Lecturas:
Isaías 42, 1-4.6-7 – Salmo 28 – Hechos 10, 34-38
Mateo 2, 13-12
Comentario
EL BAUTISMO DE JESÚS, 2017
El pasado viernes celebrábamos la Epifanía del Señor como la fiesta de su manifestación a los gentiles. El evangelio de hoy comienza diciendo que Jesús “se presenta… a Juan” como continuando el concepto clave de manifestación. En este caso acompaña una teofanía completa. Se abre el cielo y acontece una manifestación solemne del Dios Trinitario. El Padre clama que Jesús es el Hijo muy amado, y el Espíritu sobreviene sobre Jesús en forma de paloma.
Concluida la vida oculta, Jesús inaugura su misión pública haciéndose bautizar por Juan. La escena, que tiene una gran resonancia teológica, se desarrolla previo un dialogo vivo de Jesús con Juan el Bautista. Mateo quiere subrayar el deseo consciente de Jesús de acudir al bautismo en agua para resaltar el hecho de la conversión. Inicialmente Juan quiere impedírselo diciendo: ”Yo tengo necesidad de ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?”. Este “tú-yo” recuerda el diálogo de Pedro cuando se niega a que Jesús le lave los pies, poniendo de manifiesto una actitud de gran humildad. Jesús le replica que conviene cumplir la justicia, es decir, hacer con fidelidad la voluntad del Padre.
JESÚS VENCE EL MAL HACIÉNDOSE SOLIDARIO CON NOSOTROS
La reacción de Juan ante el deseo de Jesús es lógica. Si Jesús no cometió pecado ¿por qué desea ser bautizado? La razón aparece clara. Jesús no nos salva a distancia, nos redime asumiendo como propio nuestro mal. Su solidaridad para con nosotros es absoluta. No se limita a aplastar el mal. Lo mata en su propio cuerpo. Asume personalmente todos nuestros males, como propios, y los destruye asumiendo una muerte que conlleva soportar todas las injusticias de la historia. Jesús acepta la cruz y muere en ella. Pero la cruz ni es un simple objeto ni mucho menos es tan solo un momento puntual de su vida. Es la dimensión de su vida entera. Es un amor sorprendente, maravilloso, radical, incondicionado. Nadie nunca amó así. Es continuar amando donde normalmente el amor se quiebra en todos. Es una locura de amor. Un amor sin límites. La cruz no es sino la comprobación de un amor mantenido en el cúmulo increíble de todos los sufrimientos físicos y morales. Lo más dichoso que ha podido ocurrir en nuestra vida es que Dios haya muerto de amor en una cruz por nosotros. Le vimos cargado con nuestras propias iniquidades. Quien no cometió pecado, por nosotros se hizo pecado (2 Cor 5,21) y hasta maldición de Dios (Gal 3,13) afirma audazmente Pablo. La solidaridad de Jesús con nosotros es inaudita, total. Él asume todos nuestros males, los mata en su cuerpo, descendiendo al sepulcro entierra nuestro hombre viejo y del sepulcro sale Jesús resucitado, como el hombre nuevo del futuro. Y este gesto es la base del bautismo universal de todos, que deberán enterrar en Cristo el hombre viejo para resucitar en su propia resurrección y gloria.
EL BAUTISMO, ENCUENTTRO CON EL CRISTO HOY VIVIENTE EN LOS CIELOS
La vida cristiana es Cristo en nuestra vida o nuestra vida en Cristo. No hay cristianismo sin Cristo. Parecería una verdad muy evidente, pero desgraciadamente son no pocos los que viven de hecho un cristianismo sin Cristo. Y esto es inviable. Hay cristianos que viven permanentemente evadidos de la realidad cristiana esencial. El encuentro con Cristo, siempre actual y contemporáneo, es fundamental e ineludible. Pero ¿cómo encontrarnos con el Cristo hoy glorioso de los cielos? Por medio de los sacramentos. Jesús quiso dotar a ciertos actos suyos de una actualidad perenne. Quiso dejarnos no solo los efectos de su redención, sino el suceso de la misma, como acontecimiento vivo y actual, para que lo pudiéramos participar. En la ausencia física de su humanidad corporal, él quiso hacerse presente en unos símbolos profundos estableciendo su presencia viva en el hecho mismo de su misma ausencia corporal. La capacidad simbolizadora del agua es enorme. El agua da la vida y la muerte, limpia y retorna las cosas a su estado original. Ya en las concepciones antiguas el agua celeste llega de las alturas, del reino de la luz, desciende hasta las profundidades de las tinieblas en la tierra y retorna al reino luminoso por encima de las estrellas. El agua es origen, es muerte y es retorno. Al agua se le atribuía una función curativa y purificadora. Todo lo que se sumerge en el agua se disuelve y muere. La inmersión en el agua simboliza la disolución en las formas, el retorno a la preexistencia informe. El agua disuelve la suciedad. El emerger de las aguas representa una especie de recreación, un nuevo nacimiento, la asunción de una nueva forma de vida. El agua purifica, sana, regenera, alimenta, vivifica. Aquí tenemos la base natural para la simbología bíblica del bautismo. Pero es más; Jesús entró muerto en la tumba y salió de allí resucitado. La piscina del agua simboliza la sepultura de Jesús. Quien es sumergido y sacado de las aguas, muere de su muerte y resucita de su propia resurrección. Pablo lo explica en su carta a los romanos: “¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (R 6,3-4). El Bautismo representa y actualiza en el bautizado la muerte, sepultura y resurrección del Señor.
LA REALIDAD ECLESIAL DEL BAUTISMO
El bautismo es una realidad de fe. Es una realidad tan trascendental como nuestro nacimiento al cielo. Precisa de la fe y responde a la fe. Sin fe el bautismo deja de ser lo que es. Ha habido un problema secular que afecta y sigue afectando la recepción provechosa del bautismo. ¿Qué ocurre en el bautismo de niños y en el de adultos que carecen de razón? La Iglesia ha privilegiado siempre la acción eficaz de Dios que no se hace depender de las actitudes humanas ni de quienes administran ni de quienes reciben. Pero esto no puede negar la necesidad de fe en quienes pueden hacerlo. La supresión del catecumenado antiguo, debido al cese del bautismo de adultos y la universalización del bautismo de niños, no puede menoscabar el hecho de que el bautismo es un sacramento de la fe.
El bautismo tiene efectos sorprendentes. Crea el ingreso en la comunidad de la salvación. Perdona todos los pecados. Nos incorpora a Cristo, a su muerte y resurrección. Otorga el don del Espíritu que acompaña permanentemente la vida del bautizado iluminándolo, conduciéndolo, impulsándolo siempre en la línea de la salvación. Establece ya ahora una comunión de vida con el misterio de la Santa Trinidad. Suscita nuestra filiación divina: nos hace partícipes de la misma filiación divina de Jesús. Gracias al bautismo somos hijos en la misma filiación del Hijo. El bautismo nos otorga el sacerdocio real, el ser oferentes gozosos de la vida real cotidiana, del sacrificio existencial de la vida real. El bautismo otorga a todos los bautizados igualdad de dignidad divina.
El bautismo es el suceso más extraordinario de nuestra vida. Inaugura en nosotros la comunión de vida con el Misterio de la Santa Trinidad y nos hace nacer a la vida eterna.
Francisco Martínez
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