Lecturas:
Isaías 7, 10-14 – Salmo 232 –
Romanos 1, 1-7 – Mateo 1, 18-24
Comentario
JESÚS NACERÁ DE MARÍA, DESPOSADA CON JOSÉ, HIJO DE DAVID
2016, Cuarto Domingo de Adviento
Nos aproximamos a la Navidad. La venida de Dios al mundo, en Cristo, es el suceso más grande de la Historia. Dios no se olvida del hombre y quiere estar con él, amarle y salvarle. Y lo va a hacer de forma que él solo va a ser el verdadero protagonista de los hechos. Dios viene porque ama al hombre y ha decidido no dejarle abandonado. Viene cumpliendo promesas serias. Pablo enlaza estas promesas con el testimonio directo sobre Jesucristo que él anuncia por vocación divina. Mateo narra la forma de actuar de Dios para hacer presente, ya de hecho, en el mundo la venida misma de Jesús.
LA PROMESA DE UN HIJO
En la primera lectura Isaías nos ha relatado la promesa del Emmanuel. Aparece en un contexto singular de la historia de Judá, reinando Ajaz. Los reyes de Damasco y de Samaría se alían para defenderse del reino sirioefrainita. Llaman al rey Ajaz como ayuda, pero este se niega. Ajaz duda si aliarse mas bien con Asiria para salir indemne y victorioso. Isaías le recuerda que Yahveh es su Dios y que solo él puede salvarle. Esta confianza excluye el recurso a cualquier otro apoyo, o de los hombres, o de los falsos dioses. El profeta Isaías le ofrece una señal de que Dios está con él. Pero el rey, en una falsa piedad, la rechaza alegando que no necesita prueba alguna. En aquel trance de agobio Isaías afirma que una joven, recién casada, dará a luz un hijo que abrirá a la esperanza. El oráculo prevé, además de la continuidad de la dinastía davídica, una intervención decisiva de Dios que instaurará el reino mesiánico definitivo. La joven que da a luz es la mujer del rey. Pero la versión de la Biblia llamada de los LXX, en visión profética, da pie a una perspectiva profética que entrevé la concepción virginal de María, y el nacimiento del Emmanuel, confirmada posteriormente por la doctrina de padres y escritores de la Iglesia. Pablo, en la carta a los Romanos, en continuidad del Antiguo Testamento con el Nuevo, nos habla de la buena noticia que es el misterio de Jesucristo, anticipando la doctrina de los concilios primeros de la Iglesia que afirmarán la realidad de la doble naturaleza de Cristo, Dios y hombre, nacido según la carne del linaje de David, Hijo de Dios con poder. Es el mismo misterio que él predica a los gentiles.
DIOS NO OLVIDA A LA HUMANIDAD
Mateo y Lucas comienzan sus evangelios con los conocidos Relatos de la Infancia. Se trata de una serie de narraciones que sitúan el origen y entrada de Jesús en la historia, cada uno desde sus respectivas claves teológicas. Quieren responder a un doble interrogante: ¿quién es Jesús? y ¿cómo entenderlo en el conjunto de la historia de la salvación? Ya desde el primer versículo Mateo responde a estos interrogantes: “Jesús es el Mesías, el Hijo de David”. Mateo esta preocupado por entroncar a Jesús dentro de la dinastía de David como Mesías en quien se cumplen las promesas hechas al pueblo elegido. Esta ascendencia davídica está garantizada por la presencia de José, hijo de David. El centro del mensaje del ángel es el anuncio del nombre que recibirá el hijo de María. Jesús y Emmanuel son dos nombres de una misma realidad: la presencia de Dios en la historia del pueblo haciendo presente la salvación anunciada desde antiguo. Jesús significa “Dios salva”. Emmanuel es “el Dios con nosotros”. Jesús es la presencia constante, actual, de Dios en medio de la historia.
DIOS SALVA TODOS LOS IMPOSIBLES
El pueblo de Israel ha sido constantemente zarandeado por los grandes imperios de la historia. Su fuerza y salvación nunca fueron las armas, sino su confianza en Dios. Experimentó la tragedia de la deportación, del exilio, de la esclavitud más salvaje, de la miseria más penosa. Pero Dios se hizo presente en los momentos más aciagos de la historia del pueblo. Ningún pueblo sobrevivió tanto a los más penosos trances de la historia.
También nosotros vivimos hoy asediados de graves problemas. Estamos hechos para la dicha, pero nos hallamos atrapados en un mundo de sufrimiento y de dolor. Experimentamos en nuestro corazón una demanda imperiosa de verdad, paz y amor y nos vemos alcanzados por un mar de temores y contradicciones, de conflictos y violencias. Son muchos los que viven en un callejón sin salida. Creamos el progreso y es el mismo progreso el que genera los peores peligros y amenazas. Vivimos la época de las comunicaciones y nunca ha habido tanta soledad y tristeza. Vemos y tenemos muchas cosas, pero no tenemos el Ser. Vemos seres vivos, pero no vemos la Vida. Tenemos muchos afectos y amores, pero no conocemos el Amor. Disponemos de placeres, pero desconocemos la felicidad. Nos perdemos en muchos problemas, pero ignoramos el Problema. Intentamos arreglar las pequeñas goteras, pero sin atender el problema radical que es que se nos hunde la casa. Dios nos pide amar, vivir unidos y en paz, ser verdaderamente dichosos. Pero ¿cómo amar si en realidad nos odiamos? ¿Cómo vivir unidos, cuando estamos enfrentados o dispersos? ¿Cómo vivir en paz cuando estamos en permanente conflicto? ¿Cómo ser dichosos si estamos indiferentes aun desesperados?
A pesar de todo, no estamos solos. Dios está con nosotros y para nosotros. Navidad es la realidad suprema del mundo. El Dios poderoso ha decidido el suceso más grande de la historia. Ha enviado a su propio Hijo para dejarse entrañar, ser gestado y nacer definitivamente en favor del hombre. En Cristo, Dios mismo se da al hombre del todo, incondicionalmente, de forma que ya no se retractará jamás. Navidad dice que el hombre es muy importante para Dios y que en ella Dios se implica del todo y para siempre en el favor del hombre. El problema es si el hombre es consciente de este hecho y es consecuente con él. Tiene la salvación integral en la mano. Representa una solución definitiva, segura, total. Pero debe conocerla, desearla, aceptarla. La encarnación de Cristo es la prueba más contundente del amor de Dios al hombre, la prueba decisiva de que Dios no lo abandonará jamás. Dios no vive lejos, no se desentiende del hombre. Nuestro Dios tiene ojos para ver nuestros problemas, tiene oídos para escucharnos, tiene labios para hablarnos, tiene corazón para amarnos. Es hora de creer en el amor de Dios, de orar con sinceridad y veracidad, de esperar con firmeza, de amar con lealtad.
La fuerza de la increencia, de la indiferencia y de la pérdida del sentido de la fe, es inmensa. Pero “para Dios nada hay imposible”. La Iglesia hoy, el cristiano hoy, están invitados a hacer una elección fundamental, distinta, nueva, como la tuvieron que hacer los primeros discípulos de Jesús y los primeros cristianos de la comunidad eclesial. La encarnación de Jesús es un hecho que sobrepasa todas nuestras dificultades y todos nuestros males. No creer, no confiarnos, cuando enfrente tenemos un hecho tan portentoso y radical, es la más grave incongruencia de la vida. Digamos de corazón con la liturgia: “Señor Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.
Francisco Martínez
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