Lecturas
Isaías 11, 1-10 – Salmo 71 –
Romanos 15, 4-9 – Mateo 3, 1-1
Comentario
CONVERTÍOS, PORQUE SE ACERCA EL REINO DE LOS CIELOS
2016-17, 2º Domingo de Adviento
El Adviento significa venida. Es el tiempo en que los cristianos nos preparamos para la venida del Señor. Esta venida se realiza bajo un triple plan:
Pasado: Cristo vino ayer al mundo en forma histórica visible.
Presente: Cristo viene hoy a la Iglesia de forma oculta y misteriosa, a través de la liturgia, por medio de su Espíritu.
Futura: Cristo vendrá en el juicio final de forma visible y gloriosa.
Los profetas nos dicen cómo será el Mesías. Juan el Bautista nos dice ya quién es el Mesías. Isaías habla de aquel que vendrá. El Bautista señala a aquel que ya ha venido. María es la gran figura de Adviento. Ella vivió el mejor adviento. En María culmina la espera de Israel. El Espíritu Santo le abrió a la acción de Dios. María fue llena de gracia para vivir intensamente la intimidad divina. “El Señor está contigo” (Lc 1,28), le dijo el ángel. Esta presencia es su identidad. Ella es la fiel acogedora de la Palabra hecha carne. Su propia sangre fue la de Cristo. María es Jesús comenzado. Ella hizo posible la primera navidad y es modelo y cauce para todas las venidas de Dios a los hombres.
CONVERTÍOS, PORQUE ESTÁ CERCA EL REINO DE LOS CIELOS
Mateo presenta el evangelio de la infancia de Jesús para hablarnos de su origen. Seguidamente ofrece en su evangelio una triple confirmación de su identidad y misión: la predicación de Juan el Bautista, de la que habla hoy el evangelio, el bautismo de Jesús y las tentaciones en el desierto. Tras el relato de los orígenes de Jesús entra en escena Juan el Bautista. Aparece en la figura de un asceta severo, ajeno a la vida mundana, inmerso en su conciencia de precursor, con los rasgos típicos del profeta de los tiempos escatológicos. Predica en el desierto, viste de piel de camello, come saltamontes del desierto. Y sobre todo, llama a la conversión. En medio de los excesos y dominios de este mundo habla “de la venida del más fuerte”. Predica un cambio urgente porque el tiempo final ya ha comenzado, pues “ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles”. Amenaza con el castigo a quien no dé frutos de conversión, pues el trigo ya está recogido en el granero y la paja está presta para la hoguera que no se apaga.
Mateo presenta a Juan bautizando en el desierto de Judea. Describe con viveza el movimiento de quienes salen de Jerusalén y de Judea para hacerse bautizar. Muchas formas de religiosidad antigua vieron en el agua una significación y una eficacia para adquirir aquella pureza que se le exige al hombre, porque no la tiene, para acercarse a Dios. La eficacia purificadora de las aguas del Jordán representaba, además, un paradigma bíblico debido a la historia de Naamán el leproso. Juan, clamando en la entrada misma del desierto, gozaba de una atmósfera propicia debido a la memoria del pasado. Preparar en el desierto un camino a Yahvé, trazar recta en la estepa una ruta para nuestro Dios, recordaba la idea profética de abrir a través del desierto una vía real, plana, libre, por la que el Rey de Israel conduciría gloriosamente a su pueblo, redimido de la cautividad, a la tierra santa. Isaías canta un nuevo Éxodo por el que la Gloria de Yahvé guiará a su pueblo, liberado de la esclavitud, a través del desierto, a la nueva Jerusalén.
El evangelio constata la gran afluencia de gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán que acudía confesando sus pecados y siendo bautizados por Juan. Habla de los fariseos que se oponían a las corrientes de cultura helénica, y que mostraban una religiosidad egocéntrica ligada a formas accidentales de pietismo que Jesús marcará con el estigma de hipocresía. Menciona también a los Saduceos, de minoría numérica, pero de gran poder e influencia en el Sanedrín.
El Bautista bautiza en agua, pero anuncia que el que viene tras él va a bautizar con Espíritu y fuego. Isaías, en la primera lectura perteneciente al llamado “Libro de Emmanuel”, habla de ese personaje lleno del Espíritu. En el texto se habla de Jesé, el padre de David. De su tronco nacerá un futuro descendiente, el mesías, el hijo esperado, tan grande que poseerá los espíritus concedidos a todos los más altos personajes de la historia de la salvación. Lo que en ellos fueron espíritus personales y parciales, el nuevo vástago los poseerá todos juntos en su plenitud. Tendrá la sabiduría y fuerza con la que reinan los reyes, la prudencia con la que juzgan los jueces, la justicia que administran los jefes. Todo ello se posará en plenitud sobre él. Instaurará una época prodigiosa en la que todos los antagonismos convivirán en una paz prodigiosa. Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos.
DISCERNIMIENTO Y CONVERSIÓN
El Adviento nos impulsa a la conversión. Esta conversión requiere un serio discernimiento. Tenemos muy mezclado el mal con el bien. El mal ha afectado a nuestro mismo conocimiento y nos es difícil saber discernir. Nuestra voluntad ha enfermado, está debilitada, y necesitamos la ayuda de Dios.
Saber discernir depende de una atención esmerada del evangelio, sabiendo entrar en su sentido actual y pleno, aquel con el que Dios nos habla hoy a nosotros. El evangelio no nació para permanecer escrito, sino para ser proclamado en cada tiempo y lugar, y proclamado en comunidad, en expresa referencia con nuestros problemas actuales y reales. Dios nos habla y nos pide algo muy concreto. El tiempo tiene valor teológico. Dios nos habla en el tiempo y mediante el tiempo. La diferencia entre lo que las cosas y los acontecimientos son y deberían ser, es voz de Dios que nos llama a la responsabilidad y solidaridad. La comunidad ante el evangelio, ante la palabra de Dios proclamada, es lo más original y determinante de la práctica de la fe. Los hermanos en la fe debemos saber discernir, leyendo y meditando atentamente, hablando y escuchando entre hermanos, estimulando nuestra receptividad a Dios y nuestra lealtad a la historia, siendo siempre humanos, solidarios, fraternos. Y esta es la verdadera conversión que el Señor nos pide, que no es solo evitar el mal, sino hacer todo el bien que podemos. El Adviento nos impele a:
-conocer más a fondo a Dios nuestro Padre que, por amor a los hombres, nos envía al Hijo para bautizar a la nueva humanidad en el Espíritu Santo.
-conocer internamente a Cristo que, siendo rico, por nosotros se hizo pobre.
-conocer más el corazón del hombre como capacidad insaciable y motivarlo en la necesidad de Dios.
-entender y vivir el amor cristiano como salida de nosotros mismos y entrega generosa a los otros, especialmente a los más necesitados de fe, de compañía, de trabajo, de cultura, de pan, de alegría.
-asumir fallos, deficiencias, distancias, lagunas, para redimirlos, en la libre experiencia de lo que cuesta ser solidarios y amar.
-practicar la austeridad y pobreza evangélica como expresión de confianza en Dios, como testimonio evangelizador a través de la vida ordinaria, en la convicción de que o evangeliza nuestra presencia sencilla en la calle, en la relación y convivencia, o la Iglesia no evangelizará lo suficiente.
El Señor nos ayude a vivir el gozo de ser adviento de Dios para los demás.