosecha que celebraba cincuenta días después de la Pascua. En ella se conmemoraba también el pacto que Dios había hecho con su pueblo en el Sinaí. Lucas describe la venida del Espíritu con los símbolos de una teofanía (manifestación especial de Dios). Elige el viento porque en hebreo, “espíritu” es la misma palabra que  Dios y fuego, que en el AT es a veces una manifestación del mismo Dios. Los discípulos sintieron miedo al principio y permanecieron encerrados en Jerusalén. Con la llegada del Espíritu, los primeros cristianos se atrevieron poco a poco a dar testimonio de Jesús resucitado por todo el mundo.

        “¡La paz esté con vosotros! Recibid el Espíritu Santo”: proclamamos el Evangelio (inserto en el apartado de La Palabra) y compartimos lo que nos sugiere. SHALOM significa desear el bien sin límites, es llamar a la felicidad para el otro.

Ahora se trata de descubrir el mensaje que encierra el acontecimiento de Pentecostés para nosotros hoy: El Espíritu, como dice san Pablo es el mismo amor de Dios que se nos entrega, nos capacita para llamarle Abba y nos empuja a vivir de acuerdo con los valores del evangelio. Impulsa a vivir como hijos de Dios y da la libertad de los hijos de Dios, al servicio de los demás. Nos centramos en las siguientes preguntas:

¿Qué nos paraliza? ¿Qué miedos tiene la gente? ¿Qué impide a nuestras comunidades comprometerse con Jesús?

¿Sentimos al Espíritu como fuerza que nos libera de nuestros miedos?

¿Cómo lo acogemos cada uno de nosotros? ¿A qué nos impulsa?

Nos despedimos con una bendición irlandesa: “Que aquellos a quienes amamos, nos amen y, si no nos aman, que Dios cambie la dirección de sus corazones y, si no se puede cambiar la dirección de sus corazones, que cambie al menos la dirección de sus tobillos para que por su cojera podamos saber quiénes son”.

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